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El príncipe Carlos reclama una nueva Carta Magna
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José M. de la Viña

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El príncipe Carlos reclama una nueva Carta Magna

El Príncipe Carlos de Inglaterra reclama una Carta Magna para la Tierra, que deberá ser refrendada por la Comunidad Internacional cuando acabe este año, al finalizar

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El príncipe Carlos de Inglaterra reclama una Carta Magna para la Tierra, que deberá ser refrendada por la Comunidad Internacional cuando acabe este año, al finalizar la Cumbre del Clima de París.

Según el periódico The Guardian, el príncipe afirmó que es la última oportunidad para salvar al mundo de las amenazas del cambio climático.

Propuso que, al igual que hace 800 años Juan Sin Tierra rubricó la Carta Magna que regula desde entonces de manera ejemplar la convivencia del pueblo inglés y su relación con el poder, las conclusiones de la Cumbre del Clima de París se deberían plasmar en una Carta Magna Universal que estableciera los derechos pero, sobre todo, las obligaciones de la humanidad para con el planeta y sus descendientes.

Establecería, entre otras medidas, unos objetivos climáticos que permitieran un desarrollo sostenible a largo plazo durante los próximos milenios. Afirmó que tal oportunidad, la Cumbre de París, será la última. No se puede tirar a la basura si no queremos perder el tren del futuro estableciendo una modernidad limpia de emisiones y de contaminación.

Mary Robinson, antigua presidenta de la República Irlandesa y actual enviada especial de la ONU para la lucha contra el cambio climático declaró por su parte:

Será este el año más importante desde 1945, cuando finalizó la II Guerra Mundial, se crearon las Naciones Unidas y se estableció el Plan Marshall, todo lo cual condujo a la promulgación pocos años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.

Los mismos que la justicia y las leyes españolas niegan por sistema a una parte importante de su propia población, con el beneplácito de la comunidad internacional, que avala con un silencio cómplice su crueldad y una arbitrariedad inquisitorial que encarcela cada año a centenares de inocentes que no han tenido un juicio justo. ¿A qué se dedican las organizaciones supuestamente encargadas de defender los derechos humanos? Han sido cercenados en el corazón de Europa.

Este año se deberán tomar decisiones de calado igual de profundo a las de aquellos años que determinen el futuro para las próximas décadas y todavía más allá”, concluyó Mary Robinson.

Hace casi cinco años propusimos en este mismo blog una iniciativa similar con un alcance mayor al del simple cambio climático, que volvemos a traer a colación hoy, al no haber perdido nada de actualidad. Ha sido su único eco el silencio, más contaminación sin ninguna INNOVACION. Se tituló: "Declaración Universal de los deberes de la Humanidad".

Ayer planteábamos un sencillo dilema: ¿estamos dispuestos a conformarnos disfrutando de las rentas de la naturaleza los próximos milenios? ¿O seguiremos dilapidando recursos, tan solo unos pocos cientos de años más, hasta agotar el planeta? Hoy proponemos incómodas sugerencias, en plan solemne, eso sí, para digerirlas mejor.

Algo así como una Declaración Universal de los deberes de la Humanidad (y derechos de la Naturaleza), que aquí promulgamos:

Primera: la humanidad disfrutará únicamente de las biorrentas de la naturaleza, en vez de continuar derrochando el biocapital. Como consecuencia, la humanidad deberá legar, en cada generación, el mismo biocapital renovable que a su vez heredó para que todas las generaciones tengan las mismas oportunidades.

Segunda: la humanidad deberá ser capaz de mantener un nivel de vida digno para todos los habitantes con las rentas del biocapital considerado renovable para que desaparezcan las terribles desigualdades de hoy. Como la vuelta gradual a una agricultura que no necesite recursos finitos, fósiles o de cualquier otro tipo, para su funcionamiento, ni degrade hasta la extenuación la capa superficial de la tierra. O que no sobreexplote el agua dulce para permitir a acuíferos y ríos recuperarse en cada ciclo. Antes o después llegaremos a ello por necesidad. Mejor hacer una transición lenta y ordenada que no esperar a que la naturaleza se harte de nosotros, deje de tocar y descubramos que ya no hay silla en que sentarnos. Que nos imponga un brusco despertar que acabe con nuestro sueño inmortal de un crecimiento desbocado infinito. Como el impuesto a Zapatero por sus mayores hace unos días.

Tercera: la humanidad consumirá biocapital no renovable solo en actividades de alto valor añadido social, que no siempre coincidirán con el económico, mientras no mejoremos el poco veraz sistema contable actual: ¿utilizar la gasolina del coche para ir a tomar una cerveza al bar o quizás mejor para que una ambulancia transporte un enfermo al hospital? ¿O preservarlo para poder seguir fabricando dentro de unos cientos de años ese valioso producto o material que la ciencia no será capaz de sustituir de forma masiva si agotamos el petróleo? Para dejar, por prudencia, unas reservas de recursos a nuestros descendientes, por si el futuro tecnológico no fuese tan brillante como lo queremos pintar y la nueva religión fuese incapaz de sacar las castañas del fuego.

Cuarta: la humanidad valorará y dejará constancia de aquel biocapital no renovable que inevitablemente consumió, razonando para la historia los motivos por los que lo hizo. Para que nuestros descendientes juzguen y aprendan de los errores de sus antepasados.

Quinta: la Humanidad publicará con toda solemnidad, año tras año, un Informe del estado del Planeta que cuantifique y justifique los progresos, o los retrocesos, alcanzados en la consecución de los objetivos aquí marcados. Para ello desarrollará un conjunto de herramientas homogéneas e indicadores de fácil comprensión, consensuados por la comunidad internacional, que lo evalúen. Para que toda la población colabore y participe en los avances.

Para conseguir alcanzar tan utópicos fines debemos ser capaces de integrar el biocapital en la noción de capital, las biorrentas en la noción de renta. Incorporar a las formulaciones del pensamiento económico dominante, de momento único, ambos conceptos: sus postulados, implicaciones y contradicciones. De la misma manera que se necesita algo más que Mecánica Clásica para poder explicar el Big-Bang, el siglo XXI deberá ser capaz de transformar la arcaica y mecanicista teoría económica actual. Igual que la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica revolucionaron el pasado siglo.

Elaborar un nuevo razonamiento económico que incluya los “biodesafíos”: todos los desafíos a los que la vida nos enfrenta. Que incorpore la variable tiempo y abandone esos nefastos dogmas, que siempre fueron caducos, acerca de la infalibilidad de la tecnología, la imposible sustitución infinita de unos recursos finitos o el falso incremento de productividad eterno. Valorando el “biolegado” presente en algo más que mezquinas unidades monetarias.

Si todo ello se consigue, la humanidad habrá por fin zarpado con destino a un futuro mejor. Será un paso de gigante hacia esa cosa tan manoseada, pero que pocos demuestran conocer, llamada sostenibilidad.

De momento, nuestro mundo rico no es más que un opulento e indolente vividor dispuesto a dilapidar la “bioherencia” en una fiesta continua, hasta que la música deje de sonar. Para que, los que vengan detrás, arreen.

La naturaleza no es más que una gran orquesta que cada día que pasa pierde, por nuestra culpa, algún solista. Para rematar la faena, los sistemas políticos actuales, por muy democráticos que sean, no son muy diferentes de esa corrupta Roma clientelar hace mucho tiempo convertida en polvo y ruinas, con lo que no están muy preparados, ni parecen predispuestos, a encaminarnos por la senda de la supervivencia.

Unas preocupantes tendencias que solo una ciudadanía consciente, sabia e ilustrada puede modificar.

¿Y qué pinta el cambio climático, cualquiera que sea su origen, en todo esto? Tan solo es un secundario de lujo, un factor de producción más, que lo único que ha hecho desde que apareció la vida inteligente, o lo que diantres sea, es incrementar o reducir las rentas producidas en cada momento por el biocapital disponible, haciendo más o menos llevadera la vida humana en la Tierra.

¿Piensa usted dejar en herencia algún capitalito a sus hijos o se lo va a fundir en farras y juergas? ¿Y un biocapitalito? ¿Preferirá que sea la propia naturaleza quien nos despierte de este nebuloso sueño cuando por fin detenga la música?

El príncipe Carlos de Inglaterra reclama una Carta Magna para la Tierra, que deberá ser refrendada por la Comunidad Internacional cuando acabe este año, al finalizar la Cumbre del Clima de París.

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