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Lo que algún cambio climático nos enseña
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Lo que algún cambio climático nos enseña

Carbono fuimos, carbono somos y en carbono nos convertiremos. Si la revista National Geographic no existiera, habría que inventarla. El artículo de

Carbono fuimos, carbono somos y en carbono nos convertiremos. Si la revista National Geographic no existiera, habría que inventarla.

El artículo de este mes “Un mundo sin hielo” me ha traído a la memoria lecturas pasadas que en su momento me hicieron reflexionar. Cosa extraña en un ínfimo adminículo habitante de cierto planeta azul. Apenas un minúsculo eslabón de la evolución elaborado con carbono, agua y poca enjundia más, aderezado con menguantes neuronas sazonadas con algo de raciocinio envuelto en ansiada humanidad.

Atributos estos, diferenciales y únicos, que marcan la inconsciente y errática existencia del hombre en este lugar carbonatado o carbonoso, alguna vez hermoso. Por algo a la química del carbono, incluida nuestra vaporosa, tosca y demasiado hosca sustancia, se la denomina química orgánica.

Carbono somos y en carbono nos convertiremos

La Tierra es un sistema cerrado que solo recibe el influjo del sol (hidrógeno + helio), más algún que otro meteorito todos los meses, aunque sea enano e intrascendente. El reparto del inventario de carbono disponible en ella inspira en cada momento nuestro comportamiento futuro. No seamos tan ilusos de creer que es la inteligencia la rectora de nuestros destinos.

Se puede osar conjeturar que la cantidad de carbono almacenado en la Tierra es, y ha sido, más o menos la misma a lo largo de la prehistoria y muchos miles de milenios más. Otra cosa muy diferente es su reparto químico a lo largo de los tiempos y la manera en cómo ha reaccionado con el resto de compuestos.

El carbono es elemento clave para la vida que se escenifica en forma de grafito, grafeno, diamante, un jazmín, estiércol, nosotros, petróleo, metano, carbón, anhídrido carbónico o cualquier otra cosa vivita, ululante, rugiente o atufante que nos caliente, nos motive, nos emponzoñe o nos desgarre.

Tal elemento químico seguirá siendo casi constante en este planeta mientras la gravedad, los campos magnéticos o su calor interior, entre otros, no se declaren en huelga, haciendo que la atmósfera se evapore, y el agua de los océanos se lance en marcha reivindicativa indignada hacia el espacio, supurando este gallinero putrefacto, como pudo haber ocurrido en Marte (es una hipótesis).

El carbono está desigualmente esparcido en el aire, disuelto en el agua, agazapado en la tierra o calentando el fuego.

Varía el porcentaje en cada época, modificando el clima y la habitabilidad de esta casa común, pudiéndose acelerar los mecanismos de traspaso mediante procesos naturales. Pero, también, gracias a la tracción animal (ventosidades y flatulencias), aunque sea racional (agujeros y hoyos).

Nuestra existencia terrenal está gestionada por el reparto en cada momento del carbono existente a lo largo de atmósferas, profundidades, estratos  y bichos sean estos inteligentes o borricos. Por su balance instantáneo entre los cuatro elementos de la Antigüedad.

 

Un detective científico llamado Paleoclima

El paleoclima, el estudio del clima en el pasado, puede ayudarnos a comprender lo que está pasando y lo que nos deparará el futuro. Valorando, por ejemplo, el reparto de carbono en cada época entre los cuatro elementos, su interacción entre ellos, y las consecuencias que para la naturaleza y para la vida tuvo en todo momento.

Sus avances, con la colaboración de la siempre omnipresente geología, la biología y otras muchas ciencias no solo afines, nos están enseñando a auscultar el pasado. Nos permitirá predecir comportamientos climáticos y terrenales próximos que, como nos empeñemos con tanta cafrada y ahínco, no serán racionales y, menos todavía, humanos.

El Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno

Hace 56 millones de años, América del Norte y del Sur estaban separadas. Florida estaba sumergida y Groenlandia se separaba de Europa mientras el charco se ensanchaba.

Europa era un mosaico de taifas flotantes y España estaba desgajada y a trozos, como ahora, y eso que no había políticos nacionalistas tan indecentes, es decir, ninguno. El nivel del mar estaba casi 70 metros por encima del actual y el anhídrido carbónico en la atmósfera era de 1.500 partes por millón (ppm).

Los océanos estaban acidificados, desaparecieron muchas especies de corales y la vida allá abajo era complicada y con menos vecinos, como está pasando de nuevo a causa de la pesca sin control.

En los polos no había asomo de hielo. En el resto del planeta, tampoco. Las aguas de los fondos oceánicos estaban a 15 °C, catorce más que ahora, que apenas están un grado por encima del punto de congelación.

El planeta se adaptó, como era de esperar, a la subida drástica del CO2 y las temperaturas. Se ve que estaba regido por economistas ortodoxos adeptos al dios “ya veremos” y al crecimiento económico sin interrupción.

Bacterias e insectos fructificaron. Muchos seres vivos, animales y vegetales, redujeron paulatinamente su tamaño para poder sobrevivir a temperaturas seis grados centígrados de media superiores.

Nuestros antepasados primates no debían ser mayores que un gato, me imagino que también su cerebro, lo cual explica muchas carencias y las graves deficiencias actuales.

Una correlación confirmada

Se conoce tal período como el Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno (MTPE). El paleoclima confirma la correlación en tales fechas entre el incremento de CO2 y las temperaturas. De ser así, el calentamiento en ciernes dejaría de ser definitivamente una manoseada hipótesis para convertirse en evidencia empírica futura.

Los dinosaurios, excluyendo amenazantes larvas de académicos del ínclito gremio, se habían extinguido con la ayuda de un inoportuno meteorito, que arrasó el Yucatán y varios barrios más, nueve millones de años atrás. Pero esa es otra historia truculenta, más cretácica que jurásica, menos humana que animal.

A pesar de tales infortunios, nosotros no existiríamos si no hubiesen ocurrido tales calamidades. O habría aparecido bicho racional diferente.

Parece que el cambio climático imaginativo, no muy diferente en su concepto al ideado por Schumpeter, aclamado apóstol de la destrucción creativa que habría renegado de la consciente masacre económica actual, es cosa evidente.

Esperemos no me pille a mí por medio, no me apetece hacer de conejillo de indias de la naturaleza, aunque a demasiados genios y druidas les entusiasme tal posibilidad.

Y, como hay sucesos que tienden a repetirse, propondremos una hipótesis mortífera a cuenta de esta extraña historia inconclusa y molesta.

Carbono fuimos, carbono somos y en carbono nos convertiremos. Si la revista National Geographic no existiera, habría que inventarla.