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Juan Manuel López-Zafra

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"La economía es la ciencia de la elección, la ciencia que estudia cómo los recursos son empleados por el hombre para satisfacer sus necesidades, puesto que

"La economía es la ciencia de la elección, la ciencia que estudia cómo los recursos son empleados por el hombre para satisfacer sus necesidades, puesto que viven en sociedad". Lionel Robbins, 1898-1984.

Tomamos decisiones casi en cada momento. Decisiones que en algunos casos son casi intrascendentes (qué me pongo hoy) y en otros sin embargo son extremadamente delicadas (qué casa comprar). No dedicamos el mismo tiempo a unas y a otras, como es natural. Y sin embargo en todas subyace la existencia de una duda. Sin ella, no hay problema de decisión posible. Sin ella, todo puede parecer más fácil. Y sin embargo son la duda y su resolución (la decisión) las que nos permiten progresar, como personas y como sociedades. La posibilidad de elegir es la esencia de la libertad, como acertadamente señalaron los Friedman en su libro de 1980 “Free to choose”, siguiendo la concepción liberal del término que antes Mises, Hayek o Berlin habían discutido.

En esencia, el proceso de decisión requiere de pocos elementos. La presencia del decisor (algo que parece obvio, pero que es importante recordar; dos personas no tienen porqué tener el mismo problema de decisión, seguro que alguien les habrá dicho alguna vez eso de qué cosas te planteas; no existe una cueva de las decisiones similar a la de la ideas de Platón) y la existencia de al menos dos alternativas o cursos de acción (no existe la duda ni el problema de decisión si no hay alternativas, si no nos preguntamos qué hacer). Pero, diga Krugman lo que diga, la economía no es una ciencia sencilla, y el proceso de decisión no acaba con la identificación de esos dos elementos esenciales. Ya en 1944 von Neumann y Morgenstern, en su imprescindible “Theory of Games and Economic Behavior” (en pdf aquí), establecieron que la decisión que adoptemos tendrá distintas consecuencias en virtud del acaecimiento de sucesos ajenos a nuestra voluntad (que los autores, acertadamente, denominaron estados de la naturaleza). Así, a la decisión de encender la luz en una habitación sigue, al menos en España, la consecuencia cierta de la iluminación de la estancia; algo que sin embargo un senegalés no necesariamente compartirá, desde el momento en que la posibilidad de alumbrado es, desgraciadamente, mucho más remota.

Esos sucesos deben ser identificados y evaluados en cuanto a su posibilidad de acaecimiento, pues afectan directamente a los resultados con los que contamos. Los modelos de decisiones en finanzas y seguros los recogen claramente, puesto que así lo exigen los últimos marcos regulatorios (Basilea III y Solvencia II, respectivamente). La evolución desde el necesario pero terrible céteris páribus hasta la generación de escenarios ha sido un gran logro de la ciencia económica.

La siguiente fase exige identificar qué pretendemos medir; a la hora de escoger una casa, las características que valoramos son el precio, la ubicación, los servicios de la zona, etc. Son los atributos, y es asimismo fundamental esforzarnos en identificarlos todos, pues luego vienen los arrepentimientos del tipo “ay, no tuve en cuenta que no había metro.” Identificamos, medimos, jerarquizamos según su importancia, y fijamos los objetivos relativos a todos y cada uno de ellos. Algunos serán inviolables (“debe haber un colegio a menos de 5 minutos”), otros serán simplemente deseables (“sería estupendo que el supermercado estuviese a menos de 10 minutos”). El proceso de identificación del problema finaliza con la elección de uno o varios criterios de decisión, que serán los que apliquemos para comparar y finalmente elegir. Es la resolución del problema; la decisión que adoptamos.

Este proceso sencillo es válido tanto en los procesos de decisión individuales como en los de decisión colectiva, mucho más complejos al existir múltiples agentes implicados. La democracia supone una delegación de la capacidad de decisión del individuo en los tres poderes clásicos con objeto de organizar la vida en sociedad. Esa pérdida de capacidad decisoria del individuo es voluntaria, pues asumimos que los beneficios serán mayores que los costes. Un programa electoral recoge, de forma sucinta, cuáles son los problemas a los que se enfrenta el país en un momento dado y de qué manera van a resolverse. Evidentemente, todos esperamos que nuestros representantes (el poder legislativo) y el ejecutivo que de él emana actúen de un ese modo; que resuelvan los problemas de la sociedad aplicando los programas por los que fueron elegidos. Por supuesto que existen decisiones que deben tomarse sin apenas tiempo, por eso es fundamental una excelente capacidad analítica por parte de los miembros del ejecutivo (y sus subordinados), que son en última instancia los responsables del destino de nuestro dinero. Y es asimismo imprescindible una capacidad de adaptación a las circunstancias; como ya señaló Von Clausewitz en su monumental De la guerra, la estrategia “tiene que salir a la campaña para disponer los detalles in situ y adoptar para el conjunto las modificaciones que constantemente se necesitan.” Por eso, no han de preocuparnos tanto las consecuencias como el proceso, que es siempre la parte más importante. Todos podemos equivocarnos al tomar una decisión, también nuestros representantes.

Lo que nunca es admisible, en quienes tienen la capacidad y la obligación de decidir, es la falta de rigor intelectual. Esa falta de rigor proviene esencialmente de dos cuestiones: la incorrecta evaluación de los atributos; y el olvido, consciente o no, de alternativas. Ejemplo de la primera es, por ejemplo, la falsa expectativa de crecimiento del PIB que manejó el ministro Solbes para los PGE de 2008 (cuando los principales institutos de análisis y el FMI habían previsto un crecimiento entre el 2,7% y el 3%, él se mantuvo en sus trece en un 3,3%, para finalmente ser de un 0,9%). Pero la evaluación de esos elementos ajenos a nuestra voluntad siempre es compleja, y por tanto sujeta a errores. La fase de identificación de alternativas (de todas) es sin embargo crucial, pues no contemplarlas todas puede llevar a una decisión que será necesariamente incompleta.  Puede argumentarse que el ejecutivo cuenta con la posibilidad de adoptar las decisiones que estime oportunas en la consecución del interés general. Coincido con esa aproximación, no considero que los sistemas asamblearios sean ágiles ni mucho menos necesarios… en una situación de “business as usual”. Admitamos que las circunstancias hayan sorprendido al ejecutivo, con un déficit promovido y ocultado por la administración socialista anterior (del que nadie aún ha respondido). Pero cuando un Presidente, elegido en el Parlamento en virtud de un programa electoral de Gobierno y tras ser votado por más de 11 millones de españoles, admite que hará “cualquier cosa que sea necesaria, aunque no me guste y aunque haya dicho que no la iba a hacer,” se encuentra moralmente inhabilitado para seguir al frente del país. Si las circunstancias han cambiado, explique qué va a hacer; qué persigue de forma concreta, más allá del manido interés general; con qué alternativas cuenta. Porque está admitiendo de facto que no había un plan estratégico, que no se evaluaron las distintas posibilidades y sus alternativas, y que se gobierna sin atender a unas bases sociales que le apoyaron para actuar de forma radicalmente distinta.

"La economía es la ciencia de la elección, la ciencia que estudia cómo los recursos son empleados por el hombre para satisfacer sus necesidades, puesto que viven en sociedad". Lionel Robbins, 1898-1984.