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Economía contada a los niños de mañana
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Economía contada a los niños de mañana

Cuando la economía se enseñe juiciosamente en las escuelas, el día que se corrija la aberrante deriva educativa elevando el patético nivel actual, se distinguirán dos

Cuando la economía se enseñe juiciosamente en las escuelas, el día que se corrija la aberrante deriva educativa elevando el patético nivel actual, se distinguirán dos niveles: la llamada economía fundamental, todavía por desarrollar, que será la versión general de la disciplina de marras; y su variante restringida, denominada neoclásica o marginalista, versión ortodoxa en vigor que está marcando el andar errante y hasta el momento delirante de la decadente civilización occidental.

Ocurrirá, por la cuenta que nos trae, en algún momento del siglo XXI. No será mañana. La ignorancia endémica y la anquilosada academia lo impiden.

El nacimiento de una ciencia económica más general…

La economía fundamental intentará contestar a la pregunta vital de toda filosofía o religión, aunque sea chusca o de baratillo: ¿qué será de nosotros? ¿Hacia dónde nos dirigimos?

Adecuando la cuestión de una manera cursi al mezquino negociado pecuniario: ¿adónde nos conducirá este maltrecho devenir como consecuencia del consumo presente y las inversiones realizadas, más o menos acertadas?

Que, enunciado de manera grandilocuente y pedante, se proclamaría así: ¿cuántas personas, durante cuánto tiempo, será capaz de acoger la Tierra de una manera razonable y digna hasta el fin de la historia?

El problema no lo tiene el maldecido Malthus. No es cuestión principal tratar de conocer cuántos habitantes es capaz de albergar la Tierra en un momento dado. ¿Siete mil millones o veintisiete mil? La disponibilidad todavía de ingente cantidad de energía bajo tierra convierte la cuestión, en estos momentos, en parcial e incorrecta. Es necesario añadir la variable tiempo, factor fútil que la corriente ortodoxa se resiste a contemplar, salvo para períodos ínfimos, más bien ridículos.

Los interrogantes son, pues, dos. Primero: ¿cuántas personas será capaz de albergar la Tierra a lo largo de los tiempos? Podrán ser muchas hoy y pocas mañana. Menos hoy y mañana multitud. O apenas unas cohortes durante cientos de miles o millones de años.

La segunda pregunta es obvia: ¿de qué manera? ¿Con coche a la puerta de casa para poder ir a tomar unas cañas al bar de la esquina por los siglos de los siglos? O con un uso razonable de la energía escasa, produciendo la mínima contaminación posible en cada momento histórico, con un coste razonable, no solo en unidades monetarias, sino, sobre todo, en recursos y contaminación producida.

La valoración del coste de oportunidad será no solo físico o monetario sino, sobre todo, moral y ético. Y eso no lo sabemos contabilizar en euros.

El fin de los tiempos humanos llegará, salvo pedrada meteórica o cualquier otro cataclismo planetario, cuando se agoten los recursos terráqueos o ya no se puedan reutilizar.

Las emisiones y los residuos, la contaminación, el reciclado o la reducción de biodiversidad son limitaciones que, dependiendo de su gestión a lo largo de las generaciones tanto pasadas como venideras harán la vida más placentera, o más sucia y desagradable, al personal.

La alternativa será salir pitando de este planeta, como ahora de cierto país en ruinas, el que pueda contratar pasaje intergaláctico en cohete espacial de bajo coste y tenga asegurado trabajo, atmósfera y gravedad en destino.

…capaz de acoger la economía neoclásica en su seno

La economía neoclásica, por el contrario, estudia de manera más que restringida la actividad económica en el corto plazo. Apenas torpe amago de cálculo infinitesimal aplicado a la de momento embudada ciencia económica.

Pretende, con objetivos nada ambiciosos, maximizar el rendimiento económico marginal medido de manera parcial o con argumentos falaces (se trató en la serie una cuchufleta llamada economía I, II y III).

Se contenta con intentar responder a cómo incrementar el implorado crecimiento económico sin tener en consideración más factor que la etérea innovación y el resultado inmediato, ignorando sus repercusiones en el entorno, y sin analizar las consecuencias para la vida de la actividad económica así perpetrada.

Dicho en castellano viejo o español erudito a la violeta: ¿cómo nos apropiamos de los recursos terráqueos sin necesidad de valorar su coste natural con antelación, intercambiando los bienes producidos con ellos con precios ajustados en función de la demanda y la oferta marginal exclusivamente, sin tener en cuenta ni descontando el coste de oportunidad para las generaciones futuras, ni las consecuencias producidas en forma de basura, emisiones, contaminación o desaparición de especies animales o vegetales, incluidos los críticos corales?

Hay montones de panfletos sesudos, presuntamente científicos, acerca de esta versión parcial, impúdica y cínica del pensamiento económico. Cientos de ellos son matemáticamente irracionales y vacuos, desarrollados por cada aprendiz de brujo o druida consagrado como su mediocridad le dio a entender, con el fin de cosechar inmerecidos honores, preferentemente con recetas y ecuaciones trufadas de ideología más que de ciencia virtuosa y cabal.

Por mencionar alguna corriente de moda, está la tribu keynesiana, la monetarista, más todas las variantes añadidas como pueden ser la escuela austríaca, la de las expectativas racionales o la llamada conductual o del comportamiento, ahora que nos hemos enterado, loados sean los dioses, que las neuras y caprichos de mentes iracundas y a menudo obcecadas contribuyen a que la economía no funcione mediante los parámetros “lógicos” con los que muchos se empeñan que debe trasegar.

Recordando, como se ha demostrado estos años que, de mercados eficientes, nada de nada, para horror de algunos oficiantes laureados y sus creyentes apostados en frío paredón, a la espera de su fusilamiento académico y no solo mediático.

No se pretende con esto afirmar que la prédica de la economía neoclásica no sirva para nada. A los acontecimientos recientes nos remitimos. Tan solo que no hay apenas nadie que se dedique a responder a la pregunta fundamental anterior, enunciada por el pensamiento económico futuro, ciencia todavía por emerger.

Cuando por fin se alumbre un futuro pleno de sabiduría económica de aplicación universal en todo momento y lugar, la economía neoclásica o marginalista se seguirá ocupando, como hasta ahora, de valorar si la oferta monetaria se debería regir con patrón oro de veinticuatro quilates, mediante barra libre de imprenta digital o reacuñando moneda medieval.

Continuará lidiando con los mecanismos de cambio, fijos o manipulados; con instrumentos fiscales o confiscatorios; con la inflación trotante o galopante; con las cuestiones ideológicas referentes a la esclavitud de los mercados o su idílica libertad; acerca de las desigualdades, camufladas o reales; o debatiendo la mano, más bien pezuña, que los estados continuarán metiendo en la deslomada economía.

Simples consideraciones tácticas que influirán en su marcha inmediata, pero que jamás lo harán significativamente, ni de ninguna otra manera, en el acontecer estratégico y a largo plazo de la futura economía fundamental.

Cuando la economía se enseñe juiciosamente en las escuelas, el día que se corrija la aberrante deriva educativa elevando el patético nivel actual, se distinguirán dos niveles: la llamada economía fundamental, todavía por desarrollar, que será la versión general de la disciplina de marras; y su variante restringida, denominada neoclásica o marginalista, versión ortodoxa en vigor que está marcando el andar errante y hasta el momento delirante de la decadente civilización occidental.