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Ciclogénesis explosiva, el 'palabro' de moda
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Ciclogénesis explosiva, el 'palabro' de moda

El tiempo se ha vuelto loco. Lo asumen todos menos los recalcitrantes despistados de siempre y sus adláteres perniciosos, domiciliados en Davos

Ciclogénesis explosiva por aquí, pavorosos incendios en Australia por allá. Tifón en Haiyan. Frío polar que congela el este del decepcionante imperio cotilla y espía. Inundaciones que encharcan regiones enteras de la acuática Albión, pérfida de vez en cuando, menos cuando su grandeza blanquea al calor de los acantilados de Dover. Sequía en la siempre caldeada California, hasta el día en que tropiece con su propia falla, con permiso de San Andrés.

El tiempo se ha vuelto loco. Lo asumen todos menos los recalcitrantes despistados de siempre y sus adláteres perniciosos, domiciliados en Davos, en la cada vez más pesetera y acaudalada Suiza de egoísmo enfilado en turbia democracia directa y oscurantismo bancario.

Unos padecen los elementos, el resto contempla despavorido el espectáculo tan entretenido y variado, cruzando los dedos para que no se queden tiesos de frío, los achicharre el calor, sean salpicados de cieno o los arrastren los furiosos elementos a las profundidades de océanos cada vez más solitarios y guarros que ansían piedad.

El desconcierto cabalga por doquier espoleado por múltiples cataclismos: ¿tiempo o clima? ¿Pobreza o desigualdad? ¿Caradura o avaricia? ¿Obscenidad o dignidad? ¿Norma o normalidad? ¿Fatalidad superviviente o perseverancia ideológica? ¿Ignorancia consensuada o indolencia mental?

Un sistema energético…

El conjunto Tierra-Sol, salvo pedradas interestelares, es un sistema energético cerrado, lo mismo que este planeta si excluimos la energía proveniente de nuestra estrella madrina, que es la que mantiene vivo este tinglado y coleando a la especie humana, a pesar de los denodados esfuerzos de esta última por jorobar tan exuberante lugar, que antaño fue grandioso y generoso.

El tiempo se ha vuelto loco. Lo asumen todos menos los recalcitrantes despistados de siempre y sus adláteres perniciosos, domiciliados en Davos

Los dos principales vectores de regulación planetarios son la atmósfera y los océanos. La atmósfera se preocupa de que el planeta retenga la energía justa y necesaria, ni un vatio-hora más. Regula la energía óptima que permite una vida digna y atemperada, como la disfrutada los benignos milenios precedentes, que han permitido al hombre mudarse de las cavernas al adosado, volviendo a los orígenes en apenas 10.000años.

Retornamos a la arquitectura troglodita a causa de la degeneración estética, monótona y esparcida, aliñada de cochambrosas losetas de perspectiva hueca sin ningún árbol y nada de vegetación, dependiente del surtidor.

La energía sobrante, volviendo al asunto mollar, es filtrada por la atmósfera hacia el espacio de nuevo. El incremento de CO2, conocido como gas de efecto invernadero, hace que más energía proveniente del Sol se quede alojada dentro del sistema termodinámico terrestre, expulsando menos sobrante al vacío exterior.

Si a eso le sumamos que la tierra (con minúsculas) absorbe todavía más calor según van disminuyendo los blancos mantos helados, hasta que se licue el permafrost y libere cantidades adicionales de gas, otro derrape incremental en ciernes, la energía almacenada en la corteza terrestre, y el calentamiento global con ella, se intensifican.

… círculo vicioso…

Los fenómenos físicos que estamos desperezando provocan un círculo vicioso tras otro, aunque no lo constatemos o no lo queramos ver, que tenderán a exacerbar el contubernio meteorológico presente. Hasta que el efecto condensador de la mar estornude de una vez y desencadene cambios todavía más traumáticos de manera fatal.

A lo largo de la historia, las circunstancias climáticas y continentales han ido cambiando, volviéndose más clementes o descorazonadoras al albur de la física y la química terrenal y no sólo la solar, la geología o la biología, cuyos efectos y consecuencias están interrelacionados.

Diferentes fenómenos han ido modificando la composición de la atmósfera a lo largo de decenas de millones de años: volcanes, meteoritos, rayos gamma, la propia deriva continental...

Algunos fueron violentos, se abatieron de manera insospechada y abrupta, como la caída del meteorito en el Yucatán que se cepilló a los dinosaurios –no confundir con académicos fosilizados– y tantas otras especies hace 65 millones de años. Otros fueron extremadamente lentos, la mayoría, si los medimos mediante escala temporal humana.

Fue una carambola de fenómenos físicos y biológicos de todo tipo la que dio la alternativa a cierta especie, se supone que racional, según escenificaron los evolucionarios Darwin & Wallace. Yo no lo tengo tan claro, lo de la racionalidad, claro.

La historia de extinciones se incrementa de nuevo a escala casi instantánea medida en tiempos geológico y biológico. Un siglo no es nada. Lo novedoso es que, por primera vez, una especie supuestamente inteligente es la causante inconsciente de tanto mal natural.

Una vez el ciclo humano se perfeccione al albur de empeñada ignorancia económica teórica auspiciada por sublime imbecilidad ideológica y práctica, la puntilla bien ganada nos la propinaremos nosotros mismos a conciencia.

… letal por necesidad…

Nos hemos cargado la válvula que hasta hace unos pocos años regulaba magistralmente la energía óptima que necesita este planeta, que hizo despuntar al ser humano. Los cambios que protagonizamos, los cuales comenzamos a padecer, son de órdago global y escozor planetario, mal que pese a tanto druida putrefacto.

Durante el último cuarto de milenio, la emisión antropogénica de anhídrido carbónico ha ido modificando severamente la composición química de la atmósfera, incrementando el efecto invernadero, que hace que cada vez se quede almacenado en el sistema terrestre más energía de la necesaria para conseguir que el ciclo de la vida, no sólo humano, funcione en un entorno apacible con cierto decoro, estabilidad y esmero.

… por desidia, por inercia…

Una porción ínfima de ese exceso de energía se aloja en la atmósfera. Se manifiesta mediante el famoso incremento medio de CO2, la espoleta de todo: 400 partes por millón y subiendo. El resto, la mayoría, lo absorben los mares, quedando aprisionado de manera provisional en las profundidades, incrementando las temperaturas oceánicas, modificando la salinidad y acidificando las aguas.

Provocando cambios paulatinos en las corrientes y su distribución, que antes o después serán, además de espectaculares, letales para una humanidad que ya no podrá reaccionar a tiempo, por haber hecho el zángano teórico miserablemente. A su debido tiempo, el planeta demostrará quién manda: el condensador amaga.

Nos hemos cargado la válvula que hasta hace unos pocos años regulaba magistralmente la energía óptima que necesita este planeta, que hizo despuntar al ser humano.

La palabra mágica que propulsa el tinglado se denomina gradiente o contraste, para entendernos, la diferencia relativa de temperatura, salinidad o lo que sea en cada lugar e intervalo. Produce las diferencias de presión que movilizan las masas acuáticas y los vientos más o menos exacerbadamente, transportando pellizcos glaciares hasta las anonadadas narices de Obama.

Lo muestran las líneas circulares u onduladas de los mapas meteorológicos de televisión, arrejuntadas en toda borrasca o anticiclón, según la fuerza del fenómeno o la fiereza del momento, que provocan temperaturas récord hacia arriba o hacia abajo en tantos lugares diferentes, clementes hasta no hace mucho tiempo.

Como consecuencia de tan abrupto incremento energético en tiempo infinitesimal, el sistema termodinámico terrestre se está desestabilizando, incrementando la intensidad de los fenómenos meteorológicos violentos y las temperaturas extremas, cualesquiera que sean las temperaturas medias en las capas bajas de la atmósfera, las que nosotros disfrutamos.

Dato único este último que obsesiona a los perezosos recalcitrantes, que les sirve para mangonear argumentos parciales y torticeros, obviando que una media no es un todo si los extremos no se tienen en cuenta.

… y por diferencias de presión

Otro asunto concatenado sobrevuela nuestras cabezas. Es la corriente del chorro, domiciliada en torno al Círculo Polar Ártico, aproximadamente, a unos 10.000 metros de altura. Fluye desnortada últimamente. Parece que sus quiebros y meandros cambian de pauta y dirección más de lo habitual a causa de un menor gradiente entre las zonas tropicales y las polares por culpa del deshielo producido en el Ártico, llevando fríos glaciares y turbulencias excepcionales a lugares antes despreocupados, como el este de Estados Unidos o el Atlántico Norte, lo cual liga el asunto con los sucesos de Inglaterra y la costa española.

Al mismo tiempo, ciudades de Canadá, más al norte, disfrutan de temperaturas récord desde que se tienen registros. Los meteorólogos consideran que ese menor gradiente caprichoso entre el ecuador y el polo Norte es síntoma mayor del calentamiento global.

El problema no es tanto el aumento paulatino de las temperaturas medias. Lo es la distribución relativa del calor que produce, cada vez más extremado, a causa del incremento de humedad en la atmósfera forzado por termodinámica inmutable, de la que ya no se enseña porque no está de moda, requiere esfuerzo y se considera obsoleta.

Contribuye de manera poderosa a provocar los eventos meteorológicos extremos que, si bien han existido siempre, parece que en el futuro que ya ha comenzado serán más feroces y virulentos cuanto más se incremente la proporción de CO2.

La humedad. ¿Qué decir de ella que no se cuele en los entresijos de la mente y las costuras del alma? Según aumentan las temperaturas, esta se incrementa, haciendo que en España llueva más de vez en cuando, como ahora, o que las sequías sean más pavorosas, como previsiblemente serán a imagen y semejanza de los actuales incendios que padece Australia.

Habrá ciclogénesis explosivas cada vez más ídem, huracanes y tifones más truculentos, ciclones o tormentas tropicales del siglo cada año, niño o niña sobrealimentado… O sequía, temblemos, la mayor asesina de la historia pasada, pero, sobre todo, la que acaecerá a no mucho tardar.

Acabemos. Ruego me perdonen físicos, meteorólogos y científicos de verdad este batiburrillo simplificador manifiestamente parcial, incorrecto, torpe y provocador.

No hay más remedio que ser simples en el argumentario para liviana comprensión de sesudos vendedores de crecepelo macroeconómico, aclamados dispensadores de ungüentos monetarios milagrosos, o de los todopoderosos expertos en marketing entrópico y contaminante, meros charlatanes todos, que berrean incongruentes sandeces nobeladas sin ningún pudor desde el pescante de obscenas carretas académicas que rebosan de ciencia hueca, destartalada y vacía.

Ni con esas despertarán del letargo para enmendar discurso tan demente y apasionado.

Ciclogénesis explosiva por aquí, pavorosos incendios en Australia por allá. Tifón en Haiyan. Frío polar que congela el este del decepcionante imperio cotilla y espía. Inundaciones que encharcan regiones enteras de la acuática Albión, pérfida de vez en cuando, menos cuando su grandeza blanquea al calor de los acantilados de Dover. Sequía en la siempre caldeada California, hasta el día en que tropiece con su propia falla, con permiso de San Andrés.

Energía Suiza Biología Pobreza Efecto invernadero