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El ecologismo religioso de Merkel y el liberalismo fanático de Fukushima
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El ecologismo religioso de Merkel y el liberalismo fanático de Fukushima

Han pasado ya tres meses desde el terremoto. Desgraciadamente, el guión se ha ido cumpliendo. Todo lo que podía pasar pasó. Queda la desesperación. Los abuelos

Han pasado ya tres meses desde el terremoto. Desgraciadamente, el guión se ha ido cumpliendo. Todo lo que podía pasar pasó. Queda la desesperación. Los abuelos japoneses se han ofrecido a ayudar a resolver el drama. Inmolándose. Porque la cosa va para largo. Los cuatro reactores están muertos y calcinados. Perdón. Fundidos o amalgamados. Y seguirán emitiendo su mortífera radiactividad durante largo tiempo. Hasta que los nipones sean capaces de confinar las bichas radiactivas.

Será una labor ingrata y letal. Ya que los trabajadores que realicen tan penosa tarea estarán expuestos al veneno por mucho que intenten protegerse. Y de ahí la propuesta de los abuelos japoneses. Que piensan que cuando los efectos de la radiactividad y el cáncer comiencen a corroerlos estarán muertos y enterrados. Consideran que ya han vivido. Y que es el precio a pagar por no haber sabido controlar a sus políticos corruptos y menos todavía la codicia de algunos de sus empresarios. Muy a menudo el pueblo está por encima de sus dirigentes. Les recuerda otro lugar mítico situado en los confines del mundo antiguo poblado de diez y siete inoperantes nacioncitas de juguete arruinadas con sus estúpidos dispendios.

Como con la catástrofe del sistema financiero y bancario las pérdidas se pagarán entre todos. ¡Malditos los que han podrido y desvirtuado el digno trueque ancestral! Que consistía en comprar y vender mercancías y servicios a cambio de un precio justo. Que alumbró culturas y civilizaciones como la cartaginesa, la griega o la nuestra. Y en el que cada uno asumía su propia responsabilidad y pagaba por sus errores. Cuando el comercio era una actividad más o menos lícita y equilibrada en donde todos ganaban. Menos hipócrita que la ley de la selva, la corrupción rampante y la ignorancia académica que rige hoy un mundo de pocos ganadores y demasiados perdedores.

Un presente ensombrecido por la esclavitud ecológico-religiosa de Merkel…

Angela Merkel, en una Alemania que una vez fue cabal, nos ha hecho una patética demostración de miseria política y de dependencia hacia el ecologismo religioso, la moderna religión laica. Menudo chasco. ¡Y nosotros que pensábamos que era de las pocas estadistas en activo!

Porque Alemania no es la sísmica Japón. Y las probabilidades de que ocurra allí algo ni remotamente parecido son casi inexistentes, salvo negligencia rampante, ataques terroristas o crecida de algún río. Pero la pobre mujer, empujada por los resultados electorales recientes y el obtuso radicalismo ecológico que nubla las mentes, por muy teutónicas que sean, ha claudicado. Sin darse cuenta que Fukushima, tragedia aparte, es una experiencia que permitirá convertir la operación de las centrales nucleares en algo mucho más seguro. Porque hasta de los errores se aprende. El que se empeña en ello.

A corto plazo, la clausura de los reactores alemanes contribuirá a aumentar las emisiones en un año record. La energía cesante se deberá cubrir con carbón y gas. En el ínterin necesitará soporte por parte del sistema nuclear francés. El costoso desmantelamiento de tanto reactor producirá residuos y emisiones adicionales cuando menos se necesita. ¡Cuánta hipocresía!

Se puede entender, y es necesario, el debate acerca de la necesidad de construir nuevas centrales nucleares. Pero clausurar las existentes antes de tiempo debido a las prédicas de la emergente religión laica perjudicará el medio ambiente.

La “ecológica” decisión no aliviará la pesada hipoteca que representan los residuos radiactivos. Desde el momento que habrá que ocuparse obligatoriamente de ellos durante muchos años, el incluir más cantidad en el lote durante lo que queda de su vida útil no aumentará el problema significativamente, ya que es incremental. Se trata de valorar los pros y contras de cada decisión. En este caso ha ganado el fundamentalismo ecológico. La naturaleza ha vuelto a perder.

Entre esto y los pepinos, ¿qué ha quedado de la seriedad y el pragmatismo alemán?

… un futuro renovable que puede que no lo sea tanto…

A la larga puede que las cosas se vayan arreglando. Digo puede porque no está tan claro que las energías renovables vayan a sustituir a medio plazo a las  convencionales sino es ayudado por un fuerte descenso del consumo.

Para que las energías renovables puedan reemplazar a las fósiles y la nuclear se necesitará de manera masiva materiales muy sofisticados y escasos, demasiado a menudo obtenidos de manera poco ortodoxa, como las tierras raras, un cuasi monopolio chino.

Que serán el germen de conflictos futuros y ya están provocando guerras soterradas. Como la causada por el coltán, indispensable en nuestros móviles, en el Congo. Son materiales muy difíciles de obtener y altamente contaminantes en su proceso, pero necesarios para cualquier cosa que huela o tenga que ver con la alta tecnología, y no solo con las energías renovables supuestamente limpias. Los derroches tecnológicos también los sufre el planeta.

Por otro lado, el ecologismo religioso confía demasiado en la biomasa y los biocombustibles, obviando el cambio climático que viene. No estoy seguro de que haya campos, tierras o agua disponible para tanto uso por mucho milagro tecnológico o divino. Salvo que nos volvamos vegetarianos o matemos de hambre a unos cuantos miles de millones de personas más en los países desfavorecidos. Total, a nadie le importa lo que ocurra allí.

Reducir drásticamente el consumo de energía no sería ningún drama. Nos obligaría por fin a detener el derroche. A desarrollar la ciencia de la escasez. A aprender a ser imaginativos. A repartir riqueza y de paso a crear empleo. Hace falta tan solo decisión, innovación, estadistas, un pueblo sensato que arriesgue poblado por ciudadanos que ansíen un futuro. Para alumbrar tal utopía es indispensable un cambio copernicano en el paradigma y unos “sabios” en economía que dejen de taponar el pensamiento económico y evolucionen en sus anquilosadas tesis. El actual dejó de servir hace mucho tiempo.

No hablamos necesariamente de sacrificios, sino de racionalidad y salud. De innovación y genio. Ganará el emprendedor audaz. Aquel que se esfuerce. Perderán los empresarios corruptos y los políticos ineptos; los indignados pasivos y los quejicas contemplativos; o los abotagados gestores y dirigentes de relumbrón, inmutables en su inmovilismo mental por mucha seudoactividad que desplieguen, que todavía son legión.

… y el ultra liberalismo fanático que gobierna tanto disparate

Ayudará a fomentar un comercio justo eliminar el dumping medioambiental que nos permite adquirir todo tipo de mercancías baratas provenientes de demasiados lugares, incluida la propia Europa, que se pasan por el arco del triunfo toda norma y ecosistema, bendecidos por un supuesto libre mercado. Y eso no debemos permitirlo.

Pero podemos obligar a que las empresas nos vendan sus mercancías limpias de corrupción y muerte. Se trata de forzarlos a aflorar y contabilizar todos los costes ocultos y a certificar la estricta trazabilidad de cada producto y como ha sido obtenido antes de permitir su venta.

La Unión Europea debería tomar las medidas necesarias para garantizar al consumidor una información fidedigna acerca del origen de cada cosa a vender, sea elaborada aquí o no, con el fin de que el consumidor pueda tomar una decisión de compra consciente y responsable, limpia de sangre y contaminación excesiva. Técnicas similares a las que nos han salvado de ser considerados los responsables de las trágicas muertes debidas a la bacteria E.coli podrían ser extendidas y adaptadas para garantizar un origen honrado y medioambientalmente aceptable de todos los productos y servicios. Para podernos convertir así en ciudadanos adultos.

El ultra liberalismo fanático, nada que ver con el liberalismo ilustrado, junto con nuestro ciego consumismo cerril, el abandono de los valores y de toda ética, y la renuncia a la calidad y el esfuerzo en la educación, han generado de momento al menos tres crisis: la financiera y bancaria, la nuclear de Fukushima y la sistémica que nos está devorando lentamente. Mientras tanto, el ecologismo religioso se dedica a perjudicar aquello que ha jurado defender: nuestro destrozado planeta azul.

El liberalismo es otra cosa. Habita arrumbado en un lugar remoto y apartado donde la razón, el pragmatismo y la sensatez sobreviven como pueden. En ese término medio virtuoso y tolerante, como propugna este viejo post de un colega que propongo leer, parece que en las antípodas de la sociedad civil actual.

Aquí finalizan unas “breves” elucubraciones que apuntan demasiados conceptos. Habrá que irlos hilvanando poco a poco.

Han pasado ya tres meses desde el terremoto. Desgraciadamente, el guión se ha ido cumpliendo. Todo lo que podía pasar pasó. Queda la desesperación. Los abuelos japoneses se han ofrecido a ayudar a resolver el drama. Inmolándose. Porque la cosa va para largo. Los cuatro reactores están muertos y calcinados. Perdón. Fundidos o amalgamados. Y seguirán emitiendo su mortífera radiactividad durante largo tiempo. Hasta que los nipones sean capaces de confinar las bichas radiactivas.