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Medio siglo de indigencia
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Medio siglo de indigencia

Georgescu-Roegen, el amigo del ausente Samuelson, alertó sobre todo lo que comentábamos ayer hace ya la friolera de medio siglo. El, discípulo aventajado de Schumpeter y

Georgescu-Roegen, el amigo del ausente Samuelson, alertó sobre todo lo que comentábamos ayer hace ya la friolera de medio siglo. El, discípulo aventajado de Schumpeter y miembro más que ilustre de tales círculos que, en su ingenuidad, creyó virtuosos. Hasta que le llegó la iluminación. Y los otros repudiaron su osadía.

Recibió a causa de sus escritos tal coz y el ostracismo más feroz por parte de sus pares, que contribuyó a estancar en orines y putrefacto devenir la ciencia económica, llamada fundamental, hasta hoy (en contraposición de la economía técnica, también denominada neoclásica, otro día definiremos adjetivos tan obvios).

Hubo un intento de debate con un tal Stieglitz y otro apellidado Solow, ambos Nobel más tarde, como pago por el servicio prestado a la causa del oscurantismo dominante. Representaban a dos batallones diferentes de la más casposa ortodoxia económica, que algún día contaremos también (cuanto trabajo pendiente). Se convirtió el asunto en tal escaqueo intelectual, al estilo Schettino, que avergonzaría a cualquier científico de todo gremio selecto, siempre y cuando no fuese el aludido.

Tales lumbreras demostraron entonces sus elevadas miras y capacidad. ¿Complejo de inferioridad? ¿Incapacidad de enfrentarse a Georgescu-Roegen con sus mismas armas: las matemáticas, la estadística pero, sobre todo, con la razón? ¿O acaso les desmontaba sus simples y elementales chiringuitos teóricos, cosa que su ego no podía permitir?  

Georgescu-Roegen amedrentaba. Matemático y estadístico antes que economista, fue entre otras cosas editor de la prestigiosa revista Econométrica (1951-68), por ejemplo, entre otros muchos méritos acumulados, cuando todavía remaba a bordo de la chalupa ortodoxa, aunque ya pugnaba por arrojarse por la borda de la virtud establecida.

Su libro canónico, La ley de la entropía y el proceso económico, no es fácil de entender y menos todavía de digerir. Sobre todo por parte de aquellos a los que nadie les ha enseñado física, geología o biología entre otros muchos saberes necesarios para poder estructurar adecuadamente la economía y que pretenden seguir ignorando para no complicarse la vida.

Se aliaron para aislar al visionario en vez de entrar al trapo en un lance que, de haberse celebrado, habría contribuido a que el mundo fuese hoy un poquito mejor al desterrar errores recurrentes, mostrando la buena senda científica.

Desgraciadamente, siguieron el camino fácil para poder llevar una vida cómoda embutidos en sus rígidas orejeras dogmáticas. Es como si a Einstein nadie le hubiese hecho el menor caso cuando publicó sus teorías. Hoy no hay ningún Planck ni sabio auténtico dispuesto a escuchar nada científicamente revolucionario, animando a ir más allá a los pocos valientes que piden paso.

No quedan genios como los que abundaron durante la primera mitad del siglo pasado, dispuestos a abrazar conocimientos nuevos que hagan avanzar radicalmente la ciencia. Como nunca antes y, menos todavía después, sucedería.

¡Lo que son capaces de hacer algunos sabios flojos para conseguir la gloria, de momento aceleradamente entrópica, del Nobel! El tiempo suele acabar poniendo las cosas en su sitio. Medio siglo después, todavía no lo ha hecho. Y así nos va.

Se sigue estilando la ciencia al peso a cambio de ignorancia, a doblón el palabrejo y maravedí el formulón para mayor encumbramiento, pasta y sexenios de sus adeptos. El saber profundo debería ocupar humilde lugar en vez de las toneladas de vacuo papel publicado que rellenan levedad.

Un pontificado ideológico

A pesar de que ahora todo es más evidente, seguimos sin querer asimilar nada. Los galardonados sabios siguen con sus formulitas y razonamientos ideológicos, de ínfimo alcance temporal, que tanto influjo perverso han inoculado en la errante y desarbolada economía mundial. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿A pesar de ellos? ¿O a causa suya?

Continúan pontificando en los medios más sesudos y prestigiosos, voceros del anquilosado establishment, incapaces de fomentar el debate y, menos todavía, de realizar propuestas avanzadas que redunden en su necesaria renovación.

No se dan cuenta que, cuando las cosas se pongan realmente feas, su irrelevancia morirá de éxito a causa de su torpe ofuscación, la dictadura de los resultados a corto plazo y del power point.

Se sigue sin estudiar Georgescu-Roegen en las universidades. Tan solo en círculos reducidos y especializados. ¡Que nadie que no lo haya leído, y menos entendido, ose santificarse economista!

Mis lectores, uno o dos, saben que yo no lo soy. Ni pretendo serlo. Mi mundo interior es, afortunadamente, infinitamente más complejo, rico y diverso que el propugnado por la herejía teórica dominante. La economía la he aprendido a garrotazos atizados por una rica experiencia, además de por los pocos retazos científicos salvables de incompleta teoría y, sobre todo, de historia. Ser cocinero antes que fraile ayuda a separar el grano de la paja y a no perder lastimosamente el tiempo con aportaciones banales.

Fueron los pioneros casi los únicos que aportaron conceptos profundos. John Stuart Mill, por ejemplo, ya puso el dedo en la llaga crítica de los límites del crecimiento.

Un puzle incompleto

La cosa económica no es más que una pequeña pieza integrante de un rompecabezas natural, con domicilio en una maravillosa esfera azul que flota en el espacio, lo cual los voceros de la ortodoxia pretenden ignorar. No puede seguir aislada de la realidad física y biológica que da lustre al planeta. ¿Hasta cuándo gobernará las tinieblas tal ilustre pelotón de fusilamiento científico?

Año tercero. Las mentes sestean. La economía escora. Su embalaje se inunda. El deshielo ha comenzado. El Himalaya se funde. Las reservas líquidas de Asia, en forma de externalidades, se desaguan lentamente. El agua pronto comenzará a acogotar la cubierta del efímero vencedor de la globalización.

¿Adónde irá a parar el “milagroso” crecimiento chino cuando su economía se vuelva de atroz secano, los cielos todavía más turbios, y mil millones de chinos cabreados se rebelen de la dictadura que los mantiene indolentes y corrompidos?

Mientras, el otro deshielo, el intelectual, no ha comenzado. Tic-tac-tic-tac. La invisible y fantasmagórica entropía sigue su rumbo, inexorable, escalando a lomos de Sísifo la empinada colina de la muerte térmica, a pesar de la ignorante tozudez de los sabios. ¿Es inevitable acabar zozobrando?

Que los Schettinos nobelados (con b) nos proporcionen la respuesta cuando detengan su huida calamitosa del rigor, la ciencia, la naturaleza y la vida. 

Georgescu-Roegen, el amigo del ausente Samuelson, alertó sobre todo lo que comentábamos ayer hace ya la friolera de medio siglo. El, discípulo aventajado de Schumpeter y miembro más que ilustre de tales círculos que, en su ingenuidad, creyó virtuosos. Hasta que le llegó la iluminación. Y los otros repudiaron su osadía.