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Estados Unidos, el país más improductivo
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Estados Unidos, el país más improductivo

La población mundial necesita el equivalente a 1,5 planetas Tierra para satisfacer la demanda de consumo, que no sus necesidades vitales, que son mucho menores. Como

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La población mundial necesita el equivalente a 1,5 planetas Tierra para satisfacer la demanda de consumo, que no sus necesidades vitales, que son mucho menores. Como solo hay un único planeta disponible, el déficit se catapulta hacia el futuro en forma de sequías e inundaciones, de miseria y hambre.

La denominada huella ecológica mide la superficie que cada persona necesita para cubrir las necesidades de bienes y servicios de origen ecológico o renovable. La biocapacidad es el área disponible capaz de satisfacer tales necesidades. Ambas se miden en hectáreas globales (gha). Si necesitamos 1,5 planetas para satisfacer el nivel de vida actual, significa que la huella ecológica es superior en un 50% a la biocapacidad global del planeta.

En el año 1961, la biocapacidad per cápita media era de 3,2 gha. En el año 2010, fue de 1,7 gha. Apenas la mitad. No queda margen de seguridad. Para más inri, los recursos no renovables tienen la manía de ser finitos, cosa un tanto pueril y fastidiosa. Dejan de existir al ser consumidos, lo cual empeora el asunto.

Tales externalidades odiosas se suman al contubernio contra las exultantes teorías económicas en vigor. La milagrosa sustitución por obra y gracia de la tecnología, predicada por los economistas llamemos científicos, por decir algo hilarante, causa risa, cuando no sonrojo.

Externalidades en forma de inexistentes efectos secundarios para la ortodoxia económica que marchitan y envilecen sus corrompidas ecuaciones matemáticas: desigualdad, pobreza, basura, emisiones, contaminación, pérdida de biodiversidad, cambio climático. O todo junto.

Como el planeta ha dejado de regenerarse desde hace más de cuarenta años, el potencial futuro de proveer bienes y servicios será cada vez menor. Dentro de cien años su capacidad de alimentar tantos miles de millones de personas habrá disminuido radicalmente, con la anuencia del marginado ciclo del nitrógeno.

El déficit ecológico acabará pasando factura, guste o no guste a tan eminentes mentes amuermadas. Es otra manera de hacer dumping intergeneracional, nuevo concepto a desarrollar.

El asunto es mucho más complejo y profundo que un simple titular o un par de frases desafortunadas: desde hace más de 40 años la humanidad demanda del planeta más recursos de los que este puede proporcionar, impidiendo su regeneración natural.

Este exceso significa que se talan más árboles que los que se dejan crecer, se pesca más de la cuenta sin permitir regenerar los caladeros, o se emite más CO2 del que bosques y océanos son capaces de absorber sin acidificarlos, y se aumenta su concentración en la atmósfera.

Las emisiones de CO2 constituyen algo más de la mitad de la huella ecológica total. El resto proviene, entre otras muchas causas, de la agricultura, la sobrepesca y el urbanismo desparramado, sea mediante adosados o arquitectura estelar.

Reducir las emisiones o detener la destrucción de biodiversidad son solo algunos de los objetivos soñados. Hay otros más. Tienen que ver con el descontrolado ciclo del nitrógeno, del que apenas hemos hablado. Pondrá los pelos de la calva de punta. Será otro día.

En el año 1961 el carbono constituía el 36% de la huella ecológica total. En el año 2010 fue del 53%. Causa principal: carbón, petróleo y gas. Significa que en la actualidad somos menos eficientes que hace medio siglo. Producimos peor por unidad fabricada o servicio satisfecho, de manera más ineficiente y contaminante.

La innovación tecnológica, que en teoría podría incrementar la eficiencia en el uso y disfrute de recursos y energía, promoviendo una cuidadosa explotación de los ecosistemas, está de momento empeñada en conseguir lo contrario.

Estos cuarenta años de innovación se han traducido en un aumento de la huella ecológica proporcional al consumo energético y de recursos no renovables. Se podría paliarlo, paradójicamente, incrementando el empleo. Volviendo a realizar las personas trabajos que las máquinas hacen uniformemente, sin salero ni gracia, derrochando energía y contaminando más de la cuenta.

La disminución de la biocapacidad se intensificará el día en que los recursos fósiles escaseen, cuando la revolución verde se desvanezca, cuando las hambrunas masivas regresen o cuando el cambio climático se exacerbe. El milagro alimentario del que disfrutamos es causa y será germen de escasez alimentaria futura.

El aumento de los rendimientos agrícolas que incrementaron la biocapacidad a partir de los años sesenta del siglo pasado, mediante el uso masivo de fertilizantes, se fraguó gracias a la mecanización que requirió la utilización intensiva de combustibles fósiles. Tal biocapacidad se consiguió a costa de incrementar de manera bestial la huella ecológica, contribuyendo a disminuir la capacidad de regeneración natural del planeta y su prosperidad futura.

Por zonas geográficas, Norteamérica es el germen de la inestabilidad global al fomentar un desarrollo económico inviable, imprudente e inestable. Está en deuda con el resto de habitantes de la Tierra: se lleva la medalla de honor de la insostenibilidad.

Si la productividad de Estados Unidos es el objetivo soñado para los países mal llamados emergentes, que Dios nos coja confesados. El venerado American way of life se ha convertido en un arma de destrucción masiva de la salud de este planeta y del futuro de sus habitantes, germen de su propia destrucción. Un virus económico que se ha ido propagando de país en país, tal como se ve en estos gráficos provenientes del informe WWF Living Report 2014.

Europa es segunda en tal deshonrosa clasificación. La huella ecológica media de cada ciudadano del norte de Europa, de aquellos países supuestamente a imitar, es mucho más elevada que la de cualquier paraje arruinado de la milenaria cuenca Mediterránea. ¿Presumir de productividad? Gaitas.

Occidente está en deuda con los africanos, los más eficientes desde el punto de vista medioambiental, a pesar de la actitud soberbia hacia sus despreciadas culturas ancestrales, aniquiladas a fuerza de imponer por narices un desarrollismo imposible junto con usos culturales absurdos basados en la infelicidad y la prisa.

En el año 1961 los asiáticos eran los más apañados. Para provocar a intransigentes ideológicos de uno y otro bando, parece que Mao no fue del todo malo si no hubiese sido por su cerrazón ideológica y autoritaria. El golpe de péndulo hacia el capitalismo salvaje en China está siendo peor, lo dijo Napoleón.

Los mecanismos de innovación y de mercado han avanzado en dirección contraria a la capacidad de regeneración del planeta por obra y gracia de un sistema económico que comenzó como simple trueque, pasó a ser mercantilismo y se convirtió en un capitalismo más o menos razonable que ha degenerado en un capitalismo salvaje del que muy pocos disfrutan y demasiados padecen.

La innovación con los paradigmas en vigor es insostenible y suicida. Los dogmas son falsos, los que no han sido retorcidos o trucados de manera ideológica por druidas y otros llamados expertos amamantados por políticos corrompidos o igual de ignorantes. Los mecanismos de mercado actuales también lo están. Consideran ciencia unos dogmas arbitrarios por el mero hecho de envolverlos de un aparato matemático demencial. No por las herramientas matemáticas en sí, sino por cómo han sido utilizadas.

Por ello insistimos tanto, para escándalo de mentes perezosas e intelectos putrefactados, en volver a empezar. Formulando de una manera científica los conceptos de productividad y de valor añadido, ligándolos de manera directa a la capacidad de regeneración del planeta, que permitan producir de una manera más eficiente desde el punto de vista energético y medioambiental. O redefiniendo los tres atributos de lo económico: la apropiación, la valoración y el intercambio.

Si la economía quiere convertirse en ciencia, deberá reformularse desde el principio, desarrollando la economía fundamental. Paciencia.

La población mundial necesita el equivalente a 1,5 planetas Tierra para satisfacer la demanda de consumo, que no sus necesidades vitales, que son mucho menores. Como solo hay un único planeta disponible, el déficit se catapulta hacia el futuro en forma de sequías e inundaciones, de miseria y hambre.

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