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Innovación no es lo mismo que INNOVACIÓN
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Innovación no es lo mismo que INNOVACIÓN

Se despachan por doquier arrobas de onerosa innovación que no es más que marketing barato plagado de barbarismos grandilocuentes que aturden al respetable para poder cobrar

Se despachan por doquier arrobas de onerosa innovación que no es más que marketing barato plagado de barbarismos grandilocuentes que aturden al respetable para poder cobrar jugosos honorarios. Las grandes escuelas de negocios, que se niegan a ser GRANDES, son expertas en dispensarlo.

La innovación permite a cada loco desarrollar su tema con el fin de sacar tajada inmediata para su propio bolsillo, el que no es vulgar atraco cargado de desvergonzada publicidad engañosa o que aplica la entrópica e ineficiente ley de los rendimientos marginales decrecientes, acarreando creciente dispendio natural y contaminación a rabiar. O vacíos sexenios, hasta el momento.

Cada innovación promueve mayor consumo energético y más contaminación, en bruto y per cápita, dilapidando los cada vez más escasos recursos finitos. Cada innovación empobrece las expectativas de nuestros descendientes al malgastar materias primas sin ninguna conmiseración.

La innovación es producto de la rastrera economía marginalista, también denominada técnica o neoclásica, que promueve el crecimiento económico desaforado, nobelado, en vigor.

Mientras que la innovación consiste en incrementar el desarrollo tecnológico a granel y la entropía con ella, aumentando el derroche de energía y de recursos fósiles, la INNOVACIÓN utilizará la tecnología de manera eficiente y sabia desde el punto de vista energético y medioambiental, respetando los escasos recursos finitos disponibles, descontando de manera por fin científica su utilización económica.

Cada innovación promueve mayor consumo energético y más contaminación, en bruto y per cápita, dilapidando los cada vez más escasos recursos finitos.

La INNOVACIÓN será el motor que espolee la naciente economía fundamental, cuando esta desarrolle sus teorías. Será la herramienta humilde que utilizará la economía fundamental cuando destierre y entierre tanta sabiduría torpe, codiciosa y falaz.

La INNOVACIÓN se centrará en aplicar la ciencia de la escasez cuando se defina, se institucionalice y aplique. En desarrollar productos, servicios o procedimientos que pudieran beneficiar a todos, para que todos salgan por fin beneficiados y la Tierra vuelva a ser ese lugar añorado y descontaminado, grandioso, limpio, justo, estable, clemente y bello. Y, de paso, con árboles de nuevo.

La INNOVACIÓN fomentará un crecimiento económico desacoplado del incremento insensato del gasto energético, la contaminación o las emisiones que reducen la biodiversidad despiadadamente.

La INNOVACIÓN desarrollará todo tipo de procesos, servicios o artilugios que permitirán proporcionar valor añadido real, una vez se redefina el concepto, contribuyendo a preservar el entorno mediante la productividad natural fomentada.

La INNOVACIÓN tratará de redimir la Tierra, colocarla de nuevo en condiciones de belleza y limpieza que permitan volver a disfrutar de ella a los presentes y legar a nuestros descendientes igual solaz, impidiendo que paguen justos por pecadores.

El fin último de la INNOVACIÓN será que cada generación pueda legar a sus hijos este planeta en condiciones de habitabilidad y riqueza natural similar a como la recibieron de sus padres. Para que nuestros nietos no tengan que piar de manera catastrófica y dramática las burradas medioambientales, la insensatez dilapidadora de recursos finitos provocada por sus abuelos, nosotros.

De tales mayúsculas hoy por hoy no se dispensa nada. No hay método científico que se aplique ni rigor que lo haga fructificar. No hay marco teórico que ilumine ninguna INNOVACIÓN ni muestre el camino.

Las minúsculas nobeladas siguen defraudando este planeta, saturándolo de CO2. O de nada que, para el caso, serán la misma cosa, al igual que en Venus o Marte, si antes la civilización no colapsa, como predice la NASA.

La innovación con criterios economicistas marginales que se destina al consumo inmediato podría llegar a convertirse en actividad sensata y razonable si se realizara con criterios de productividad natural una vez se defina el concepto.

Cada innovación, cada mejora tecnológica, implican, hasta el momento, un aumento del consumo de energía por cabeza y, por lo tanto de emisiones y de contaminación. Tales innovaciones no son INNOVACIONES, son un renovado pasaporte hacia el cataclismo previsto.

Si se desarrollara cierta metodología científica que permitiera respetar por sistema el medioambiente, optimizando a la baja los recursos utilizados, la innovación se convertiría, por fin, en INNOVACIÓN.

La INNOVACIÓN, cuando se fomente de manera científica, sensata y cabal, se dedicará a mejorar la calidad de vida mediante el desarrollo de la ciencia de la escasez. La INNOVACIÓN estimulará la fabricación de productos o el desarrollo de servicios con un enfoque riguroso dirigido a minimizar el gasto energético, las emisiones y la contaminación, preservando los recursos finitos, la menguante biodiversidad y, de paso, los corales.

La verdadera INNOVACIÓN, por ejemplo, no se dedicará únicamente a llenar las ciudades de coches eléctricos o de hidrógeno, sino a rediseñarlas con el fin de que no sea necesario utilizar tales artilugios en exceso porque el ciudadano pueda ir a pie, en bicicleta o en transporte público con mayor comodidad y sin atascos.

La innovación con criterios economicistas marginales que se destina al consumo inmediato podría llegar a convertirse en actividad sensata y razonable si se realizara con criterios de productividad natural una vez se defina el concepto.

Dicen que los coches eléctricos son la panacea, que el hidrógeno será el vector energético del futuro, que ambos descontaminarán las ciudades. En principio suena bien. Ese hidrógeno habrá de ser fabricado, tal coche eléctrico necesitará cargarse. Habrá que utilizar abundante electricidad. ¿De dónde saldrá?

Un coche eléctrico en China, Alemania o Estados Unidos, donde la mayoría de la electricidad se produce mediante carbón, es la mayor estupidez que se le podría ocurrir a nadie. Si fuese en España y se cargasen las baterías exclusivamente de noche mediante contador inteligente cuando el viento arrecia o el agua se abalanza, a lo mejor podría ser una buena idea. Si lo hiciese mediante carbón o gas, quizás no tanto. ¡Y todavía los anteriores, igual de quebrados, pretenden darnos lecciones de nada!

La INNOVACIÓN permitirá, entre otras muchas cosas, rediseñar las ciudades y sus edificios supuestamente modernos de manera otra vez eficiente e inteligente a la manera del centralista Ildefonso Cerdá, para fastidio de tanta centripetadora, o del grandioso barón Haussmann, para que buena parte de los traslados y todos los atascos se vuelvan innecesarios, descontaminando las ciudades sin contaminar a cambio el campo.

Regresa la hora del planeta, marketing barato para mentes simples rellenas de remordimiento fugaz incapaz de profundizar en nada. Una vez finalizada, volverán a trotar con inconsciencia al luminoso y aislado centro comercial como si no hubiese pasado nada.

El mismo graderío que contemplaba asalvajado a veintidós tíos en calzoncillos hace ahora un año sigue amordazando la INNOVACIÓN mientras continúa innovando. La grandeza estará en las letras mayúsculas. Tiempo habrá para mostrar el camino inteligente, siempre que no sea smart, hacia la INNOVACIÓN. ¿O no?

Tic-tac-tic-tac.

Se despachan por doquier arrobas de onerosa innovación que no es más que marketing barato plagado de barbarismos grandilocuentes que aturden al respetable para poder cobrar jugosos honorarios. Las grandes escuelas de negocios, que se niegan a ser GRANDES, son expertas en dispensarlo.

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