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Gasolinera, divino tesoro
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Gasolinera, divino tesoro

El método oligárquico, también denominado a la rusa, consiste en dar duros a peseta. Especialidad recurrente en este país a la sazón quebrado, mientras disfrutan los

El método oligárquico, también denominado a la rusa, consiste en dar duros a peseta. Especialidad recurrente en este país a la sazón quebrado, mientras disfrutan los beneficiarios de siempre. Allí, personas físicas. Aquí, grupos de poder con tara política o entusiastas de faltriquera ajena, repartiendo poltronas o francachelas a los acólitos mentores.

La tal liberalización impuesta por la UE, jaleada con la boca pequeña por el caciquismo patrio, consistió no solo en concentrar la propiedad de las refinerías en tres grupos -que no pudieron ser dos porque uno verde se coló sin ser invitado-, para repartir el gobierno de entonces entre ellos, dadivosamente, las gasolineras del monopolio común y otros puntos de venta.

Las gasolineras del antiguo monopolio disfrutaban de las mejores localizaciones, eran las que más vendían. Estaban bajo propiedad o atadas y bien atadas, como el Generalísimo cuando feneció, mediante contratos de abanderamiento y suministro a largo plazo. Al Caudillo lo desataron rápidamente mediante harakiri en pleno histórico. Para que la casta sucesora, de apellido democrática, pudiera volver a amordazar a las instituciones, sin contemplaciones. Hasta hoy.

Las refinerías solo tuvieron que pagar precio de saldo cuando tocó reparto entre los miembros del exclusivo club. Para poder disfrutar de ellas cual oligarca con inmenso yate, club de fútbol y buenos contactos. El precio fue de risa. Por debajo de lo que estaban dispuestos a pagar los nuevos entrantes al calor de la buena nueva. No les dieron a los ingenuos la más mínima oportunidad, a pesar de que hubo insistentes peticiones para comprar. En países de moral puritana y aseada decencia se denomina prevaricación.

Gasolineras adjudicadas a la rusa…

Todos sabemos lo sencillo que es montar nada en este país compartimentado en taifas y negociados, en chiringuitos papelarios que no aportan nada a la cadena de valor. Inundando de inseguridad jurídica, incrementando el riesgo empresarial de los pobres desgraciados que se adentran incautamente por el demencial laberinto institucional, sin hilo de Ariadna en forma de paciencia y amiguetes, que permita desenredar los entuertos burocráticos sin arruinarse o desfallecer.

Las nuevas compañías no tuvieron más remedio, pues, que gastar un dineral en desplegar redes propias. Debían competir con las refinerías establecidas que se podían permitir el lujo de pagar precios desorbitados por nuevas gasolineras, para incrementar su cuota de mercado y bloquear a los incautos, ya que los españoles habíamos financiado las antiguas por la cara. Disfrutaban de colchón de sobra que amortiguaba y, todavía lo hace, sus ineficacias masivas.

Ello creó una burbuja en el sector de las gasolineras. Hubo construcción de instalaciones que no aguantaban el más mínimo rigor ni justificaban la inversión. Algunas han cerrado, faltaría más, a causa de la mala gestión.

Al calor de la liberación, muchas de las grandes multinacionales del sector y otras más pequeñas intentaron introducirse en este mercado durante los años noventa del siglo pasado para salir huyendo una década después, tirando la toalla, ante la imposibilidad de competir ante las continuas chinas en los zapatos con las que obsequiaban las diferentes administraciones, incrementando absurdamente los costes.

Los aspirantes a competidores, después de dejarse la hijuela, se han marchado. El candado se ha cerrado, con mayor ferocidad, con la inestimable protección de la autoridad.

… cuando la competencia no interesa…

Ganaban los expertos en mover papeles, los dueños de terrenos o los oligarcas. ¡País extraño!, donde improductivo erial se convierte en esplendoroso Potosí por obra y gracia de licencias o burocracias, sea para levantar gasolineras, construir adosados o erigir pirulís. ¿Tenemos derecho a quejarnos?

En los países del norte de Europa y EEUU es normal ver varias gasolineras alineadas en competitiva vecindad. Aquí no las hay.

Si nos comparamos con el vecino de arriba, los hipermercados hicieron espabilar a Francia, igualmente amordazada por oligopolio lustros ha, aunque la competencia entre refinerías era mayor. Aquí apenas les han dejado hacer, no sea que sacaran los colores a los primeros. Allí más de la mitad del combustible es despachado por aquellos a precio sensiblemente menor antes de impuestos. Aquí hay poco de eso.

Decían que se pretendía proteger la industria nacional. Las compañías van siendo controladas por oscuros grupos que se embolsan nuestro dinero. Nuestro, han oído bien. No son producto de una justa lid capitalista, una buena gestión y, menos todavía, un mercado libre. Dará igual mientras siga proporcionando empleo al club del contubernio. Un pan como unas tortas a precio de soufflé de boda o recordatorio de comunión.

… para que los precios puedan entonar armónicas seguidillas

Al estar el control de las gasolineras concentrado por zonas geográficas sin haber dos puerta con puerta, los operadores pequeños no tienen más que seguir al líder, sin hacer preguntas, para disfrutar del festín. Los precios suben inmediatamente cuando se eleva el crudo, dice el ministro, lo cual no ocurre cuando hay de verdad competencia, o bajan lentamente cual liviana pluma cuando se desploma, lo cual tampoco pasa cuando existe confrontación mercantil. Estas cosas no ocurrirían si hubiese abundancia de competidores y nadie, en ninguna comarca o región, acogotase el mercado. La instantánea y a veces útil microeconomía ayuda a entender este embrollo de manual.

¿Culpable? La administración central, las autonómicas más los ayuntamientos a partes desiguales. Por cierto, Cataluña ha sido especialmente negligente consigo misma. Debería disfrutar de los menores precios de la península en vez de Huesca. No porque sean más listos, guapos o trabajadores, sino por su situación geográfica. Que den explicaciones sus expertos. ¿Acaso es culpa de Madrid? ¿O que su ombligo embarrado en bandera aragonesa y algo condal no les permite gestionar con eficacia su territorio, ni ver más allá de sus independientes narices, al destinar sus macabras fuerzas a reventar la convivencia y cargarse la legalidad democrática?

Ayer no salimos de la refinería. Hoy hablamos de gasolineras. Comentamos cómo la liberación comenzó concentrando refinerías en la España peninsular. El primer grupo aglutina cinco; el segundo tres, dos de ellas dominando con mano de hierro el sur de la península y la otra aplastando con ardiente fervor las Islas Canarias; y, el tercero, en costado levantino abrevando su porción.

Hemos punteado cómo la red del antiguo monopolio siguió la misma senda de concentración, calamidad que fue saldada a la manera oligarca rusa, sin permitir que aquellos que deseaban entrar en el mercado pudiesen competir en igualdad de condiciones. Restringiendo con artimañas legales la apertura de gasolineras e impidiendo la competencia, la colaboración masiva de los hipermercados. Los competidores más ilustres y afamados se acabaron marchando. Permanecen los parias. ¿No es razón suficiente para hacer reflexionar?

Hay soluciones: derecho anglosajón. Revertir drásticamente la situación. Que arreglen el enquistado problema los mismos que lo crearon. El señor ministro se arremangará cuando Dostoievski reniegue del indulto o los crímenes financieros reciban justo castigo a la manera islandesa. ¿O no?

El método oligárquico, también denominado a la rusa, consiste en dar duros a peseta. Especialidad recurrente en este país a la sazón quebrado, mientras disfrutan los beneficiarios de siempre. Allí, personas físicas. Aquí, grupos de poder con tara política o entusiastas de faltriquera ajena, repartiendo poltronas o francachelas a los acólitos mentores.