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¿Y si no escampa?
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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¿Y si no escampa?

Y si a pesar de todo no escampa, si seguimos sin lograr que todos disfruten de un trabajo digno y honrado; si continuamos pudriendo la economía

Y si a pesar de todo no escampa, si seguimos sin lograr que todos disfruten de un trabajo digno y honrado; si continuamos pudriendo la economía y la sociedad, destrozando la naturaleza, rodeándonos de contaminación, envenenando el aire y envileciéndonos todos.

Acidificando los océanos; esquilmándolos; llenando todo de basura: desde las cumbres cada día menos blancas del Himalaya hasta los tenebrosos fondos abisales de los océanos; deteriorando la corteza superficial de la Tierra mediante un urbanismo caótico e irresponsable, el hormigonado creciente de las líneas de costa, la degradación progresiva de las tierras de labor y del resto de ecosistemas que todavía sobreviven, y eso que no hemos mencionado el CO2.

Si, a pesar de todo, las convulsiones sociales y económicas no escampan habrá que darle al cerebelo. Para poder cambiar el paso y dignificar, humanizar lo que queda de civilización, si todavía estamos a tiempo. Desarrollar alternativas. Innovar con sensatez. Para que los que vengan después, nuestros descendientes, no se tengan que avergonzar de sus antepasados, nosotros.

Promover planteamientos, no sé si avanzados pero al menos diferentes, que garanticen la sostenibilidad de cierto planeta aislado en los confines de una galaxia perdida, domeñado por destructoras langostas bípedas y ciertamente corrosivas. Y, de paso, la supervivencia durante algunos miles de años más de especie tan sinuosa pero a la vez única, si quiere mantener su malhadada fama de lista.

Habrá que modificar coordenadas mentales. Concienciando de su necesidad al hoy tosco populacho y la vacua intelectualidad, incapaz de debatir nada relevante, que solo sabe animar cotarros y tertulias, henchida de soporífera levedad, y reinventando la misma rueda cada día.

Probar, investigar, experimentar, arriesgar. Muchos de tales planteamientos consistirán en recuperar y actualizar sabidurías milenarias que han demostrado su eficacia y utilidad a lo largo de generaciones. Hasta que la disponibilidad reciente de energía de manera fácil y barata a base de hacer simples agujeros en el suelo, y la despreocupación por la contaminación y la basura, las convirtió en obsoletas.

Meteremos la pata una y mil veces por el camino. Corregiremos y enmendaremos. Para ello habrá que desterrar el inmovilismo mental y las obsesiones sectarias o políticas. Convirtiendo otra vez en personas a desalmados consumidores sin raciocinio, compulsivos y mecánicos engullidores de recursos y energía, exhaladores de flatulencias contaminantes y de sofisticada porquería. Por soñar que no quede.

El declive de las ideologías

Para ello habrá que encarrilar la mente y redefinir sectarismos. Porque ya no quedan proletarios. Tan solo parados, indignados, mileuristas y gorrones al calor de canonjías y privilegios en partidos, sindicatos y bancos (o cajas). Trabajar, lo que se dice trabajar, no demasiados.

La filosofía y el pensamiento abdicaron del hombre hace ya cien años. Y hemos delegado demasiado en máquinas altamente entrópicas, las muy canallas. No nos quejemos pues.

Las derechas y las izquierdas son ideologías diluidas que ya no tienen razón de ser, más allá de la necesidad imperiosa para muchas mentes flojas de vivir con contrincante y estar alineados con algo. Igual que dejaron de tener sentido las reyertas entre plebeyos y patricios, nobles y vasallos; entre güelfos y gibelinos; girondinos aplastados por jacobinos; fascistas o estalinistas, tarados ambos.

Son demasiados los individuos que si no viven de manera gregaria, cuya única razón de ser es estar enfrentados al otro, sea dentro de un partido político o partidarios de un equipo de fútbol u otro de cuadrigas, se sienten perdidos y huérfanos de alma. Pocos son los capaces de pensar con independencia, de actuar a favor de los demás sin distinción, de globalizar la generosidad y la cooperación, y no solo la subyugante economía. ¡Ay nuestros vejatorios centrifuguismos!

La ignorancia y el fanatismo han sido, desde siempre, fuerzas supremas que han fomentado el mal. Siguen siéndolo. La política actual es un ejemplo de ello. Aunque estamos en el siglo XXI y la casuística es otra, la terca estulticia capadora de la dignidad humana no se desvanece.

La confrontación futura se dirimirá entre preservadores del planeta y los dilapidadores de sus encantos. Depredadores estos últimos incapaces de reconocer, y menos de evitar, los dramas en ciernes.

Llamémosles ecohumanistas y esquilmadores, planetistas o depredadores. Que cada uno escoja su bando. De momento, todos pertenecemos al segundo, incluidos muchos autodenominados ecologistas, mal encaminados y peor enfervorecidos.

Titánica tarea solo posible de realizar con una educación hoy inexistente. Cuando la humanidad se nutra por fin de ciudadanos, en vez de inanimados seres incapaces de forjarse criterio propio más allá de su egoísmo, las obsoletas ideologías del siglo pasado, y la imposibilidad de las democracias de tomar decisiones desagradables por miedo al obtuso electorado, los grupos de poder o al simplismo mediático alimentado con titulares sin chicha. Una utopía.

Toca pues continuar con recetas nuevas una vez que las clásicas ya narradas, y otras más no mencionadas, no dan más de sí. Que permitan crear empleo. Y, de paso, que sirvan para comenzar a afrontar, de frente y con vigor, los desafíos pendientes. Revirtiendo o atenuando la degeneración en marcha.

Nos centraremos, pues, en tres conceptos genéricos que iremos desarrollando a base de pequeñas “diócesis” semanales intercaladas con otros temas que espero sean de interés y, sino, mala suerte: el capitalismo responsable, la redefinición de la economía y el ya avanzado atemperamiento. Los tres parten de un mismo todo terrenal.

Y si a pesar de todo no escampa, si seguimos sin lograr que todos disfruten de un trabajo digno y honrado; si continuamos pudriendo la economía y la sociedad, destrozando la naturaleza, rodeándonos de contaminación, envenenando el aire y envileciéndonos todos.