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Sobria economía según Montaigne
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Sobria economía según Montaigne

Después del inesperado sofocón de propuestas absurdas de antes de ayer, toca empezar a enhebrarlas. Aunque la inercia es un mal recurrente que nos hace tropezar

Después del inesperado sofocón de propuestas absurdas de antes de ayer, toca empezar a enhebrarlas. Aunque la inercia es un mal recurrente que nos hace tropezar una y mil veces contra la misma piedra, a veces suena la flauta y se consigue desembotar el entendimiento de algunas mentes que, como Herilo, se dicen sabias. No caerá esa breva esta vez.

Un sistema productivo diferente…

Si con permiso del cambio climático y la demagogia dominante concluimos que la escasez de recursos es el freno último que acabará marchitando esta o cualquier otra civilización que sustituya la tecnológica aberración actual denominada sociedad de la información (o del ruido), intentar retrasar ese momento quizás no sea asunto baladí.

Algunos ecologistas piensan que podremos forrar el planeta con paneles fotovoltaicos y molinillos el día que se acabe el petróleo, el gas o el carbón. Desgraciadamente, tales artilugios supuestamente renovables no podrán estar disponibles por los siglos de los siglos, ni siquiera unos pocos cientos de años.

La vida útil de cualquier sistema medianamente sofisticado como puede ser un molino eólico o cualquier cacharro solar sea termo o fotovoltaico es muy reducido, apenas veinticinco o treinta años.

Necesita recursos depositados en la corteza terrestre que no son ilimitados. Buena parte de las tierras raras o los materiales compuestos, los metales, el litio de las pilas, o los productos no renovables que se utilizan para fabricar biocombustibles, se agotarán un buen día o no se podrán reciclar más, si antes no se despedazan los mortales cuando sean incapaces de saciar la demanda, que será lo más probable.

Experiencia en tales menesteres e impulsos primitivos no faltarán. Montaigne sabía mucho de esos conspicuos trances.

… nos garantizaría una civilización más longeva…

En el mejor de los casos acabaremos como estábamos no hace todavía trescientos años. Calentándonos con madera, rastrojos o excrementos de ganado; mirando al cielo para implorar lluvia y así poder engullir algunos tallos y deglutir acecinados pencos; o rezando a cualquier ídolo tecnológico roto y oxidado para lograr la intercesión divina y la salvación terrenal. Y si no, al tiempo. Sistemas económicos como el propuesto ayer tan solo retrasarán el obituario.

Sería esencial comenzar a mirar el planeta de otra manera. No como una selva virgen infinita y agreste de la cual podemos tomar todo lo que queramos hasta que no queden gusanos ni raíces. Sino como de un pequeño cuarto trastero cada vez más cochambroso y vacío. Del cual solo nos quedará, el día que saquemos el último material almacenado, apagar la luz y cerrar la puerta a cualquier atisbo de razón y de prosperidad.

Es por ello que el atemperamiento será la cuestión central en el desarrollo económico futuro si queremos que haya alguno. Habrá que hacer las cosas de otra manera, poniendo el énfasis en el ahorro de recursos y materiales, y la eficiencia energética, para evitar estrellarnos contra el muro.

Generando una nueva definición de productividad en las antípodas de la actual. Instituyendo de nuevo la sobriedad. Convirtiendo el desarrollo de la ciencia de la escasez en objetivo primordial de nuestras aspiraciones materiales.

La verdadera productividad y la generación de auténtico valor añadido consistirán en conseguir el máximo bienestar, de la mayor cantidad de gente posible, a cambio de menos energía, minúsculas emisiones, apenas basura y nada de contaminación. Contribuyendo con ello a atenuar la velocidad de cambio del cambio climático y conviviendo con el resto de congéneres irracionales sin masacrarlos.

… que dignificará esta sociedad…

Tal actitud no modificará el futuro más lejano. Pero al menos alargará el viaje vital del ser humano, dignificando el camino. Lo ennoblecerá, dejando de asimilarlo a descontrolada lacra depredadora a la que nadie ha parado los pies, de momento, tal como la teoría de la evolución acabará reclamando. La sustitución eterna de los recursos proclamada por los druidas, una versión del creacionismo rival de Darwin y Wallace, mucho me temo que no tiene papel estelar aquí.

No es difícil comenzar. A poco que nos empeñemos podremos cosechar resultados espectaculares en un plazo de tiempo reducido, a la vez que ralentizamos el calentamiento global. Creando empleo y riqueza sobria, es decir, cultura y talento real en vez de conocimiento mendaz programado para una mayor extenuación.

… a propuesta de Montaigne

Parece ser que, para Albert Camus, lucidez, rechazo, ironía y obstinación eran cuatro atributos indispensables del periodismo independiente. Y como de la última cualidad sobran quintales en este pequeño reducto de la inconveniencia más abyecta, decía Montaigne, el conocido descendiente de judíos portugueses y de Calatayud cuyos ancestros no achicharrados tuvieron que salir por piernas de aquí, como ahora tanto científico y buen profesional, que:

es la ciencia, en verdad, cualidad muy útil y grande. Los que la desprecian demuestran claramente su necedad; sin embargo, no estimo su valor hasta el punto extremo que algunos le atribuyen, como Herilo, el filósofo (o los economistas laureados, diría yo), según el cual reside en ella el bien supremo, y de ella depende que seamos sabios y felices; cosa que no creo, como tampoco lo que otros han dicho: que la ciencia es la madre de todas las virtudes y que todo vicio está producido por la ignorancia (Libro segundo – inicio del capítulo XII)“.

Casi medio milenio después, apenas hemos asimilado nada.

Después del inesperado sofocón de propuestas absurdas de antes de ayer, toca empezar a enhebrarlas. Aunque la inercia es un mal recurrente que nos hace tropezar una y mil veces contra la misma piedra, a veces suena la flauta y se consigue desembotar el entendimiento de algunas mentes que, como Herilo, se dicen sabias. No caerá esa breva esta vez.