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Los despistados de Davos
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Los despistados de Davos

El cambio climático no es ningún drama en sí, siempre ha existido. Lo es la velocidad de éste. Y tampoco es el problema de fondo: lo

El cambio climático no es ningún drama en sí, siempre ha existido. Lo es la velocidad de éste. Y tampoco es el problema de fondo: lo es el modelo de crecimiento económico desaforado en vigor, el derroche, cada vez más ausente de bienestar, equidad y belleza.

Las disquisiciones sobre si el cambio climático es de origen antropogénico o natural no son más que cortinas de humo que ocultan problemas mucho más complejos: la imposibilidad a muy largo plazo de crecer indefinidamente, cuando el agotamiento de los recursos naturales sea una realidad, cuando el enésimo reciclado sea ya imposible, o cuando la porquería y el hedor generado apesten sin solución de continuidad.

La paciencia solar regenerará el planeta, sin prisa pero sin pausa, a lo largo de los próximos millones de años. Terminará su labor, en los océanos volverá a bullir vida, la Tierra volverá a ser otra vez un lugar exuberante y variado, una vez se haya desembarazado de nosotros. Las ruinas quedarán, a modo de milenarios fósiles de dinosaurio, despojadas de decadente belleza.

Se puede crecer a corto y medio plazo a buen ritmo si se modifica el absurdo paradigma económico actual. El crecimiento económico es posible, sin mayor gasto energético o esquilmación de recursos, siempre y cuando la actividad económica se plantee en términos de eficiencia energética y medioambiental, monetizando tales conceptos. Dar valor cero a la simple apropiación de recursos o de energía fósil, o asignándoles tan solo el coste del trasiego y del agujero, ya no es una opción razonable.

Para el sistema económico en vigor, del cual la Cumbre de Davos no es más que la punta del iceberg mediático e institucional, la economía marcha por su lado y, a contrapelo, desfilan los desafíos humanos y medioambientales con entrópica marcialidad. Hasta hace apenas un cuarto de milenio habían ido de la mano ambos, con toda su crudeza y su pobreza, sin que nadie se percatara de ello.

Los despistados de Davos no han dejado de carraspear estos días los mismos mantras de siempre sin aportar soluciones, sin ni siquiera ser capaces de plantear con rigor los problemas más acuciantes.

Afortunadamente, parece que algún mainstream balbuceante comienza a percatarse de que el statu quo llega a su fin. Las compañías de seguros se están hartando de soltar indemnizaciones a causa de los cataclismos meteorológicos cada vez más frecuentes y virulentos. Como siempre, nadie espabila, nadie se plantea cambiar de tercio ni de políticas, hasta que el bolsillo comienza a escocer.

Cita Joaquín Estefanía en su artículo de este domingo titulado “Las dos tormentas” a David Cole, director de riesgos del grupo Swiss Re, que lo ha resumido así: “Desgraciadamente, la lucha contra la crisis económica y la crisis del cambio climático ya no se consideran una sola cosa, sino que se cree que es necesario elegir entre una y otra. La idea de que no podemos encontrar soluciones para ambas ha ganado terreno. Hay que evitar este enfoque compartimentado”.

Afortunadamente, no es necesario elegir entre ambas opciones. Los despistados de Davos deberían plantear un desarrollo económico menos utilitarista y más humanístico, volver a los orígenes de lo que una vez se pudo considerar ciencia, despojando al vilipendiado batiburrillo actual de los adminículos recientes, apenas científicos, que solo sirven para asombrar con su delirante virtuosismo, pero que no aportan nada más que despiste académico y vacuidad intelectual.

Es necesario retomar el desarrollo de tal ciencia social donde se estancó hace más de medio siglo, incorporando de nuevo a la economía la esencia política que perdió cuando se despojó del método científico que una vez aplicó. Volviendo a instaurar, de paso, la ciencia de la escasez.

Los planteamientos educativos en los colegios y universidades tampoco ayudan, desde el momento en que las humanidades se consideran disciplinas arcaicas y una pérdida de tiempo que disminuyen la productividad. Hay que educar para producir y depredar, dice la pedagogía en vigor, a ser posible a mil euros por ejemplar, y orejeras de pon y no quita para toda la vida. ¿Qué fue de los clásicos?

El verdadero reto de la economía, si quiere algún día convertirse en ciencia, será hacer equivalentes los conceptos de bienestar y desarrollo económico, el respeto por la naturaleza y la utilización sensata de los recursos finitos y contaminantes, aplicando el método científico en vez de ideología camuflada, si eso fuese posible.

En mostrar cómo se puede espolear un crecimiento económico sosegado y mesurado, con cada vez menor gasto energético por habitante y transacción, con las mínimas consecuencias dañinas para la salud de este planeta y sus habitantes.

Mientras la productividad no se mida en términos de eficacia energética y respeto al medioambiente; mientras la eficiencia no se plantee con el absoluto rigor con que lo define cualquier ciencia de verdad; mientras la fabricación de productos y el desarrollo de servicios no se realicen con el menor gasto energético y la menor contaminación posible; mientras la obsolescencia programada no se considere delito; mientras no se destierre la cultura de usar y tirar convirtiendo a cambio la basura en sueldos, por poner algún ejemplo, la economía y esta civilización avanzarán, inexorablemente, con destino a la porra.

La humanización de la economía permitirá crear abundante empleo al utilizar sabia energía humana en forma de habilidad y conocimiento, en vez de fuerza bruta a base de carbono enterrado, cuando disminuya la uniformidad, se abomine del simplismo, cuando el arte vuelva a ser arte y no impostura, cuando el gusto por el detalle y las cosas bien hechas vuelva a ser virtuosa realidad. “Small is beautiful”, proclamó el economista Fritz Schumacher.

Las emisiones, la contaminación, la acumulación de basura, la pérdida de biodiversidad, la urbanización descontrolada y extensiva, la destrucción de ecosistemas son consecuencias indeseables del modelo de crecimiento instaurado, olvidando la sensatez obligada de nuestros antepasados y la sabiduría vital de los ancestros. Mientras tanto, la innovación se arroja, textualmente, al vertedero, a ser posible donde las mentes castas y puras no puedan contemplar la basura, no solo tecnológica, producida.

La crisis del cambio climático no es más que una de las consecuencias de la desquiciada actividad humana y de la imbecilidad ideológica y política, de la ineducación, en forma de un desarrollo económico insostenible, que desde hace unos años reduce la riqueza global cierta y no ficticia, promoviendo mayor desigualdad. Lo contrario de lo conseguido hasta ahora, al menos en Occidente.

Davos se ha clausurado entre el despiste de políticos y personajes mediáticos y el ansia de magos y druidas en mantener su gloria efímera y hacer caja con sus oráculos manidos y disparatados. Los que gobiernan no se han enterado de que el mundo ha cambiado y que se han convertido en peleles inanimados en manos del destino.

Queridos despistados de Davos: para resolver un problema, primero hay que plantearlo con rigor. El crecimiento económico y el desarrollo humano durante los próximos siglos se podrán hacer compatibles con la naturaleza y las cuitas acerca del cambio climático si se dignan a cambiar el paso y evolucionar, a estudiar, asimilar y arriesgar nuevos planteamientos. Si no, alguien los revolucionará a ustedes, probablemente cuando sea demasiado tarde para todos.

Parafraseando el último parte de guerra: la crisis no ha terminado. Apenas ha comenzado.

El cambio climático no es ningún drama en sí, siempre ha existido. Lo es la velocidad de éste. Y tampoco es el problema de fondo: lo es el modelo de crecimiento económico desaforado en vigor, el derroche, cada vez más ausente de bienestar, equidad y belleza.