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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Neodemocracias

Vehemencia, desmesura, conspiración, escándalo. No hay manera de hacer espabilar al respetable se digan cosas sensatas o se razonen disparates

Vehemencia, desmesura, conspiración, escándalo. Da igual. Aquí no hay manera de hacer espabilar al respetable se digan cosas sensatas o se razonen disparates que a lo mejor no lo son tanto, vista la coyuntura. La idiocia de esta sociedad se incrementa a la par que la deuda. Alcanza ya niveles no mensurables. Pongamos pues algo de discernimiento, no sé si cuerdo, al menos siniestro, si no desternillante, ante la preocupante deriva hacia la nada de una democracia que antaño cohesionó a millones de ciudadanos a los que una vez ilusionó una anhelada transición.

Las democracias plenas funcionaban hasta no hace mucho porque la sociedad civil se mantenía vigilante a través de la educación y la movilización ciudadana. Existía una prensa otrora libre y hoy endeudada que, casualidad, la que no está simple y llanamente quebrada o es amenazada por el Gobierno conservador de la Pérfida Albión. Apergaminados medios de todo el mundo son financiados a menudo con dinero proveniente de los mismos poderes fácticos que son los que marcan su línea editorial y quejica negadora de toda realidad flagrante y fatal, sea financiera o climática, o difuminándola por orden de sus diligentes amos.

Había organismos y asociaciones de toda índole que son cada vez menos independientes al haber sido estrangulados no sólo ideológicamente. Abundaban intelectuales que una vez fueron tales y hoy son meras comparsas a sueldo del Estado o sus nacioncitas o de las facciones que luchan denodadamente por repartirse los despojos, los que no han degenerado en toscos tertulianos. Los científicos se comprometían con la sociedad y no sólo con sus investigaciones.

Entre todos ejercían vigilancia y presión que garantizaba una democracia, si no plena, al menos razonable. Los abusos de una u otra manera se contenían. Los gobernantes conocían sus límites. Tenían algo de sentido de Estado, cierto pudor. Eran conscientes de que no se podían pasar en sus atribuciones porque serían descubiertos, amonestados, desprestigiados, afeados o cesados. Todo eso es ya historia.

Obama, la esperanza demócrata de Estados Unidosen el sentido más amplio del término, se ha convertido en paladín de cualquier republicano recalcitrante y fanático. En el presidente más reaccionario en décadas producto de un marketing fantástico que fue capaz de engañar a millones de norteamericanos. Un títere fabricado, en manos de los resortes económicos enquistados en su propio Gobierno, de los grupos de presión que manejan los hilos del muñeco de trapo. Guantánamo se lo recuerda cada día, las filtraciones también.

Mosquea su apoyo incondicional al helicóptero digital que sobrevuela sin interrupción la morralla financiera regando indecorosamente entidades virtualmente quebradas que gracias a ello declaran beneficios, como Lehman Brothers antes de colapsar. Un sistema económico global que va derecho a la porra anegado en deuda y un liderazgo errado, sin ningún objetivo sano, incapaz de atenuar la burbuja terrenal. Y una Administración que año tras año, al final de cada año, no tiene más remedio que aumentar su techo de gasto para no tener que detener ipso facto el descontrolado chiringuito gubernamental. ¿Para qué sirve el impeachment?

La misma existencia de Gibraltar es otra prueba fehaciente de la locura que nos arruina.Nido de víboras, caraduras y estafadores que se lucra obscenamente a causa de una excepcionalidad jurídica y fiscal impropia de la Europa del siglo XXI, amamantada por una metrópoli una vez considerada civilizada, decadente sociedad incapaz de hacer tabla rasa con un pasado colonial no muy decente.

Singularidad histórica que sirve como lavadora de dinero criminal, como tantos otros paraísos fiscales más. Ejemplo significativo de cloaca que desagua corrupción y el contrabando físico y societario más humillante que está triturando Occidente. Se dignificará el Reino Unido el día que ofrezca a España una solución a tal anomalía pestilente demoledora de su propio prestigio, que devuelva la dignidad perdida a la sociedad de su Graciosa Majestad, y la aleje del peligro de convertirse en otra neodemocracia más, a lo cual ya es firme candidato.

Y, de aquí, qué más podemos contar. En España la democracia se ha ido pudriendo lentamente. Nada queda ya de la transición que maravilló al mundo. Hemos vuelto al siglo XIX, la alternancia de poder, la cacicada permanente. Ni siquiera eso: hoy en día todos se atornillan al cargo, nadie dimite hasta que lo echan a patadas del despacho.

Retornamos a épocas que pensábamos eran ya historia cuando caciques, clero y rufianes impidieron que España se subiera al carro de la Revolución Industrial y la modernidad más ilustrada. La tesitura vuelve ser la misma, cambia tan sólo el atrezzo o, todo lo más, la utilería. Los mecanismos son diferentes, pero la putrefacción cívica e institucional es similar, si no más acentuada que entonces.

La neodemocracia española mantiene un reducido oligopolio de partidos, sean nacionales o tribales. Engendros sectarios, los últimos, todavía más siniestros y estremecedores al ser cerriles e intransigentes pero, sobre todo, fanáticos y excluyentes. Nos lo muestra cada día la tele, día(da) sí y día(da) también. Entre todos ellos se reparten el poder y la caja impidiendo, mediante la injusta ley D´Hondt y otros enjuagues legales abusivos, la renovación de partidos, y bloqueando la aparición de grupos más decentes o, por lo menos, algo oxigenados.

Partidos cuyas poltronas se eternizan, donde la colocación de gente honrada es imposible, donde la democracia interna no existe. Cuyo sistema de listas cerradas y nominación a dedo de sus señorías de manera inversamente proporcional a su profesionalidad y capacidad perpetúa a los mismos personajes año tras año. Retirándose sólo cuando no hay más remedio o la cochambre es imposible de soportar, agazapándose donde la justicia no les pueda ni siquiera rozar, al estilo Griñán, conserve o no heridas en el techo el lugar.

Esbirros del mal que son sustituidos inevitablemente por los o las hereu de turno en brick, a granel o en botella. Personajes sin mérito alguno más que el derivado de largos años de paciente lamido de culo y digestión fecal de la mierda dejada por el predecesor. Aforados todos, patente de corso típicamente española, para poder escapar a la ley que ellos mismos han redactado a su antojo, de acuerdo a sus propios intereses, con el fin de burlar la capitidisminuida justicia y asegurar permanente derecho de pernada, o coche oficial, que a la postre es lo mismo.

Lo acabamos de ver en los arruinados predios andaluces, pasó en la Comunidad de Madrid y el ayuntamiento capitalino, en Valencia y tantos otros lugares. Líderes sobrevenidos que apenas pasaron por las urnas más que de oscuros teloneros lameculos del cabeza de cartel que, una vez puestos los pies en polvorosa o embarrado el susodicho, se apropiaron del cotarro.

En España se vota al cabeza de lista. Si éste se larga y no se convocan de inmediato elecciones, la legitimidad de su sucesor, por mucha que pregone, queda en entredicho. Con lo que las decisiones relevantes, como la externalización de la gestión de los hospitales, dejan de ser legítimas para convertirse en sospechosas a causa de las segundas derivadas que, inevitablemente, el pastel proporciona.

Tales conciliábulos son la manera perfecta de colocar en el sillón a inútiles y mediocres que de otra manera jamás habrían alcanzado ni en sueños tales cargos. La apisonadora mediática a su servicio y los pelotas meritorios que han corrido en el escalafón hacen el resto, legitimándolos en las siguientes votaciones, cuando un electorado inerme y bobalicón vuelve a pasar por el aro, consiguiendo que le den de nuevo por saco. Una vez atornillados al poder, su incapacidad la demuestran ellos mismos día(da) tras día(da) con su proverbial ineptitud, con sus corruptelas, sus desaguisados, imposturas y deslealtades, y vuelta a empezar.

La corrupción ha pasado de ser bochornosa excepción a convertirse en regla habitual. Las nuevas tecnologías permiten su uso inadecuado para controlar al propio rebaño. La economía se ha convertido en codiciosa carrera hacia ninguna parte. El planeta gime desconsolado. Todo ello se está convirtiendo en un cóctel explosivo que indica que es necesario detenerse a pensar si la sociedad global, y no solo España, tendrá algún futuro cuando las nacientes neodemocracias revienten y con ellas todo lo demás.

La regeneración democrática e institucional se resiste a comenzar en Occidente. Nadie osa pasar la bayeta al enfermo interfecto, no sea que obligue a pensar y la ciudadanía tenga algo que ganar, aunque solo sea civismo, dignidad, grandeza y, de paso, futuro para nuestros hijos, si a alguien le importara eso.

Atributos pasados de moda ya que no están disponibles en el estante del centro comercial ni aparecen sin esfuerzo ni uso de cerebro en la pantalla del smartphone, estremecedora palabreja símbolo de tanta maldad ocluida y virtual: la inteligencia la pone el cacharro a pachas con Google y no el titular de la cuenta, cada día que pasa menos capaz de discernir nada ni de discriminar sensatamente.

Regeneración que podría de paso convertirse en sobria economía, empleo digno y saludable y limpieza estética y medioambiental si la economía fundamental arrancara, si la ciencia de la escasez se implantara, si la humanidad se planteara modificar un sistema económico absurdo que está esquilmando los recursos de un planeta cada vez menos diverso biológicamente, lleno a rebosar de porquería no solo política y financiera, de contaminación saturada en CO2 que licua la razón y no solo los hielos.

¿No es esta crisis artificialmente generada buen momento para que todo Occidente, incluida la misma Comisión Europea, se replantee la adecuación de sus cada día más autoritarias instituciones a los entrópicos y tecnológicos, que no científicos, tiempos actuales?

Su modernización con el fin de restablecer el equilibrio entre los diferentes poderes del Estado, la sociedad civil y el planeta. Separando de nuevo el interés general prisionero de la ideología más vil de los espurios intereses particulares de una minoría inmisericorde devota del becerro de oro, el beneficio inmediato y la codicia sin limitación. Del pernicioso y estremecedor dios supremo que se oculta bajo el paraguas de esa cosa infame que atiende al nombre de productividad, que sigue midiéndose de manera tendenciosa, incompleta y absurda.

Promoviendo una redemocratización eficaz que aborte la consolidación de las neodemocracias en ciernes, que supure el atolondramiento social e intelectual que promueve el difuso Ministerio de la Verdad y la Fe Mediática, que encare el futuro con optimismo una vez se detenga la devastación planetaria en marcha: cívica, financiera y natural.

Vehemencia, desmesura, conspiración, escándalo. Da igual. Aquí no hay manera de hacer espabilar al respetable se digan cosas sensatas o se razonen disparates que a lo mejor no lo son tanto, vista la coyuntura. La idiocia de esta sociedad se incrementa a la par que la deuda. Alcanza ya niveles no mensurables. Pongamos pues algo de discernimiento, no sé si cuerdo, al menos siniestro, si no desternillante, ante la preocupante deriva hacia la nada de una democracia que antaño cohesionó a millones de ciudadanos a los que una vez ilusionó una anhelada transición.

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