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Un tirón de orejas a la prensa
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Un tirón de orejas a la prensa

A los medios de comunicación también hay que sermonearlos para decirles cómo deberían actuar en la sociedad actual

Foto: Imagen de la redacción de un medio de comunicación (EFE)
Imagen de la redacción de un medio de comunicación (EFE)

Cuando comencé a escribir en este medio allá por el año 2008, me dijeron que un post de más de ochocientas palabras no lo leería nadie. He escrito alguno con más de dos mil que ha sido leído por media legión. No todo está perdido. A ellos dirigimos estas frases inconvenientes.

Hablamos de la prensa, pero nos referimos a los medios. La televisión, lugar mediático todavía central a pesar de internet, provoca sarpullidos. Todo el mundo ve los documentales de La 2 pero nadie los contempla. Las audiencias no mienten. El resto emitido es auténtica bazofia, sean realities, tertulias o informativos teledirigidos.

La televisión no cuenta más que para adoctrinar al contribuyente, para secarle el cerebro y permitir a las castas, viejas o emergentes, afianzarse. No es más que una muestra de los efectos perversos del sistema educativo perpetrado, del exquisito nivel cultural de una población que abraza la obsoleta posmodernidad. Así va el país. Así está Europa.

El resto de los medios tampoco están para tirar cohetes. Dicen que la prensa es un reflejo de la sociedad. Pocas excepciones hay. Los medios publican lo que el respetable desea escuchar. No tieneinterés en que le cuenten lo que de verdad ocurre, las crueldades y las injusticias que las castrantes ideologías emergentes imponen. En España son a menudo lacayos del poder de turno o de las pedradas ideológicas del momento. La verdad supuesta los atenaza. La corrección política los amordaza.

Cuando pintaban oros hacían la pelota al poder, cuando han pintado bastos ha sido demasiado tarde: habían perdido su credibilidad y su independencia. El ciudadano los asimila con la casta en vigor. Deberán reflexionar acerca de su responsabilidad en el deterioro galopante de la calidad democrática de este país y de toda Europa.

Los medios digitales, cual soplo de aire fresco, han intentado modificar tal percepción. Se están quedando en la cuneta en el empeño al emular en actitudes y contenidos a la vieja prensa carcomida, perdiendo su gran oportunidad.

Dicen que el auténtico periodismo es aquel que nadie se atreve publicar. La noticia incómoda, veraz y descarnada es aquella que los editores guardan siempre en un cajón. Cuando contemplamos un medio y pasamos a continuación a otro, la mayoría de las noticias son la misma, centrifugada por el embudo ideológico de quien la escribe y tergiversada por los intereses sibilinos del editor. Pocas veces refleja de manera fidedigna la cruel verdad, las injusticias que la corrección política impone y las tropelías que los intereses creados disponen.

 Los medios publican lo que el respetable desea escuchar. No tiene interés en que le cuenten lo que de verdad ocurre

El auténtico periodismo, los reportajes críticos de calidad escritos con rigor y profundidad, no abundan más allá del cotilleo más o menos sesudo envuelto en supuesto análisis político, económico y social que martillea de manera continua las mismas ideas preconcebidas, afianzando los caducos dogmas vigentes. Idénticas perogrulladas narradas desde todos los ángulos del mismo prisma tergiversado por pobres indocumentados que se autodenominan expertos.

Disfrutamos de una prensa encantada de haberse conocido que no está dispuesta a modernizarse en aras del buen periodismo. Cuando mencionamos de una manera amplia que la caída de las civilizaciones se ha debido a la suma de las tropelías cometidas por sus élites extractivas y por causas medioambientales, sean naturales como el reciente terremoto de Nepal, o perpetradas como el deterioro sistemático del planeta a cargo de un sistema económico obsceno y absurdo, abrimos un melón gigantesco de posibles reportajes de alta calidad más allá del picoteo de noticias habitual sobre tales temas difusos.

El mundo que surgió tras la II Guerra Mundial, la etapa más próspera de la historia que aupó a las clases medias de Occidente, se desmorona. La deriva ideológica y consumista está polarizando de nuevo la sociedad entre ricos y pobres, arriba y abajo, privilegiados y desarrapados, incultos y analfabetos (funcionales). La desaparición de la industria, la salvaje desregulación financiera y las maniobras aberrantes de los bancos centrales tienen buena dosis de culpa.

Es culpable, ante todo, el buenismo y la titulitis. Un sistema educativo que lo ha avalado y fomentado. Que rechaza las humanidades. Que se dedica a engendrar acríticos productores especializados, con mayor o menor cualificación (cada vez menos), a los que se les ha arrebatado todo atisbo de raciocinio y sensibilidad artística y cultural. Que se tragan todo aquello que las modas y las marcas les imponen con el fin de incrementar el resultado. No nos extrañe que el grueso de la población retroceda una vez visto el daño cívico autoinfligido.

El día en que la sociedad espabile será demasiado tarde. La inercia social alarga la agonía al no participar los medios en el reto de cambiar la actual percepción 

La segunda causa, los efectos medioambientales, están cada día más presentes, aunque los medios sean muy parcos en sus planteamientos hacia ellos. Se trata el asunto del cambio climático como problema mayor de una manera deslavazada sin un discurso global y multidisciplinar.

La economía ortodoxa continúa sin querer tratar estos temas de una manera racional y científica. La prensa no hace más que afianzar las verdades establecidas pregonadas por gurús indecentes. Los Once Principios de la Propaganda de Goebbels nunca estuvieron tan presentes.

El día en que la sociedad espabile será demasiado tarde. La inercia social alarga la agonía al no participar los medios en el reto de cambiar la actual percepción difusa acerca de los enormes desafíos pendientes.

La prensa actual es un triste reflejo de tal sociedad. Debería armarse de valor e iluminarla en vez de replicarla. Nos creemos modernos y avanzados. Innovamos pero no INNOVAMOS. Nunca habíamos disfrutado de planteamientos más obsoletos.

Acaba un superciclo económico, político y social que comenzó con la Ilustración y la Revolución Industrial, que ha durado un cuarto de milenio. Comienza el nuevo con mal pie al desechar lo mejor del antiguo. Medios y expertos se afanan en extender lo peor, sea por miedo o por ignorancia.

Es necesario plantear, y contarlo, paradigmas diferentes que permitan la supervivencia a largo plazo de cerca de ocho mil millones de personas en un planeta cerrado con cada vez mayor escasez de recursos y ya pronto insolubles problemas medioambientales, como la pérdida de biodiversidad. La tecnología no es religión. Sigue estando considerada como tal por cierta caterva nobelada que mantiene putrefactada la supuesta ciencia económica.

¿Continuarán los medios avanzando al rebufo de esta sociedad decadente o se plantearán narrar la evolución pendiente? ¿Contribuirán a impedir una nueva revolución catastrófica cuando las tensiones medioambientales y el abuso de las élites extractivas confluyan en el tiempo, tal como afirma la NASA, o serán también víctimas como el resto?

¿Fenecerán por haber desvirtuado su misión o convencerán por haber modernizado su contenido y liderado el cambio profundo que la evolución humana necesita de manera imperiosa?

Cuando comencé a escribir en este medio allá por el año 2008, me dijeron que un post de más de ochocientas palabras no lo leería nadie. He escrito alguno con más de dos mil que ha sido leído por media legión. No todo está perdido. A ellos dirigimos estas frases inconvenientes.

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