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Manual del extinto secretario de Estado para destruir empleo
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Manual del extinto secretario de Estado para destruir empleo

La Comisión Europea se ha convertido en un ente amorfo, sin ninguna legitimidad democrática, especializado en pegar tiros a los pies de sus miembros. Sin más

La Comisión Europea se ha convertido en un ente amorfo, sin ninguna legitimidad democrática, especializado en pegar tiros a los pies de sus miembros. Sin más objetivo que sucumbir ante un ultraliberalismo teórico y falaz, castrado de sensatez y de sentido común, triturador de riqueza.

Uno de los ejemplos más sangrantes lo constituye la una vez puntera y generadora de abundante empleo industria de la construcción naval europea. Los astilleros, para que nos entendamos. Que nos muestra como los funcionarios de la UE trabajan a la contra de aquellos que los pagan.

A lo largo de los últimos cuarenta años la mayoría de los barcos han pasado de construirse en Europa a hacerlo en el Lejano Oriente. Primero en Japón, luego en Corea del Sur y ahora en China, principalmente.

Cómo se gana competitividad mediante triquiñuelas orientales

La causa de semejante trasvase de empleo, según el imaginario popular, ha sido el menor coste de su mano de obra. Lo cual no es cierto en buena parte. Lo han sido las maniobras con los tipos de cambio, junto con las ayudas más o menos descaradas, por parte de los estados hacia sus todopoderosos conglomerados industriales, que estos estados han privilegiado: los famosos keiretsu en Japón, sus homólogos chaebol en Corea y por las buenas en China, mediante empresas controladas por una dictadura de profunda raigambre maoísta, por muy camuflada que esté.

Sabiendo que el dinero gastado en ellos y las prebendas otorgadas se compensaban con creces gracias a los retornos vía exportaciones y empleo, es decir, el incremento de la actividad económica y de divisas generadas.

Una versión coherente de las corruptas alegrías presupuestarias de políticos aldeanos, campeones ladrilleros y grupos chapuceros de intereses pecuniarios, llamémosles empresariales, que han campado todos estos años por sus fueros, como Pedro por su casa, que se supone debería ser la de todos.

Porque en el Lejano Oriente tales conglomerados, con todos sus defectos, que los tienen, crean empresas sobresalientes, riqueza e ingresos a través del apoyo a sus industrias. Y, aquí, deuda con obras suntuarias de “diseño” y carísimas ocurrencias bastardas.

Cómo tritura empleo la Comisión Europea

Mientras tanto, en Europa, su comisaría de la Competencia se ha dedicado a que sus estados miembros no se hicieran la puñeta entre ellos, en teoría, cuando el enemigo común era otro. Y, a esos, ni pío.

Las consecuencias las conocemos todos: un sentido requiescat in pace por demasiados sectores e industrias, cuyo último versículo reverbera estos últimos meses a lo largo de costas y acantilados patrios.

Cuyos mezquinos oficiantes han sido la Secretaría de Estado de Hacienda del gobierno saliente que, con ayuda de la Secretaría General de Industria del mismo gobierno en gloria esté, se han terminado de cargar la poca industria naval que quedaba.

La cual había conseguido capear mil temporales estos cuarenta años. Pero que no contaba con vileza semejante por parte de los que decían estar en su misma trinchera. Tsunami felón que está acabando con los astilleros privados, muchos de ellos pequeños o medianos negocios familiares.

Mención aparte merece la última privatización de los astilleros públicos los cuales, salvo algún caso honorable, ha sido un fiasco total. Sin buenos gestores ninguna industria que juegue en torneos globales, nada que ver con los oligopolios protegidos de aquí, puede prosperar. Y menos si se adjudican las privatizaciones a grupos de amiguetes cuya única solvencia son sus conexiones con el poder.

Cómo el difunto gobierno socialista se denunció a sí mismo

Los astilleros españoles exportaban casi toda su producción de buques, algo más que sofisticados, con la única ayuda del denominado “tax lease”. Un sistema de bonificación fiscal hacia los armadores que, junto con la especialización de nuestra industria naval, en parte compensaba las argucias torticeras de los astilleros asiáticos. El resto lo ponía la profesionalidad de muchas de tales empresas. Todos los países europeos con industria naval mantienen estructuraciones financieras parecidas para poder sobrevivir.

El difunto gobierno socialista español, no se sabe por qué, denunció su propio sistema ante el comisario de la Competencia, también español, también socialista, no es ningún chiste. Haciendo que se apuntaran los cañones burocráticos de Bruselas hacia nosotros, desfondando el tinglado a la primera andanada.

Consecuencia: ningún armador extranjero se atreve volver a contratar con España, desprestigio internacional de nuestra industria naval, el sistema financiero propio garante de los pedidos en quiebra, junto con varios astilleros que, si nadie lo remedia, probablemente sea ya demasiado tarde, se verán abocados al cierre. Algunos ya lo han hecho.

A cambio, el resto de la industria europea se ha puesto las botas con nuevos pedidos, sobre todo la holandesa, que ha sido la mente gris que ha orquestado las maniobras maquiavélicas de desguace de nuestra industria, para su propio provecho.

Habrá que dar la enhorabuena a los integrantes de ambos organismos por trabajo en equipo marital tan concienzudo para producir pobreza y caos. Esperemos que algún día expliquen sus antiguos responsables a los que han mandado al paro, a los sindicatos de su cuerda y a su propio partido por qué jugaron con el trabajo ajeno y el pan de tantas bocas honradas y trabajadoras. Y que les paguen el sueldo a partir de ahora aquellos a los que han beneficiado.

España está rodeada de mar. Su raigambre y su ser lo constituye en buena medida su historia naval y marítima pionera, la más asombrosa que jamás surcó los mares, junto con la portuguesa. Fabulosa historia olvidada por unos planes de enseñanza mediocres, vacíos de contenidos coherentes y de astuto saber.

España enseñó a navegar al mundo y se alimentó de su fragor y sus dones. ¿Podrá sobrevivir sin perder su esencia, las pocas virtudes que le quedan, sin su arrullo tecnológico y capacidad industrial?

La Comisión Europea se ha convertido en un ente amorfo, sin ninguna legitimidad democrática, especializado en pegar tiros a los pies de sus miembros. Sin más objetivo que sucumbir ante un ultraliberalismo teórico y falaz, castrado de sensatez y de sentido común, triturador de riqueza.