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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Y la energía del mañana es...

La modernidad energética y tecnológica, la misma que produce hoy parte importante de la electricidad mundial, es invento español. Blasco de Garay, capitán del augusto y

La modernidad energética y tecnológica, la misma que produce hoy parte importante de la electricidad mundial, es invento español. Blasco de Garay, capitán del augusto y políglota emperador Carlos V, dio el pistoletazo de salida. Ya que un ingenio suyo, propulsado por vapor, navegó por el puerto de Barcelona el 15 de Junio de 1543.

 

“En los partes que dieron al rey y al príncipe, todos generalmente aplaudieron el ingenio, en especial la prontitud con que se daba vuelta a la nao. El tesorero Rávago, enemigo del proyecto, dice que andaría dos leguas cada tres horas: que era muy complicado y costoso, y que había mucha exposición de que estallase con frecuencia la caldera. Los demás comisionados aseguran que la nao hizo ciaboga dos tantos mas presto que una galera servida por el método regular, y que andaba a legua por hora cuando menos”.

La cosa quedó en nada, para variar: Rávago triunfó. Posteriormente, en 1606, Jerónimo de Ayanz y Beaumont registró la primera patente de una máquina de vapor moderna. Desde entonces no hemos avanzado demasiado en los fundamentos. Y menos aún los impenitentes Rávagos, que siguen brujuleando e impidiendo el perfeccionamiento de la ciencia económica y su innovación.

Carbón ayer igual que mañana

El vapor de agua produce un 80% de la electricidad mundial, bien sea a base de calderas alimentadas por carbón, los denostados reactores nucleares o las novedosas centrales termosolares.

Seguimos utilizando vapor para múltiples usos, solo que producido en buena parte mediante carbón en vez de madera, como en sus inicios. El carbón se comenzó a utilizar masivamente hace menos de trescientos años, para alimentar las calderas que movían las máquinas alternativas de vapor, motores de combustión externa que se desarrollaron durante la Revolución Industrial. Para popularizar Charles Parsons, a partir de 1883, las turbinas de vapor tal y como hoy las conocemos, y desterrar las primeras. Hasta hoy. O hasta mañana. Porque parece que seguiremos con los mismos arreos tecnológicos otros tantos años, con permiso de las reservas de carbón y si la atmósfera no lo impide.

De acuerdo con el informe Outlook 2010 que acaba de publicar la Agencia Internacional de la Energía, el carbón es el combustible del futuro si se cumple uno de los escenarios probables que maneja. El carbón, como fuente de energía para producir electricidad, se duplicaría en el año 2035 respecto al nivel del año 2000. Y triplicaría su consumo desde 1990. Y con China en el pelotón de cabeza, e India a su zaga, iríamos derechos hacia el borde del precipicio. Porque mientras nosotros nos volveríamos ecológicos o eso insensatamente creemos, ellos caminarían en dirección contraria a costa nuestra.

Coal-fired electricity generation by region in the New Policies Scenario

Si las previsiones se cumplen, aunque se complementase con gas y sus menores emisiones relativas, y por mucha energía renovable que se incorporase, para esa fecha estaríamos bastante peor que ahora. Porque el carbón es el combustible masivo más contaminante que utilizamos, a pesar de las recientes mejoras en combustión, filtración y tratamiento de gases.

El hidrógeno o el coche eléctrico de momento no parecen la solución

Como efectos secundarios potencialmente dañinos en dicho escenario, se encontrarían las apuestas por el hidrógeno y el coche eléctrico. Para que ambos ingenios puedan sustituir a los vehículos petroleros actuales se necesitará producir abundante electricidad extra. Y si se va a generar con carbón en proporción muy elevada durante los próximos veinticinco años, no solo no habremos avanzado nada sino que habremos retrocedido desde el punto de vista de la eficiencia energética y la productividad en su sentido más amplio, pero también en el de la degradación medioambiental. Tan solo habremos trasladado las emisiones y la fuente de contaminación, desde el lugar de consumo, al de generación. Las ciudades y nuestras conciencias se limpiarán. A cambio se terminarán de ensuciar los campos. Porque son tan ecológicas y eficientes estas tecnologías como sus fuentes de generación primaria. Y si estas en gran medida no lo son, o no se implantan adecuadamente, tales artilugios pueden agravar los problemas en vez de contribuir a solucionarlos.

A pesar de todo ello algunos dicen: no nos preocupemos, el secuestro y captura de CO2arreglará nuestras penas. Sin embargo, tal apaño requiere recursos y gasto energético adicional. E incrementa las emisiones y la contaminación. Podría valer como parche de emergencia, chapucero y temporal. Pero en ningún caso será una solución permanente ni el futuro energético se esclarecerá con él.

La energía sigue igual

Somos modernos pero Don Quijote ya se estrellaba contra molinos de viento, hace cuatrocientos años. El Sol y el agua se han aprovechado tradicionalmente de múltiples maneras, más o menos sofisticadas. Los biocombustibles igual, en forma de rastrojos o alpechines; de leña, boñigos o excrementos. El carbón y el petróleo ya se utilizaban desde tiempos inmemoriales en mayor o menor medida. Tan solo la energía nuclear, mal que le pese a muchos y con todos sus defectos, es realmente una tecnología nueva, fruto de genuinos avances tecnológicos y científicos.

Lo único que hemos conseguido hasta el momento es un mejor aprovechamiento de los fenómenos de la naturaleza con las energías renovables; y una más rápida exhaustación en el caso de las fuentes energéticas fósiles. Todo ello a costa de movilizar valiosos materiales finitos y una enormidad de recursos adicionales. La tecnología tan solo ha permitido tomar en mayores cantidades y volatilizar más rápidamente y sin remedio lo que ya existía antes. Pero no nos ha enseñado a utilizarla con mesura y sensatez.

Con lo que toca ahorrar

Llevamos medio milenio con las mismas alforjas tecnológicas. Hemos aprendido mucho en otros campos, pero las técnicas energéticas no han evolucionado demasiado. Y las expectativas no parecen excesivamente halagüeñas ni apasionantes. Seguimos con el carbón. El inauguró la Revolución Industrial. Con él finalizará, como sigamos así trágicamente, la Edad Fósil en vigor. Y el mundo libre surgido de nuestra cultura occidental previsiblemente se marchitará. A no ser que una cura de humildad nos ayude a recapacitar y a reconducir nuestro indecente sistema económico actual hacia pautas más sosegadas y productivas.

¿Solución? Ahorro y eficiencia. Revertir el improductivo despilfarro energético actual. Producir más con menos. Producir mejor. Implantar la ciencia de la escasez. Imputar con rigor el coste de degradar el entorno y de contaminar. Pagar por la energía un precio real y justo, y no solo su valor marginal instantáneo. Introducir el tiempo como variable en economía. Reformular el trinomio mano de obra-capital-recursos. Apear a la tecnología de su sagrado pedestal. Y, con permiso del inmortal Rávago, modificar el dañino e inexacto concepto de productividad, inadecuada medida de muchas de nuestras desgracias actuales, tal y como está hoy formulado.

La modernidad energética y tecnológica, la misma que produce hoy parte importante de la electricidad mundial, es invento español. Blasco de Garay, capitán del augusto y políglota emperador Carlos V, dio el pistoletazo de salida. Ya que un ingenio suyo, propulsado por vapor, navegó por el puerto de Barcelona el 15 de Junio de 1543.