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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El 'tweet' del momento

Enjoy life while you can – James Lovelock, 94 años.Apocalíptico y viral, es el twitt del momento en Estados Unidos, Reino Unido y Australia. Andan sus

Enjoy life while you can – James Lovelock, 94 años.

Apocalíptico y viral, es el tweet del momento en Estados Unidos, Reino Unido y Australia. Andan sus conciudadanos este invierno con un mosqueo gélido. Precede fantasmas futuros que son glacial y húmedo presente para unos, y apañadas sequías incendiarias para otros.

¡No problem! Es la crème de la crème del mundo avanzado y rico, la productividad personificada que pretende dar lecciones de excelencia y gestión excelsa al resto gracias a la ilimitada manivela de esparcir billetes digitales entre los damnificados, cualquiera que sea el tipo de cambio. Al resto, que los zurzan.

Los destrozos y los daños incrementarán la deuda, intensificarán el estacazo financiero venidero a cambio de crecimiento económico fugaz y aumento temporal del producto interior bruto (PIB). Horacio rememora por enésima vez la paradoja del Golfo de México. Y los macroeconomistas, tan contentos.

Lovelock, eterno catastrofista, lleva medio siglo dando la tabarra con su hipótesis de Gaia, la diosa griega de la Tierra que una vez fue también la nuestra, hasta para los griegos protocatalanes de Ampurias, que han degenerado en la insensatez actual. Una mezcla de ciencia y metafísica convertida en la estrella mediática del momento, por cataclismo y necesidad, en el mundo anglosajón.

Los destrozos y los daños incrementarán la deuda, intensificarán el estacazo financiero venidero a cambio de crecimiento económico fugaz y aumento temporal del producto interior bruto

Aquí seguimos a por uvas, incompetencia, corrupción, paro, desolación y olas desbocadas hasta que nos toque la correspondiente ración o nos engulla del todo la poca razón que sobrevive acogotada entre los despojos de diecisiete nacioncitas destartaladas.

Nuestro protagonista está convencido: pintarán bastos terrenales. La válvula que rige la química del sistema natural terrestre está agarrotada. Por los resquicios abiertos transita más anhídrido carbónico del razonable, más contaminante de lo recomendable. Fluyen desde los agujeros realizados en la tierra hasta los cielos terrenales por obra y gracia de esa cosa deificada denominada tecnología, todopoderosa varita mágica de teoría económica autista que no entiende de qué va la fiesta ni de ninguna otra cosa.

Continúa trasvasando carbono desde las entrañas de la Tierra hasta su superficie a través de la acción humana. Primero hacia la atmósfera, la mayoría con destino a las profundidades oceánicas. La válvula averiada ha dejado de regular el planeta, no permite su renovación natural a causa de tanta insensatez económica y medioambiental.

Más de uno incluso profetiza que, aunque se detuviesen bruscamente las emisiones, iba a dar igual: el proceso es irreversible según dicen. Lovelock y su tweet son dos de ellos, según se desprende del mediático inicio.

¿Con quién comparar?

Los planetas vecinos y algunos satélites de planetas gaseosos mayores son lo más parecido a la Tierra que orbita cerca, algo no muy consolador.

¿Por qué hay atmósfera habitable sólo aquí? Las órbitas influirán, evidentemente, pero tendría que haber más causas detrás. Nuestra ignorancia al respecto es de momento supina. Debería hacernos reflexionar acerca de su fragilidad y potencial inestabilidad, parámetros que todavía desconocemos.

La liviana atmósfera de Marte es muy poco densa, aunque su espesor sea casi el doble que el de la Tierra. Su presión atmosférica es la centésima parte de la terrestre. Está compuesta en un 95,3% de CO2. Se ha demostrado recientemente que en algún momento fluyó agua abundante, que algo queda en sus adentros.

La de Venus, por el contrario, es extremadamente densa. La presión en la superficie es 90 veces la atmosférica, excelso productor de sellos de correos achicharrados. Está también compuesta por CO2, un 98%, todavía más que en Marte. Tamaña densidad y proporción de dióxido de carbono causan tal efecto invernadero que las temperaturas medias alcanzan los 460º, con vientos calcinados de hasta 360 km/h.

Nuestros vecinos más inmediatos, pues, disfrutan de atmósferas opuestas, no en su composición química –ambas están compuestas casi en su totalidad de CO2–, pero sí en sus características físicas. Lo de disfrutar es un decir, una por exceso, la otra por defecto.

La atmósfera de la Tierra, por el contrario, es una benigna anomalía intergaláctica excepcional y única hasta que se demuestre lo contrario. Un término medio en densidad, presión y temperatura. Disfruta a cambio, extrañamente, de una cantidad mínima de CO2, de momento, que continúa incrementándose. Según tal teoría, si no fuese por la actividad natural, la proporción de CO2 debería haber alcanzado ya, por lo menos, un 98%.

Hipótesis de Gaia

La hipótesis de Gaia asume que la Tierra es un sistema integrado en donde la interacción entre los diferentes elementos que la componen, incluida la vida animal y vegetal, permitió a partir de unas condiciones iniciales, cuya espoleta no se conoce con precisión, alcanzar la exuberancia y la estabilidad relativa de la que hemos gozado hasta ahora.

Dicen científicos japoneses que la línea de salida vital pudo ser el choque de un asteroide extraterrestre que provocó reacciones químicas a altas temperaturas y presión elevada, las cuales produjeron los primeros aminoácidos, los elementos indispensables sin los cuales no es posible vida de ningún tipo.

Tal complejidad ha sido la encargada de autorregular el planeta a lo largo de los últimos cientos de millones de años, según la diversidad animal y vegetal iba enriqueciéndose. Hasta que el homo sapiens monopolizó el nicho de las especies supuestamente inteligentes, cargándose a la competencia, fecha en la cual comenzó a jorobarse el tinglado.

La hipótesis de Gaia asume que la Tierra es un sistema integrado en donde la interacción entre los diferentes elementos que la componen, incluida la vida animal y vegetal, permitió a partir de unas condiciones iniciales alcanzar la exuberancia y la estabilidad relativa de la que hemos gozado hasta ahora.

La segunda ley de la termodinámica afirma que un sistema cerrado tiende a la máxima entropía. En el caso del planeta Tierra, su atmósfera debería hallarse ya en equilibrio químico, todas las posibles reacciones químicas ya se habrían producido y su atmósfera se debería componer casi en su totalidad de CO2, como Venus o Marte, a elección de cada cual.

El que la atmósfera se componga un 78% de nitrógeno, un 21% de oxígeno y apenas un 0,03% de dióxido de carbono se debe a que la vida, con su actividad natural, genera unas condiciones óptimas que la mantienen estable y saludable.

O que mantenía. Hasta que el ser humano perdió la olla a causa del irracional sistema económico y tecnológico implantado, que ha ido desestabilizando el engendro civilizador que ha ido creando durante los dos últimos siglos y medio, sin posible vuelta atrás, según él. Yo prefiero ser más optimista, apostar por la reversibilidad o, al menos, la atemperación.

Si esto lo hubiera dicho un cualquiera se habría reído todo el mundo de él. Sólo que él no es ningún cualquiera. Es un reputado científico muy respetado. Trabajó para la Shell, el MI5 británico o diversas universidades americanas de primera división, con notables aportaciones a la ciencia de verdad.

Un planeta a escape libre

¿Cuál es el límite de CO2 necesario para desestabilizar la atmósfera terrestre? ¿500 ppm? ¿5.000? Nadie lo sabe. ¿Se desperezarán fenómenos químicos o físicos en cascada que aceleren el proceso de manera irreversible? ¿Cuándo? ¿Habrá merecido la pena teniendo en cuenta la absurda y desnortada sociedad que hemos desarrollado?

Se está gastando dinero ingente en robots interplanetarios con el fin de aprender in situ, de intentar conocer qué le pasó a la atmósfera de Marte, dónde fue a parar el agua que una vez fluyó por allí.

Es una buena manera de poner las barbas a remojar, aunque todavía no se hayan puesto a pelar las de este desastrado vecino terrenal, suponiendo que le dé por intentarlo.

Desgraciadamente, aquí no se está poniendo a remojar ni barbas ni economía de manera preventiva ni por si acaso. Y menos las emisiones: el refrán servirá de epitafio.

Se le llena la baba a ignorantes gurús sobrevalorados de términos como el de economía del conocimiento, productividad, innovación, excelencia, valor, sociedad tecnológica y otros muchos farfullos huecos de ciencia y de contenido. ¿Conocemos lo fundamental?

La soberbia humana impide actuar con prudencia ni por si acaso. No sabemos con certeza lo que nos estamos jugando ni sus posibles consecuencias. Debería provocar moderación rigurosa en los actos humanos, en sus entrópicas iniciativas, por si las moscas. Parece que no es posible. La humanidad insiste en infligirse la denominada Tragedia de los Bienes Comunes a escala planetaria.

Una espita sin control

El hombre ha soltado la espita del CO2. Continúa con su descontrolado trasvase hacia la atmósfera y los océanos a través de la tecnología y la económica ley de la selva, hasta que el segundo principio de la Termodinámica le sacuda una buena zurra y propine la lección definitiva.

Cierta lógica derrotista y putrefacta, políticamente incorrecta, podría afirmar que acabaremos como alguno de nuestros vecinos. ¿Cómo cuál? Las vestiduras atmosféricas se rasgaron en Marte hace ya mucho tiempo. Las de Venus se compactaron de tórrido CO2.

En 2008, Lovelock afirmó que en veinte años la cosa se pondría tremebunda. De ahí el aserto del comienzo. Faltan catorce.

Disfruta la vida mientras puedas.

Enjoy life while you can – James Lovelock, 94 años.

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