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Camino de servidumbre, la derrota de la clase media
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Camino de servidumbre, la derrota de la clase media

Si Hayek levantara la cabeza, renegaría de sus discípulos. Pasó su vida luchando por la libertad, denunciando los totalitarismos, el miedo al socialismo, en el peor

Si Hayek levantara la cabeza, renegaría de sus discípulos. Pasó su vida luchando por la libertad, denunciando los totalitarismos, el miedo al socialismo, en el peor sentido del término. Está siendo traicionado por aquellos que están inseminando de servidumbre Occidente, utilizando su prestigio y su ideario para cebar la codicia, el liberalismo salvaje, jamás el liberalismo, el crecimiento desbocado y depredador, la ley de la selva, el enriquecimiento ilícito, el derrumbe de la clase media, aquella que apuntala la palabra libertad.

Los sicarios de Keynes, mientras tanto, actúan de mamporreros, cómplices del desguace de una civilización que alguna vez fue plena. La demolición del Telón de Acero privó a Occidente de enemigos a quien culpar. Ahora están infiltrados. Es la quinta columna que nos conduce al caos, carcomiendo el espíritu y los valores de la Ilustración, a beneficio de inventario.

La agonía de Hayek…

Para Hayek, liberalismo no era lo mismo que laissez-faire. No todo valía para él. Las instituciones debían cumplir un papel regulador garante de la libertad. Huía de toda economía dirigida que restringiera la competencia, no de la necesidad de regulación, cuando el libre mercado no era más que teórica quimera, en determinados sectores.

Conocía muy bien la economía. La tendencia al monopolio que no había manera de limitar si no era mediante la actuación coactiva y justa de los Gobiernos, incluso enérgica, cuando razones estructurales impedían una justa lid comercial.

Tales monopolios, que antes de la entrada en la UE estaban razonablemente regulados, se han convertido en odiosos oligopolios bendecidos por aquellos que supuestamente defienden la libertad de mercado, que son financiados por ellos de manera camuflada o indirecta, protegidos por Gobiernos y patricios, incluido el nuestro.

España tuvo hasta su despiece la mejor sanidad del mundo a pesar de sus carencias. Era una, grande y libre. Ejemplar, universal y barata. Pertenecía a los ciudadanos, estaban satisfechos con ella. Su coste era irrisorio, en porcentaje sobre el PIB, apenas superior al cinco por ciento. Estaba por debajo de cualquier país rico, con prestaciones mejores que cualquiera de ellos. Ciudadanos de lugares que pretenden darnos lecciones de laboriosidad venían aquí a curar sus achaques aprovechando el veraneo o la jubilación. Por algo sería. Hayek no renegaba de tales milagros.

Estados Unidos, paladín del libre mercado, de la competencia y la productividad, tiene una sanidad que, además de privada, es cara, ineficiente y cutre: apenas cubre a una parte privilegiada de la población a precio de oro. La parte pública es penosa. Supone el conjunto bastante más del diez por ciento de su PIB. ¿Cómo se come tamaña diferencia entre los dos países, cuando los resultados ni siquiera son comparables, ya que muchos allá no pueden acceder a digna asistencia sanitaria? Hayek condenaría tal sistema injusto y poco competitivo por muy privado que fuese.

El caciquismo local pretende enriquecer a unos pocos, inmolando los hospitales públicos en el altar de la productividad, sustituyendo pacientes por clientes, regalando la concesión a los amigos a cambio de nada. La Seguridad Social seguirá pagando el dispendio cualquiera que sea este, hasta acabar arruinada, para provocar su desaparición. Este es un primer paso.

En España, lo público se ha vuelto ineficaz. No siempre lo fue. Lo han vuelto así los políticos mal aconsejados por omnipotentes druidas, en contubernio con mal llamados empresarios, a los cuales no les ha interesado una buena gestión pública. Así justifican la privatización, para abrevar a sus huestes, a cambio del sacrosanto derecho de pernada.

El debate económico no debería consistir en si la gestión debe ser pública o privada, gestionada de manera centralizada o torpemente descentralizada. Ambos sistemas pueden ser eficaces. El debate tiene que ver con la calidad de las personas que están al frente, sus mecanismos de nombramiento, el sentido común utilizado en la gestión, la organización sensata de los sistemas hospitalarios.

La solución consiste en nombrar buenas gerencias y voluntad por hacer las cosas bien, como antaño. Para ello, los políticos al mando deberán poseer lo que escasea: cintura profesional, honestidad, la moral necesaria para escoger a los más capacitados en vez de a compadres igual de ineptos. No interesa.

Es mejor lloriquear en términos de agravios, fomentar el tribalismo para camuflar oscurantismo y apropiación al tres por ciento, pretendida cercanía al ciudadano, sin caer en la cuenta de que tales chanzas han devenido en corrupción, ausencia de contrapoderes y de decencia, de control efectivo del dispendio público o falta de eficacia.

Las privatizaciones de bienes públicos en ciernes, en Madrid y otras comunidades, encarecerán todavía más una sanidad que se empezó a demoler cuando la descoyuntaron. Cuando se troceó geográficamente y se puso en manos de políticos mendaces, insaciables de prebendas y cazo en los diecisiete chiringuitos, privados de la soberanía de la razón y la dictadura de la honradez. Cuando convirtieron la cosa pública en particular Edén donde retozar sus espurios intereses y su alabada incompetencia.

Tales actuaciones se justifican bajo el manto de la productividad, se postran en el altar de un supuesto libre mercado y la eficiencia que inevitablemente tiene una siempre mejor gestión privada de los gastos. Jocosa mención para los muchos que soportan un jefe inepto y desalmado en empresas, privadas, que dejan mucho que desear.

La buena gestión pública que antaño existió escasea ahora en España porque los políticos se han preocupado en dinamitarla para justificar la coyuntura actual. Mientras tanto, los ingresos de tales privatizaciones seguirán cayendo del pesebre público. Así cualquiera gestiona nada. Yo también quiero apuntarme al chollo de tener asegurado el capítulo del haber. ¿Por qué no tengo opción a él?

… junto con las tribulaciones de Keynes…

Es Keynes el mayor colaborador involuntario del apesadumbrado Hayek en este atribulado escenario. No él, faltaría más, sino sus más conspicuos seguidores. Son estos últimos los que, atizando la creencia de que insuflando crédito ilimitado en el sistema se crea riqueza al espolear el crecimiento económico, no consiguen más que taponar el hedor de las heces que supura el sistema financiero al hinchar la burbuja financiera, alargando de manera indecorosa la agonía: llámese Quantitative Easing, rescate a entidades financieras o préstamos a gobiernos quebrados, prácticamente todos. Un bucle que se retroalimenta, engordando cada día más, hasta el día que haga plaf.

El dinero no llega a la economía real. No se benefician los ciudadanos. Su cada vez más escasa riqueza está siendo succionada a base de confiscación fiscal. Solo se insufla vida a bancos zombies o a los odiosos oligopolios, los cuales, a cambio de tapar las miserias de los Gobiernos acaparando deuda pública impagable, haciendo de agencias de colocación de políticos cesantes, salen de rositas de este entuerto hinchando la burbuja del crédito. Reventará.

Se han convertido tales keynesianos en tontos útiles al servicio de la ocluida libertad de mercado, el desguace de la libertad, la disolución de la clase media. Una de las causas es la infantilización de la sociedad, empezando por arriba. La conversión de las idílicas teorías económicas en ideologías. ¿Equilibrio general? Una coña macabra que los economistas austriacos ya denunciaron.

Nadie es culpable de nada: la sociedad parece dirigida por encapuchados. Los políticos, los economistas y los banqueros que nos han conducido hasta aquí nos hacen creer que son anónimos los causantes del desbarajuste, para no tomar medidas ejemplarizantes o mandarlos a paseo.

Hasta no hace mucho, estos últimos eran responsables con su patrimonio del quebranto que causaban. John Pierpont Morgan y sus socios respondían con sus bienes de los créditos que otorgaba su banca, J.P. Morgan. Los socios de Goldman Sachs eran individuos cuya responsabilidad personal era ilimitada en caso de quebranto a la sociedad. Los aristocráticos names del Lloyd´s de Londres taparon de su bolsillo un envenenado agujero en los seguros hace apenas veinte años. Algunos se fueron al garete pecuniario.

Banquero y confianza eran la misma cosa. A cambio de responder con sus bienes, tomaban decisiones con sensatez y sabiduría, exigían rigor a los prestatarios, desaconsejaban a los temerarios. Gozaban de reconocimiento y prestigio. Igualito que ahora. Los bancos quebraban, era ley de vida. No pasaba nada, y algunos financieros se arruinaban. Sabían a lo que se exponían.

Tales limitaciones no impidieron que, tanto EE.UU. como el Reino Unido, la clase media de todo Occidente se expandiera durante el siglo XX a pesar de cataclismos autoritarios, de nacionalismos transmutados en locura colectiva, como los que rememoramos en costado herido.

Nadie en las cajas de ahorros o bancos de cualquier parte del mundo, salvo en Islandia, Mario Conde o el lapidado Mariano Rubio por asunto menor, acabaron en la cárcel. Si hubo precedentes, ¿por qué no se aplica el mismo rasero a los responsables del desastre reciente, acabando con su impunidad?

… han arruinado Occidente

Occidente está quebrado. La deuda total de cualquier país (pública + familias + empresas + bancaria) oscila entre un 300 y un 500% del PIB. Japón y Gran Bretaña se llevan la palma. España sigue a distancia, en la parte baja del listón, no muy lejos de EE.UU., Francia, Italia e incluso Alemania. En época de la Gran Depresión, el nivel apenas superaba el 150%.

El crecimiento económico de los últimos setenta años se ha realizado mediante endeudamiento que no se podrá cancelar a causa del envejecimiento de la población. Es la burbuja definitiva que acompañará en su deflagración a la burbuja medioambiental y los desencuentros con el manido cambio climático.

Antiguamente, el deudor se convertía en esclavo. Hoy, la clase media garante de la libertad, la igualdad y la fraternidad, guardiana de los valores de la Ilustración, pagadora última de la deuda del estado, está desapareciendo, retornando a estado servil, aunque disfrute de Internet. ¿Quién liquidará las deudas, quién pagará las pensiones cuando el castillo de naipes se quede sin inquilinos porque han descendido a tropel un escalón y ande con cachava el resto?

Los culpables últimos, camuflados, lobbies los llaman, se podrían desenmascarar si hubiese interés. Actúan amparados en nobeladas teorías económicas delirantes, a la par que neoclásicas. No fue difícil identificarlos en época de Hayek. Ahora están enquistados en las entrañas de su memoria carcomiendo la academia y la razón.

Nadie quiere detener la debacle, reconducir un sistema educativo orientado exclusivamente a cebar contaminante productividad, que abjura del conocimiento, el discernimiento, el raciocinio y las letras. Interesa crear inertes masas tituladas, escasamente instruidas a causa de un igualitarismo castrador, orientadas a laborar de manera acrítica a cambio de vil subempleo, en vez de formar ciudadanos ilustrados. La filosofía, el arte, la nobleza, la cultura, el tesón, la belleza, la sensatez, la razón han claudicado. Sin clase media, la libertad desaparece: será el suicidio de Occidente.

La socialdemocracia a veces cerril, que apuntaló la clase media en Europa y de alguna manera en los Estados Unidos de Roosevelt, que se desarrolló como reacción al socialismo a la manera nazi o bolchevique que tanto temía Hayek ha desaparecido sin dejar rastro, sin haber sido capaz de ponerse al día. Una gran desgracia hasta para aquellos que no comulgaban con ella.

No hay alternativa al expolio de la ciudadanía. El drama, uno de ellos, es que siguen tomando las decisiones aquellos que crearon los problemas. En España y en el resto de Occidente, Lehman Brothers dixit.

Lacayos inconscientes de Keynes postrados a la causa de los traidores de Hayek. Despropósitos postreros. Se estarán retorciendo ambos en sus tumbas al contemplar tamaña locura. Parafraseando a nuestro coprotagonista de hoy, la libertad se arrastra Camino de Servidumbre, la derrota de la clase media. Relean el libro. ¡Si los pobres desgraciados levantaran la cabeza!

Si Hayek levantara la cabeza, renegaría de sus discípulos. Pasó su vida luchando por la libertad, denunciando los totalitarismos, el miedo al socialismo, en el peor sentido del término. Está siendo traicionado por aquellos que están inseminando de servidumbre Occidente, utilizando su prestigio y su ideario para cebar la codicia, el liberalismo salvaje, jamás el liberalismo, el crecimiento desbocado y depredador, la ley de la selva, el enriquecimiento ilícito, el derrumbe de la clase media, aquella que apuntala la palabra libertad.