Es noticia
Petróleo, agua y alimento certifican el fin del crecimiento
  1. Economía
  2. Apuntes de Enerconomía
José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

Por

Petróleo, agua y alimento certifican el fin del crecimiento

Petróleo y alimentos han sido asuntos siameses desde que hace medio siglo se proclamó la revolución verde. El crecimiento vino detrás al conseguir alimentar, por fin,

Foto:

Petróleo y alimentos han sido asuntos siameses desde que hace medio siglo se proclamó la revolución verde. El crecimiento vino detrás al conseguir alimentar, por fin, a tantos miles de millones de personas sin pestañear. ¿Hasta cuándo?

Petróleo y alimentos, junto con el agua, son parámetros que están estrechamente relacionados. Los dos primeros siguen dramáticamente interconectados. Son proporcionales todavía porque la tecnología no da más de sí: no se conocen sustitutos masivos. El agua está ligada a los otros dos por narices. Hasta un druida debería poder comprenderlo.

Sin revolución verde, el planeta jamás habría podido dar de comer a tantos miles de millones de personas. Y sin comida, todo lo demás es superfluo. Habrá que romper tal ligazón si la tecnología es capaz de conseguirlo algún día. Y si la estupidez humana se propone por fin evitar su inminente hundimiento.

La revolución verde, que jamás fue verde, se produjo en los años 60 del siglo pasado. Cuando se mecanizó el campo en un suspiro de manera brutal llevándose por delante tradiciones milenarias. Cuando el uso de fertilizantes y pesticidas provenientes del petróleo se generalizó.

Cuando se perdieron formas de vida respetuosas con la naturaleza, y clementes con el medioambiente. Cuando, como consecuencia de todo lo anterior, abandonó la población el campo en los países mal llamados avanzados, sustituyendo esfuerzo y trabajo por polución, petróleo, derroche de agua y de recursos no renovables.

Se ha repoblado de nuevo los fines de semana en forma de grotescos domingueros en pantalón pirata a cuadros que se autoalmacenan en horribles adosados desperdigados por el campo, que llegan a su destino enlosetado con la contaminación almacenada en el zurrón y el mal gusto debajo del brazo.

Lo denominaron progreso entonces. Un progreso debido al uso y al abuso de energía fósil abundante y barata, la cual incrementó los rendimientos de las cosechas drásticamente. También de la erosión de las tierras anticipando su agotamiento futuro. Se puede comprobar en muchos lugares de Europa y América donde iglesias y cementerios aislados entre campos de cultivo están a un nivel más elevado que las tierras circundantes.

Se cosecha hoy lo que no fructificará mañana. La calidad y cantidad de la capa superficial terrestre, en aquellos lugares objeto de cultivos intensivos mediante tales hidrocarburos baratos, han disminuido. Sin cantidades ingentes de productos químicos, muchas tierras serían baldías. La biodiversidad, por su lado, está amagando: la polinización, la desaparición de las abejas, son ya un problema serio.

La revolución verde fue fomentada por el uso y el abuso de acuíferos que no se están renovando, como aquellos que riegan el Medio Oeste Americano, Oriente Medio o La Mancha, entre otros muchos lugares cuya capa freática disminuye año tras año; o que el agua derretida de los glaciares seguirá durante algún tiempo regando demasiadas cosechas en las cuencas tributarias del Himalaya, hasta que dejen de hacerlo; o que en lugares como España la codicia ladrillera se ha cargado las mejores huertas que antaño abastecían de verduras y vegetales frescos las poblaciones circundantes, que no necesitaban de transportes contaminantes, refrigeraciones excesivas ni conservantes químicos.

¿Se impondrá el barbecho de nuevo? Demasiada ciencia denominada económica sigue empolvada en tal condición desde hace ya medio siglo. Cuando confluyan los conjuros de los hados nobelados provocados por sus pócimas académicas milagrosas, cuando las meigas consumistas hagan coincidir tales calamidades, la escasez futura estará servida. Muchas ciudades pasarán hambre. ¿Y después?

A menos que se comiencen a tomar medidas activas sensatas y serias, el colapso alimentario acabará llegando. En todo caso antes del año 2050 si las predicciones del Club de Roma, parece que no muy erradas, se acaban por cumplir.

Comenzará cuando confluyan en el tiempo la previsible escasez de agua y del petróleo. Cuando el aumento de las temperaturas convierta en secarrales muchos lugares hoy productivos, asunto en el que España se llevará todas la papeletas, cuando el cambio climático obligue a cambiar muchos cultivos de lugar. Cuando la erosión resultante se intensifique disminuyendo la superficie cultivable. O cuando la polución y la deforestación del Amazonas ejecuten su venganza. ¿Estamos seguros de que habrá tiempo para adaptarse?

Cuando la escasez del petróleo comience, ¿se podrán producir productos químicos suficientes para fertilizar y cuidar los campos, para neutralizar la pobreza generada? Los genios nobelados siguen proclamando en sus trances de levitación mística mediática, aclamada con sexenios y pasta gansa, que la tecnología los encontrará. ¿Y si no lo hace?

Los recursos no renovables depositados en la corteza terrestre disminuyen a pasos agigantados. El petróleo que todavía queda debería utilizarse con mesura e inteligencia, salvaguardarse en lo posible con el fin de garantizar a nuestros nietos los imprescindibles productos químicos. Destinándolo para aquellos usos y actividades que parece que no encontrarán fácil repuesto en un futuro que se nos va a echar encima entre tanta indiferencia. Desincentivando todo uso prescindible o suntuario, como ir a trabajar apestando humo de atasco en atasco, actividad que elimina en un momento la productividad de un duro día de trabajo.

Antes o después habrá que fomentar la eficacia en el transporte y no solo la eficiencia de las máquinas. Eliminando aquellas manipulaciones innecesarias que el dumping humano y medioambiental sigue fomentado. Que es promovido por una economía de mercado corrompida que ha abandonado las esencias decentes que antiguamente se certificaban mediante un simple apretón de manos.

Mientras no vuelva la ética a los negocios más allá de los contratos y la estulticia de sistemas legales farragosos y tramposos; o mientras la proximidad en el transporte no se imponga de nuevo como elemento de eficacia, de competitividad y productividad, no habrá futuro que valga. Dos ejemplos entre cientos de posibles líneas de actuación que no tienen nada que ver entre sí.

No habrá ningún futuro mientras no se desarrolle la ciencia de la escasez, disciplina multidisciplinar que consistirá en fomentar una actividad económica amable y razonable teniendo como objetivo de productividad producir mejor utilizando los menores recursos no renovables posibles, optimizando el gasto energético, respetando a la naturaleza y nuestros semejantes.

Más que discutir si son galgos o son podencos o cuánto falta para que comience la inflexión de las curvas mostradas ayer, sería imprescindible comenzar a elaborar planes concretos que permitan tomar medidas preventivas anticolapso. Antes o después, el consumismo desbocado pasará mortal factura a los habitantes de este planeta. Sería una pena que este tinglado se derrumbara, entre otros motivos, porque no hay ningún otro disponible cerca.

Desgraciadamente, ni con argumentos simples se desentumecen molleras livianas o académicas, que desde hace tiempo son ya la misma cosa, sobre todo si se consideran ellas mismas eruditas y excelsas. Políticos ineptos, cortoplacistas y sin ningún sentido de Estado las siguen aplaudiendo con las orejas con el fin de atornillarse al sillón para poder acaparar sin gobernar. La casta no se lo permite. No se dan cuenta de que su inmovilismo será su fin.

Dicen que llega la recuperación. Qué chiste. Con Podemos o sin Podemos ya les queda menos. O cambian, o se van, o el planeta les acabará dando una patada en el trasero a todos ellos y, de paso, a nosotros por haber aceptado vivir sin merecerlo.

¿Vamos comprendiendo por qué el crecimiento se ha acabado para siempre jamás en este aislado país universal, esférico y terrenal? Como para perder el tiempo con escocidas catalanadas, bucólicas y pastoriles, renegadas e infantiles.

Año 2050. Tic tac, tic tac,…

Petróleo y alimentos han sido asuntos siameses desde que hace medio siglo se proclamó la revolución verde. El crecimiento vino detrás al conseguir alimentar, por fin, a tantos miles de millones de personas sin pestañear. ¿Hasta cuándo?

Petróleo Productividad Tecnología Transporte Trabajo