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Lo mejor que España tuvo
Mientras los países anglosajones convierten a incompetentes y cobardes en épicos héroes nacionales, como Drake o el almirante Vernon, aquí escondemos héroes y epopeyas marítimas, olvidando
Mientras los países anglosajones convierten a incompetentes y cobardes en épicos héroes nacionales, como Drake o el almirante Vernon, aquí escondemos héroes y epopeyas marítimas, olvidando la historia más increíble y vibrante, la nuestra.
Hubo una época olvidada en que todas las Españas trabajaron juntas, sus gentes se partieron el espinazo codo con codo a pesar de sus gobernantes, de la maldición recurrente que vuelve a asolar de nuevo estas áridas tierras.
Cuando trabajaron al alimón, juntos y no a la contra, les dio por hacer cosas grandes. Glosas y epopeyas, cultura y literatura, arte y esplendor que llenarían de orgullo a sus descendientes en otro lugar que no fuese este.
España mantuvo durante cuatrocientos años el mayor y más longevo imperio marítimo que jamás haya existido. Durante trescientos años dominó los mares con la mejor tecnología, con eficacia, profesionalidad y heroísmo. Los últimos cien fueron digno epílogo, aunque decadente, que al menos permitió que España no tomara parte de los crímenes coloniales perpetrados por buena parte de Europa, Estados Unidos y Japón durante los dos últimos siglos.
Como para muestra un botón, España invadió unas cuantas veces el Reino Unido después del asunto de la Invencible, cosa que la inexistente enseñanza de la historia no muestra. Hubo desembarcos en Cornualles en 1595, y en otros lugares de las isla Británicas más en 1596, 1597 y en 1601 y 1602.
Si de esa no conquistaron Inglaterra fue por la dispersión de las flotas de refuerzo, de nuevo a causa de las tormentas. En 1604, nada más morir la reina Isabel I, los ingleses se apresuraron a pedir la paz porque ya no podían más, paz que duró prácticamente un siglo hasta la llegada de los Borbones.
Recurrieron al marketing para camuflar sus derrotas y pretender modificar la historia. Convirtieron a villanos en héroes, a incompetentes en legendarios almirantes, catástrofes en victorias, las que no fueran olvidadas bajo pena de muerte.
Lo más dramático es que nos hemos creído sus patrañas, olvidando a nuestros propios héroes, que fueron legión. Si no hubiese sido así, ¿cómo pudo haber mantenido España las líneas de navegación abiertas, los flujos comerciales por todos los océanos del planeta durante tantos siglos de manera continua?
Se podrían escribir decenas de artículos que demostraran la pericia de los españoles, su superior tecnología naval en forma de barcos y tripulaciones, de estrategia y logística, de ciencia y habilidad, a lo largo de varios siglos.
Al año siguiente del asunto de la Invencible, en el año 1599, los ingleses organizaron una Armada Invencible inglesa, de similar tamaño a la española, que intentó conquistar la ciudad de Lisboa al mando del corsario Drake. Fue un fracaso absoluto.
Armada Invencible inglesa que previamente había intentado conquistar La Coruña. Se tuvo que retirar porque la legendaria María Pita y toda la población en armas los mandaron de regreso a sus barcos. Perdieron los ingleses en la refriega 1.300 hombres contra 1.000 ciudadanos defensores. Fue el aperitivo. Atacaron Lisboa a continuación, defendida por fuerzas inferiores. Salieron escaldados.
El balance entre la Armada Invencible Española y la Invencible inglesa no deja en buen lugar a esta última. Existe un equilibrio de bajas entre ambas batallas, sólo que por diferentes causas. Ambos perdieron unos 9.000 hombres. Los de la flota española lo fueron más por enfermedad que por el enemigo. La inglesa lo padeció a causa del repaso recibido a manos de fuerzas menores.
La Invencible española perdió unos 35 buques, casi todos a causa de los temporales. Cinco se separaron antes de los combates por temporal o avería. Casi todos los demás naufragaron en las costas de Irlanda por culpa de las tormentas.
Sólo seis buques se perdieron con alguna intervención enemiga, muy escasa, ya que, de esos seis, tres lo hicieron por accidentes. La flor y nata de la Armada Inglesa sólo fue responsable parcial de una única captura en toda la gesta supuesta de la Invencible.
Durante el intento de conquista de Lisboa, los ingleses perdieron 12 o 13 buques y miles de hombres contra fuerzas españolas inferiores. La menguada flota española se componía de galeras y zabras, buques con capacidad artillera muy inferior a la inglesa.
Ayudó a su propia derrota el amigo Drake, todo hay que decirlo, que, siendo un buen corsario, cuando se enfrentaba a enemigos aislados o inferiores, no tenía ni idea de cómo dirigir una flota en condiciones. Sus lugartenientes lo acusaron de incompetente y de cobarde. Típico héroe inglés.
Todavía tuvo tiempo de demostrar su incapacidad contra flotas españolas dos veces más. En 1590 la armada de don Alonso de Bazán apresó el galeón real Revenge, el buque insignia de Drake, poniendo en fuga una flota inglesa a la altura de la isla de las Flores, en las Azores.
La última gran derrota de Drake y Hawkings, que les costó la muerte a ambos, fue su fracaso absoluto en su intento de conquistar Las Palmas primero y el Caribe español después. Armaron la mayor flota enemiga hasta entonces enviada a las Indias españolas, compuesta por seis galeones reales, lo mejor y más moderno de la Marina inglesa, cuyas dotaciones sumaban 1.500 marineros y 3.000 soldados. Fue destruida.
Las historias que cuentan de piratas no fueron más que capturas aisladas de barcos averiados o retrasados por tormentas. Poca gloria que mentar. Más bien cobardía. No se acercaban ni se atrevían contra las flotas de galeones, cuyo principal enemigo fueron siempre los temporales.
La catástrofe de 1588 fue una confluencia de errores estratégicos propios y del cambio climático de la época, muy a pesar del enemigo. Los buques soportaron tormentas más virulentas y frecuentes de las habituales. No fue ni mucho menos el comienzo del declive naval español, que, como hemos visto, se permitió el lujo de acampar por la campiña inglesa, desquitándose previamente con su armada, que salió muy mal parada.
En realidad, la hegemonía naval inglesa no comenzó hasta finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Duró apenas un siglo, dos menos que la nuestra. La decadencia de la flota española comenzó con Trafalgar. Aunque ya durante el siglo XVII los efectivos de la flota inglesa eran superiores a los de la española, no demostró superioridad, ya que fracasó en todas sus grandes empresas contra España.
Excluyendo la batalla del Cabo de San Vicente y hasta Trafalgar, derrota causada por la incompetencia marítima de Napoleón y la incapacidad política de Godoy, durante el siglo XVIII los ingleses tuvieron la sana costumbre de perder contra los españoles, de manera humillante a veces.
Como cuando Blas de Lezo derrotó a la mayor flota anfibia que hubo hasta el Día D, 130 buques y más de 30.000 hombres, que intentó conquistar Cartagena de Indias, defendida por una décima parte de efectivos y sólo seis barcos.
La diferencia entre los almirantes españoles fracasados y los ingleses es que a los primeros se les hacía un consejo de guerra, mientras que a los últimos se los convertía en héroes nacionales o los ascendían para camuflar la derrota.
Para más inri de esta historia, la mayoría de los mejores navíos de línea ingleses del siglo XVIII, por ejemplo, fueron construidos con tecnología patria, derivada de un buque español, el Princesa, que fue capturado después de luchar contra tres buques ingleses de igual porte.
Una vez en sus manos, fue admirado en Londres y copiado a conciencia. Su diseño y sus parámetros se incorporaron a las Ordenanzas Navales Británicas, en las Propuestas de 1741 y los Estatutos de 1745, que definían cómo debía construir sus grandes navíos la Royal Navy.
El Royal George de 1756, el Britannia de 1762 e incluso el Victory de Trafalgar, construido en 1765, fueron una copia agrandada del navío español, inspirado en los gálibos del viejo sistema español de Gaztañeta, de medio siglo antes.
Entre 1687 y 1853, la Armada española sólo dispuso de 237 navíos de línea, la mayoría buques de tamaño medio de dos puentes. Con tan exiguos medios mantuvo a raya a sus enemigos y abiertas las líneas de comunicación durante casi dos siglos. Ningún imperio marítimo anterior o posterior puede demostrar mejor eficacia con tan pocos medios ante enemigos tan poderosos.
Con marinos o ingenieros como Gaztañeta, Jorge Juan y muchos más, España construyó la mejor flota que el imperio necesitaba. Buques temibles, rápidos, potentes, ágiles. Tripulaciones profesionales, tenaces, temerarias y valientes, capaces de multiplicarse cuando las circunstancias lo exigían y dar lo mejor de sí.
Otra carencia de nuestra historia es no recordar que España elaboró las mejores y más eficientes estrategias, teniendo en cuenta que los dominios de entonces abarcaban todos los mares. La estrategia de convoyes, por ejemplo, fue copiada por los Aliados durante la II Guerra Mundial.
La moraleja de hoy es muy simple. En España se han hecho cosas grandes y bien con medios siempre escasos. Ha habido y hay buena gente. Hay y ha habido buenos profesionales. Desgraciadamente, inútiles y pelotas, infiltrados y corruptos, holgazanes e incompetentes se han esforzado en jorobar el tinglado. A menudo han sido los que han mandado, exactamente igual que ahora.
Acechan preocupantes desafíos económicos, sociales y medioambientales. El país podría renacer de nuevo. Europa con él. Hacer cosas notables con escasos medios, como en el pasado. Sólo hay que limpiar esto de carroña, abolir la corrupción, desterrar la maldición. Poniendo de una vez por todas a buenos gobernantes al mando, capaces de pilotar esta nave que continúa a la deriva, desintegrándose poco a poco.
P.D.: Para el que quiera profundizar en las gestas navales españolas sugeriría leer, entre otros, Victorias por mar de los españoles y Otras victorias por mar de los españoles de Agustín Ramón Rodríguez González, por un lado, y bucear en la magnífica www.todoababor.es por otro.
Mientras los países anglosajones convierten a incompetentes y cobardes en épicos héroes nacionales, como Drake o el almirante Vernon, aquí escondemos héroes y epopeyas marítimas, olvidando la historia más increíble y vibrante, la nuestra.