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Pero esta vez es diferente
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

Por

Pero esta vez es diferente

La España Imperial exportaba entre guerra y guerra, continuando con la filípica de ayer, lana y sobre todo plata y oro de América, los papelitos de

La España Imperial exportaba entre guerra y guerra, continuando con la filípica de ayer, lana y sobre todo plata y oro de América, los papelitos de la época. Para importar, entre mandoble y mandoble, tapices de Bruselas y maravillosos cuadros de Rubens; y pagar, cuando sobraba algo de los préstamos contraídos por el Monarca, a los temidos Tercios de Flandes.

Cada uno continúa con su peligroso juego

Igualmente, en pleno siglo XXI los Estados Unidos exportan, junto con sus edulcoradas películas de Hollywood, el insostenible y contaminante sueño americano; además de préstamos subprime y otros papelitos, en una versión financiera del timo de la estampita, para mantener el nivel de vida de sus ciudadanos, comprando fuera buena parte de lo que consumen a precio de saldo. Pagando sus glorias neoimperiales, los impúdicos agujeros de sus bancos y los bonus demenciales de sus vergonzosos banqueros, con los créditos de sus proveedores. ¿Alguna diferencia filosófica?

Mientras tanto, en la abúlica y abotagada Europa algunos intentan adelgazar y pagar los platos rotos durante la orgía de los últimos años. Sin siquiera barruntar nuestros avezados dirigentes la magnitud del lodazal en el que chapoteamos. El vecino centroeuropeo continúa disfrutando de su hipócrita figurita de avispa, mientras hace de trilero con sus compañeros de timba periféricos, empeñándose en pegarles la puntilla con sus traumas y neuras. Vendiéndoles de paso juguetitos y otras mercancías superfluas a crédito, para hacer caja, y poder completar así su particular círculo vicioso volviendo a prestar el exceso a los susodichos. A pesar de que tan venerable vecino tampoco está haciendo la requerida digestión a sus descomunales vergüenzas bancarias.

Y la tercera gran pata de este monumental sainete, China, alumno aventajado de este salvaje entuerto crispado a base de colectivizar pérdidas entre todos los ciudadanos, mientras sus responsables se van de rositas y forrados de pasta, quiere recuperar el tiempo perdido aplicando a Occidente una versión posmoderna de su propia medicina. Devolviendo las humillaciones que tantas veces éste le hizo padecer. Haciendo, entre otras muchas perrerías, tongo con el cambio. Sin concienciarse de que no deja de ser un aprendiz advenedizo en este peligroso y suicida ajedrez geoestratégico por el control del planeta y sus recursos, regido por la ley del más fuerte, en el que estamos embarcados. Y que su obligada y dictatorial huida hacia adelante, cual España desarrollista de Franco, le obliga a caminar sobre las brasas. Y es que, como siga en sus trece, se acabará achicharrando, chamuscando de paso al resto de la humanidad. Porque pretende quemar etapas arrolladoramente, sin medir las consecuencias de sus actos, a una insostenible velocidad de infarto.

Sin calibrar nadie las consecuencias globales

Si el ciclo se vuelve a repetir esta vez podemos acabar, ahora que somos globales, mordiendo todos el polvo. Los unos por unos excesos. Los otros por cometer los contrarios. Algunos por pasarse de listos. Y el resto, de tontos. Porque un mundo con tamaños desequilibrios no puede funcionar sin agudos retortijones. Retortijones que, de momento, nadie es capaz de enmendar.

Para ahondar el hoyo, mientras la deuda pública engulle cual agujero negro los ingentes recursos financieros disponibles, se niega el pan y la sal al pequeño y mediano empresario. Al innovador. A los únicos que pueden sacar las castañas del fuego y crear empleo. Los recursos se dedican a tapar agujeros en vez de sembrar el futuro, mientras la educación agoniza. Los mismos incompetentes responsables de los riesgos de los bancos y cajas, y de las agencias de clasificación que fomentaron tamaño desaguisado, son ahora igualmente ineptos por hacer lo contrario, cual predecible péndulo patrio, estrangulando y desanimando al buen emprendedor. Porque exigen garantías demenciales mientras utilizan para sí todo el dinero público obtenido para tapar sus propias vergüenzas. Sin tener ni idea, para variar, de los nuevos riesgos que están contrayendo por el flanco.

Al hacerse los Estados cargo, soportando o enjuagando, los activos podridos de las entidades financieras, manteniendo el rating soberano. A la vez que envían el riesgo de vuelta a las mismas, y al resto del sistema, en forma de deuda pública de máxima calidad. Es decir, los estados se convierten en perfectos recicladores de basura financiera, convirtiendo activo malo en activo bueno y volviéndolo a colocar al respetable con supuesta mayor solvencia. ¡Aleluya! Por fin la piedra filosofal ha sido encontrada. ¿Hasta cuándo?

Hasta que la música deje de sonar

Hasta que la música deje de sonar. Y hasta que la chispa de la insegura deuda soberana y no solo de ella, de acuerdo con los registros históricos disponibles, haga saltar por los aires todo este inmenso y absurdo tinglado global. Contubernio que navega, en medio del huracán, con destino a un imposible crecimiento económico infinito, tal y como está diseñado el irracional sistema socioeconómico que domina ciegamente nuestras inconscientes vidas.

Después del preludio islandés, la amenaza se cierne todavía sobre la espabilada Irlanda, pero también sobre la manirrota Grecia, a pesar de las recientes reestructuraciones. La acogotada Portugal va después y luego nosotros, junto a los ladrillos succionados por corruptelas y caraduras anexos. Pero esta vez EEUU y Reino Unido, y unos cuantos más, andan a la zaga. Muchos dicen que lo de los dos primeros está cantado y sin remedio. Veremos.

Y si la espiral de suspensiones de pago comienza a rodar, y el recurrente guión se cumple con todas las naciones crápula, la crisis bancaria y financiera podría culminar con una espléndida apoteosis “papirotécnica”, esta vez universal, mayor que la de cualquier otra pesadilla pasada.

La historia no está predeterminada ni se ha escrito todavía

Las consecuencias financieras y fanáticas de la Gran Depresión culminaron con la II Guerra Mundial, inconmensurable traca keynesiana, genocida y sanguinaria, que puso el mundo como unos zorros y del revés. ¿Quién nos sacará ahora de esta Segunda Gran Contracción, como denominan los autores de “This time is different” a los sucesos que nos toca padecer?

¿Se volverá a repetir la historia? Mi respuesta es que no necesariamente. Si fuésemos capaces de aprender algo. Pero nadie cerca del poder o sus aledaños, en ningún lugar, quiere hacer una tortilla sin romper huevos suficientes ni renunciar a sus obsesiones o privilegios. Y menos aún al corto plazo, al dinero fácil y a una demagogia destructiva para consumo de iletradas masas, pasivas y bobaliconas; y de una ausente intelectualidad, vacua e intrascendente, incapaz de aportar nada nuevo e inteligente.

Para rematar el cuadro, los buhoneros no tienen nada nuevo que vender. Más que continuar voceando sus baratijas científicas e insistir machaconamente cada uno en la receta predicada por su secta. Sin ver más allá de sus narices ni intentar solucionar nada que no sea el presente inmediato.

Con lo que el esquema pautado sigue marchando, al muy marcial paso de la oca, con destino al infierno. A no ser que una ciudadanía responsable, por fin desentumecida de la indolencia que está acelerando la decadencia y más que probable descomposición de la una vez admirable cuna de libertades, nuestra gloriosa cultura occidental, o un milagro inesperado, lo evite.

Y es que, de momento, this time is not different. Pero, por muy diferentes motivos, esta vez sí que es diferente. ¡Menuda redundancia! ¡Glups!

La España Imperial exportaba entre guerra y guerra, continuando con la filípica de ayer, lana y sobre todo plata y oro de América, los papelitos de la época. Para importar, entre mandoble y mandoble, tapices de Bruselas y maravillosos cuadros de Rubens; y pagar, cuando sobraba algo de los préstamos contraídos por el Monarca, a los temidos Tercios de Flandes.