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Para José Saramago, “las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en el triunfo personal” y, curiosamente, las

Para José Saramago, “las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en el triunfo personal” y, curiosamente, las tres tienen que ver mucho entre sí e incluso, me atrevería a decir, que la revolución tecnológica en el mundo de las telecomunicaciones es el principio de una vida de incomunicación centrada en uno mismo, pero no siempre acompañada del éxito personal.

Creo que es bueno preguntarse qué ocurría en el mundo antes de la llegada del teléfono móvil, de las redes sociales, de los ordenadores, de Twitter o Facebook. ¿Un padre o una madre de los años 70 eran menos diligentes con sus hijos porque no estaban al corriente minuto a minuto de las andanzas de su hijo? ¿Saben de verdad qué hacen cuando, al otro lado, responde una voz harta de control y arrastrando las palabras, con un: “¡Diiiiiimeeeee maaaaamá (o papá)!, ¿qué pasa ahora?”

¿Tenemos más control de nuestros asuntos porque estamos más comunicados? Reamente, ¿estamos más comunicados? O, ¿la incomunicación es producto de la revolución tecnológica de las comunicaciones?

Sería demasiado fácil hacer responsable a la tecnología de la incomunicación en la que curiosamente estamos inmersos. No es la tecnología; es el mal uso que hacemos de ella. Y sí, es cierto que estamos más comunicados. Pero, ¿es una comunicación útil, eficiente, real, incluso socialmente aceptable?

No somos nada si no somos los primeros en enterarnos de las noticias, los chascarrillos, los chistes, las fotos, los últimos vídeos… Da igual donde se produzcan, si son importantes o no, lo primordial es rebotar nuestra “exclusiva” de inmediato para dar fe de lo informados que estamos de todo lo que ocurre en el mundo.

Desde luego es rapidísima. El autor de este artículo se enteró del accidente del tren de alta velocidad en Galicia por un WhatsApp que recibió de un amigo que trabaja en Nueva York. No por eso me sentí menos informado, ni me pareció humillante que alguien a miles de kilómetros estuviera extraordinariamente atento a lo que pasa en el mundo. Me pregunto: ¿Estaba él atento a lo que tenía que estar?  

No somos nada si no somos los primeros en enterarnos de las noticias, los chascarrillos, los chistes, las fotos, los últimos vídeos… Da igual donde se produzcan, si son importantes o no, lo primordial es rebotar nuestra “exclusiva”  de inmediato para dar fe de lo informados que estamos de todo lo que ocurre en el mundo.

Y de inmediato es de inmediato. Hoy vemos a las personas jugándose la vida, hablando por teléfono en el coche con el aparato pegado a la oreja, o escribiendo un correo a dos manos y conduciendo con las piernas.

Mucha gente se  permite el lujo de responder al teléfono en plena reunión de trabajo, durante un almuerzo, en la cena o el desayuno. Con un “perdón, me llaman, no te importa, es importante.  Y ya está: arreglado. Se interrumpe la conversación ‘pasando’ olímpicamente de los presentes. Quien llama siempre es más importante, no por sí mismo, sino porque hace sonar un timbre o un vibrador que excita la curiosidad y la vanidad del que descuelga y, le hace parecer más comunicado, más importante.

Suenan en el cine, en el teatro, en los conciertos, en los oficios religiosos, por la noche, por la mañana, a la sagrada hora de la comida y en la no menos sagrada cabezada de sábados y domingos,  en los ascensores, en los autobuses, en las plazas de toros, por todas partes. Y siempre son atendidos. Si quiere que le hagan caso: llame por teléfono; por el móvil, por supuesto. Si quieres parecer importante, descuelga el móvil. Los fabricantes deberían adjuntar con el manual instrucciones otro de uso cortes de teléfonos y ordenadores.

Es posible que estemos más comunicados, pero no estamos más en contacto, porque todo se produce a larga distancia y nos perdemos la parte más importante de la comunicación: la cercanía.

Es posible que estemos más comunicados, pero no estamos más en contacto, porque todo se produce a larga distancia y nos perdemos la parte más importante de la comunicación: la cercanía. Sólo de cerca y sin intermediarios conoceremos de verdad a nuestro interlocutor y sus intenciones, buenas o malas. Sólo de cerca apreciaremos las diferentes formas de mirar, de mover las manos, los brazos, las piernas…Porque según todos los expertos, la palabra escrita –correos, WhatsApp…– sólo transmite el 7% del mensaje; el resto, un 93%, son el tono de voz y el lenguaje corporal.

Habrá quien piense que las videoconferencias cumplen esta misión, olvidando que hasta sus defensores las definen como medios fríos. Si como reza el dicho, “la distancia es el olvido”, la cercanía es la comunicación en toda su amplitud. Recuperemos la cercanía en la comunicación. No siempre se puede, pero se evita en demasiadas ocasiones.

*Juan Astorqui. Comunicación corporativa/financiera. Burson-Marsteller

Para José Saramago, “las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en el triunfo personal” y, curiosamente, las tres tienen que ver mucho entre sí e incluso, me atrevería a decir, que la revolución tecnológica en el mundo de las telecomunicaciones es el principio de una vida de incomunicación centrada en uno mismo, pero no siempre acompañada del éxito personal.

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