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Alguna economía que los niños aplicarán mañana
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Alguna economía que los niños aplicarán mañana

Cualquier teoría sin prudente equivocación práctica se convierte en cosa inútil. Al pensamiento económico no le gusta meter la pata con innovaciones, so pena de ser

Cualquier teoría sin prudente equivocación práctica se convierte en cosa inútil. Al pensamiento económico no le gusta meter la pata con innovaciones, so pena de ser acusado de revolucionario, fascista, estalinista o incluso de raro. Por eso mismo lleva demasiado tiempo sin proponer ninguna.

Cuando se ha atrevido, el ser humano se ha pasado de rosca en su aplicación, causando millones de muertos o acalladas hambrunas. La historia reciente, cada vez más olvidada, está plagada de ejemplos. Que se lo digan a tanto camarada progresista, no hace mucho orgulloso marxista o revolucionario, transmutado en capitalista feroz a costa de papá estado.

O al ultraliberalismo falaz que está socavando lentamente el delirante tinglado global en el que estamos embarcados. Hasta que sus excesos, o el cambio climático, o los múltiples desajustes provocados, acaben por demolerlo. Reduciendo a cenizas esta civilización a semejanza de la una vez grandiosa cultura maya.

Los druidas económicos proclaman la necesidad de innovación a sus fieles como motor del ansiado crecimiento económico. Para ellos mismos no se reservan ni siquiera un ápice de tal virtud, ensimismados como están en la excelencia inconsciente de sus desinflados teoremas.

La evolución ordenada hacia un crecimiento económico más o menos sostenible: mediante la sobriedad, la armonía con la naturaleza, el respeto a los demás, incluyendo a nuestros descendientes, ni siquiera es objetivo contemplado por la academia.

Lo es menos todavía por una ciudadanía asilvestrada en su inconsciente y mecánico quehacer diario. A la cual las teorías económicas al mando le vienen de perlas porque permiten acallar posibles remordimientos, si alguno los tuviere.

Este sistema económico ha demostrado sobradamente sus limitaciones. Estamos desarbolados de raciocinio. Los acontecimientos presentes muestran la necesidad de avanzar un poquito más, más bien mucho, para disolver esta crisis y las que están por llegar. Con paciencia, prudencia y a ser posible algo de sabiduría.

Se hará, esperemos, con la vetusta economía neoclásica a bordo, si se deja, o a pesar de ella si se empeña en descabalgarse de esta peripecia vital.

Pensar es gratis. Desentumézcase la anquilosada comunidad, suponiendo que sea capaz de asimilar conceptos diferentes. Con alguna receta, compleja, lo admito, que permita atisbar por donde podrían ir los tiros de la recientemente inaugurada economía fundamental. El simplismo, sea económico, artístico, arquitectónico o conceptual ha caducado.

Es imperativo modificar la definición de productividad…

Para ello es necesario, como primer paso, redefinir las tres esencias de lo económico: la apropiación, la valoración y el intercambio. Adecuar la noción de productividad a la realidad geológica y biológica de éste, nuestro único planeta disponible.

Empezaremos por la apropiación. Cuando utilizamos un material finito o no reutilizable a perpetuidad, dejará de estar disponible para otros en el futuro. Parece obvio.

La ficción de la sustitución sin fin de los recursos por obra y gracia de la sacrosanta tecnología, tan querida por los sabios del lugar, no podrá ser aplicada eternamente, salvo intercesión divina, digan lo que digan sus sagrados dogmas y preceptos.

Estamos esquilmado un caladero tras otro, por poner un ejemplo recurrente. Es la denominada tragedia de lo común. A esta velocidad, dentro de no mucho apenas quedará pescado que comer si no permitimos a las especies regenerarse. La sobreexplotación mediante archiproductivos buques pesqueros, de acuerdo con la definición convencional del término, está acabando con todo lo que aletea bajo las aguas.

Es culpable el mecanismo de fijación de precios presente, marcados en función tan solo de la disponibilidad instantánea y marginal. Disfrutamos de manjares baratos porque tales instrumentos son incapaces de valorar la escasez en ciernes. De momento seguiremos disfrutando de buenas proteínas gracias a los “productivos” sistemas pesqueros actuales. Hasta que ya no quede pez que valorar ni alimento tan dietéticamente eficiente con qué sustituirlo, empobreciendo definitivamente la vida marina y nuestros estómagos.

Mientras no se incorpore el inventario de cada recurso, cada día más menguante, a los mecanismos de fijación de precios, no se comenzará a corregir este primer problema. Es preciso descontar su agotamiento progresivo de alguna manera e incluirlo en el coste, provisionando futuras actuaciones que mitiguen o al menos ralenticen tal contrariedad. O que simplemente detenga la masacre en situaciones críticas, cuando el coste se vuelva insoportable.

Se conseguirá promoviendo mecanismos fiscales activos que desincentiven un consumo abusivo y graven la contaminación. A través de cargas impositivas progresivas que sustituyan al vigente impuesto sobre el valor añadido. Poniendo en valor y reflejando en el precio su imposible utilización futura.

Y, si no es efectivo, insistiendo en medidas coercitivas o punitivas eficaces que protejan en este caso los caladeros. En la nueva economía, la gestión inteligente de la demanda, mediante mecanismos automáticos de regulación, debería ser capaz de proteger los recursos escasos.

El mismo razonamiento es válido para el resto de recursos que estamos dilapidando, deteriorando o destruyendo sean animales, vegetales o minerales: los bosques tropicales, los metales, las tierras raras, las energías fósiles; o las pérdidas de corales y otras muchas especies, debido a la acidificación de los mares, causada por el exceso de emisiones.

Calculando el coste de manera que recursos que podrían ser perfectamente renovables si no se destruyesen alegremente, como los bosques, se puedan fortalecer mediante los nuevos mecanismos variables de la demanda, manteniendo la depredación bajo control.

…valorando adecuadamente los recursos

Es necesario, pues, modernizar los sistemas de valoración de los recursos escasos para poderlos reflejar en los precios. Incluir los costes colaterales de tales manipulaciones: la basura o la contaminación producida. Descontar su progresivo agotamiento: la mayor productividad de hoy se consigue a costa de menores producciones en el futuro. Que generarán pobreza que algún día se manifestará mortífera y cruelmente.

La productividad de un moderno buque pesquero o una mina a cielo abierto podrá ser muy elevada. Pero cuando se agota un caladero o la explotación, tales activos dejan de tener valor. Se puede trasladar el barco a otro lugar y la maquinaria a otra mina. Pero no se podrá hacer eternamente.

En el primer caso quedarán los océanos huérfanos de vida y, en el otro, tierras sin vegetación o anegadas de destrucción medioambiental. Que se lo digan a todos los Avatares repartidos a lo largo y ancho de tanto desecho global.

Vivimos en un planeta aislado, cosa que solemos olvidar. Por muchas reservas adicionales que se encuentren, habrá disponibilidad marginalmente ilimitada de recursos no renovables y de minerales durante unos pocos centenares de años, tan solo decenios en algunos casos. Un intervalo de tiempo infinitesimal en una andadura humana de ya unos cuantos millones de años.

El cambio climático oficiará a lo burro cuando llegue el momento. Sea por causas naturales o antropogénicas no será motivo primigenio. Tan solo un descontrolado acelerador de catástrofes despabilador de conciencias, esperemos.

Cualquier teoría sin prudente equivocación práctica se convierte en cosa inútil. Al pensamiento económico no le gusta meter la pata con innovaciones, so pena de ser acusado de revolucionario, fascista, estalinista o incluso de raro. Por eso mismo lleva demasiado tiempo sin proponer ninguna.