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Jürgen Stark, el intransigente economista del doble rasero
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Jürgen Stark, el intransigente economista del doble rasero

Jürgen Stark, el economista jefe del Banco Central Europeo, ha dimitido. Noble decisión. Ya no podrá hacer más daño a Alemania y al resto de Europa.

Jürgen Stark, el economista jefe del Banco Central Europeo, ha dimitido. Noble decisión. Ya no podrá hacer más daño a Alemania y al resto de Europa.

Stark se ha dedicado a privilegiar de una manera mezquina y egoísta los intereses de Alemania únicamente. Sin caer en la cuenta del daño que nos ha hecho a todos, empezando por su propio país. Ignorando su mandato de ámbito europeo y no exclusivamente alemán.

En tiempos de Helmut Kohl, en uno de cuyos gobiernos estuvo al frente de sus finanzas, se tomó una de las medidas clave que nos han hecho desembocar en el caos actual: la paridad entre el competitivo marco del Oeste y el arruinado marco del Este.

Esta medida, comprensible desde el punto de vista político, que le dio estabilidad social al país y su ciudadanía, no fue acertada, aparentemente, desde el punto de vista económico. Porque metió a toda Alemania en la recesión que le ha ocupado buena parte de los últimos veinte años.

Todos los europeos hemos trabajado los últimos años en función, exclusivamente, de los intereses de Stark y los suyos. Y ahora sufrimos sus decisiones. Bienvenidas sean si aprendemos algo de ellas

Por esta razón, una vez creado el euro, el BCE, capitaneado por él y los suyos, propugnaron unos tipos de interés que permitieran reactivar la locomotora alemana a la vez que recalentaba sin contrapartidas el resto de las economías de la eurozona, que estaban desacopladas, especialmente las del sur.

Es decir, todos los europeos hemos trabajado los últimos años en función, exclusivamente, de los intereses de Stark y los suyos. Y ahora sufrimos sus decisiones. Bienvenidas sean si aprendemos algo de ellas.

Esto no implica no reconocer los graves errores cometidos por nosotros, tantas veces enumerados, a causa de la falta de gobernanza económica y de disciplina financiera y fiscal común. Pero si los bancos germanos y anglosajones hubiesen asimilado la historia europea acerca de las bancarrotas de los países, incluyendo los suyos, y dispuesto unos departamentos de riesgos profesionales, no habríamos llegado a esta situación.

Para más recochineo, el Sr. Stark permitió, cuando le interesó a Francia y Alemania, flexibilizar el pacto de estabilidad del euro del que él fue activo arquitecto. Tiró por la ventana su supuesta ortodoxia al asentir con su silencio, abriendo la puerta a que el resto de países hiciesen lo mismo. Y lo hicieron. ¿Qué han hecho los demás que él no haya propugnado o permitido? ¿De qué se queja pues?

La situación de la Europa del euro actual, donde conviven países con opuesta productividad y disciplina como Alemania y Grecia, no es muy diferente de la de principios de los años noventa entre la Alemania Federal y la Democrática (sic). Al igualar las dos el marco, los acólitos de Stark otorgaron la misma moneda a sistemas incompatibles, produciendo la recesión de la primera. A cambio enderezó la segunda, a base de paciencia y laboriosidad, y la encarriló en la senda de la productividad y la eficiencia de la que ahora mismo Alemania, toda, disfruta.

La creación de la moneda única europea permitió a Alemania superar poco a poco su crisis al poder vender productos a sus socios a unos precios competitivos para ella, debido al no cambio, financiados por sus propios bancos, que siempre han sido parte integrante del músculo industrial de aquel país. Antiguamente para lo bueno. Ahora ya no estoy tan seguro.

Toca aplicar las mismas recetas de entonces con Grecia y el resto. Y, si no se dejan, forzarles a hacerlo mediante escudillas de lejía y la piedra pómez de rigor. Para desinfectar sus fundamentos económicos. Que considere Alemania que los países en crisis no son más que unas Alemanias Democráticas con más Sol. A largo plazo ganará toda Europa. Ellos los primeros. Es su precio a pagar por la confianza, por el apoyo incondicional y solidario que los demás le otorgaron en su momento.

Duro entre los duros cuando le interesaba, Stark ha dado el portazo por la decisión del BCE de comprar deuda italiana y española. El BCE tenía que elegir entre una medida mala y otra peor. Se quedó con la mala. Por una vez acertó. El no hacerlo hubiese precipitado la eurozona al abismo. Con esa medida tan solo ha ganado tiempo, pero no ha garantizado nada.

¿Que Grecia está al borde del abismo? Lo está. Los bálsamos aplicados no sirven para nada. La suspensión de pagos de la deuda de los países europeos ha sido habitual durante el último medio milenio. No es nada nuevo. Tan solo nos falla la memoria. Hay que repasar la historia. Nunca se acabó el mundo por ello. Los bancos alemanes, y otros, pagarán muy cara su incompetencia. Los ciudadanos europeos, todos, volvemos a ser los paganos. Como siempre fue. Como ha sido en Alemania los últimos veinte años. Stark no ayudó en nada a evitar esta situación ni a atemperarla cuando podía. Se pueden entender sus razones. Pero no su hipocresía. Márchese por fin a casa.

Los mercados, una vez considerados eficientes, deberían aplaudir la medida. Hacen todo lo contrario ¿Lo siguen siendo? ¿O se rigen por pataletas?

Jürgen Stark, el economista jefe del Banco Central Europeo, ha dimitido. Noble decisión. Ya no podrá hacer más daño a Alemania y al resto de Europa.