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El liberalismo en la encrucijada
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Juan Manuel López-Zafra

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El liberalismo en la encrucijada

La libertad está hoy en franco retroceso, denostada por opciones colectivistas que aprovechan la terrible crisis que nos atenaza para trasladar a la gente populismos trasnochados

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, saluda a varios simpatizantes. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, saluda a varios simpatizantes. (EFE)

Lo que nos une es más grande. Y más valioso.

Daniel Lacalle

No han sido unos buenos resultados electorales para quienes deseamos devolver al individuo aquello que le ha caracterizado desde su primera evolución: la capacidad de decidir y ser dueño de su destino. Las opciones electorales no eran muchas, y la materialización del voto lo ha confirmado. La libertad está hoy en franco retroceso, denostada por opciones colectivistas que aprovechan la terrible crisis que nos atenaza para trasladar a la gente populismos trasnochados que creíamos invalidados por la historia, aunque presentes en muchos países sudamericanos.

Sin duda, el conocimiento trasladado a los alumnos de los éxitos del socialismo tiene mucho que ver. En el libro de Ciencias Sociales de 4º de la ESO de una muy conocida editorial, la URSS lideraba un bloque de países del Este con economías planificadas y democracias populares, como contraposición a las democracias liberales y su libre mercado. Cuando le pedí explicaciones a la editorial acerca del empleo sin matices del sintagma “democracia popular”, me contestaron que se trataba de la denominación oficial y que no iban a entrar en cuestiones políticas: “El término democracia popular se otorgó a los regímenes políticos surgidos en la Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial”. Pura asepsia. Es muy posible entonces que la propia editorial calificase al régimen del general Franco como democracia orgánica. No acudí a comprobarlo.

Ayudan también por supuesto los medios de comunicación de masas que trasladan constantemente una imagen errónea del liberalismo y de su aplicación económica, el capitalismo, la doctrina que más ha hecho por el progreso humano, la reducción de la pobreza y la democracia en la historia de la humanidad. No quiero decir con ello que no existan fallos. Por supuesto, como ocurre con la democracia, “la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras”, como señaló Churchill. Pero de todos los sistemas económicos probados hasta la fecha, el capitalismo es el menos dañino para el individuo, la sociedad y el entorno.

Ningún otro ministro de Hacienda ha ordenado tantas subidas de impuestos como el Dr. Montoro en el mayor saqueo de las clases medias que se recuerda

En este país no se concibe un periodista, un artista o un intelectual con trascendencia pública que declare su apoyo al capitalismo sin matices, sin tapujos y sin ser condenado al ostracismo. Todo lo más es escucharle ceder, cabizbajo, “bueno, no sé, no hay nada mejor, pero tiene fallos y ahí es donde debe intervenir el Estado”. El Estado como redentor del pecado (del) capital. El Estado, que no es otra cosa más que la concreción de la voluntad popular en unas instituciones dominadas por hombres y mujeres que se arrogan con soberbia la capacidad de saber qué es lo que debe corregirse y qué es lo que no. Quizá el nuevo concejal de Hacienda de Madrid, D. Carlos Sánchez Mato, lo ha recogido mejor que nadie en los últimos tiempos: “Los ahorros de la sociedad no deben estar en manos privadas ni gestionados por ellas”. Los ahorros de la sociedad como entelequia, pues la sociedad no ahorra, si acaso sus componentes; vamos, que si por el Sr. concejal fuera sus ahorros serían expropiados porque Ud. ni sabe ni debe gestionarlos; él, ellos, en cambio, saben lo que todos nosotros necesitamos.

Pero no es la diferencia individuo/Estado la que nos ha traído aquí. Ni tampoco la identificación de culpables. Lo que pretendo es simplemente encontrar respuestas a una pregunta que me hago desde tiempo: ¿debe el liberalismo seguir en el gueto de la pureza ideológica, cual Partido Comunista de los Pueblos de España (versión ANCAP auténtica) como guardián de la esencia revolucionaria, o por el contrario debe atravesar líneas para, sin renunciar a lo que supone la esencia de la libertad, alcanzar algún cierto grado de poder y desde ahí transformar de forma efectiva los pilares actuales de la sociedad?

Como ocurre siempre en los procesos mentales de transformación (porque esa y no otra es la cuestión) es muy complicado vencer las resistencias. El 28º Congreso del PSOE, en mayo del 79, rechazó abandonar el marxismo, propuesta de su entonces joven secretario general, que decidió dimitir. Sólo cuatro meses después, en septiembre, el mismo partido renunciaba al marxismo como ideología y abrazaba la línea socialdemócrata europea, reeligiendo a Felipe González como Secretario General. Tres años después, el 28 de octubre, el PSOE lograba la mayoría absoluta en las elecciones generales. El marxismo está lejos de alcanzarse en España, pero tan alejado como la sociedad que propugnamos los liberales.

En este país no se concibe un periodista o un intelectual con imagen pública que declare su apoyo al capitalismo sin ser condenado al ostracismo

Podemos decir que el PSOE se ablandó al abandonar la tradición marxista; de este proceso histórico de renuncia a la ortodoxia bien sabe el PC Español, creado como escisión del PSOE y su Federación de Juventudes Socialistas tras el congreso extraordinario de 1919 y fusionarse más tarde con el PCOE a raíz de la Tercera Internacional en 1921 y fundar así el PCE.

Algo parecido (salvando las distancias) parece estar sucediendo en el Partido Popular, que ha abandonado (no sabemos si de forma definitiva) los postulados fundamentales del liberalismo económico en pos de otros, dicen que más centrados, claramente socialdemócratas. No ayuda, obviamente, la acusación constante de muchos tachando de neoliberal al gobierno que más ha hecho, junto con los de Rodríguez Zapatero, por el progreso del estado, en contra del individuo, desde la reinstauración de la democracia. Ahí están las cifras de deuda pública.

¿Es la situación reversible? ¿Pueden los españoles volver a disponer, en alguna medida, de mayor libertad individual y económica? ¿Podremos llegar a disfrutar de las ventajas reales del capitalismo, no del mantenimiento de medios de producción en régimen de propiedad privada funcionando bajo forma de oligopolios o de graciosas concesiones administrativas?

“España es socialista, y eso no lo vamos a cambiar” me aseguraba el otro día un buen amigo y uno de los referentes del liberalismo español. Volvemos a la resistencia al cambio, esta vez la de los españoles. Toda sociedad acaba aceptando que hay “otros” de los que tirar, que habrá siempre “ricos” a quienes detraer parte de su riqueza para entregársela a quienes no tienen. El problema es que la única forma que ha descubierto el gobierno, este y cualquiera, de mantener esa presión es ampliando la base social de los ricos (es decir, rebajando el umbral de forma progresiva para atrapar a la mayor parte posible) y ampliando el marco temporal. Recuerden el recargo temporal de solidaridad del ministro Montoro cuando el presidente Rajoy, tan solo 11 días después de tomar posesión, anunciaba la primera renuncia a sus principios (si es que existían), a su programa y a sus votantes. Por cierto, ningún otro ministro de Hacienda ha ordenado tantas subidas de impuestos como el Dr. Montoro en el mayor saqueo de las clases medias que se recuerda. Sólo en el primer año de gobierno fueron 27 las subidas; en total exceden ya las 50, “Las cincuenta sombras de Brey” como acertadamente las denomina un buen amigo. “Lo de subir impuestos se me da fatal” declaraba D. Cristóbal cuando ya había fulminado todos los récords y las clases medias agonizantes le dábamos las gracias por tanto esfuerzo denodado en su lucha interna.

Volvamos a la cuestión. ¿Cuáles son los principios básicos del liberalismo? Parece claro que estos son la no violencia, la libertad individual y la propiedad privada; el imperio de la ley, garante de los anteriores; y un gobierno limitado a las funciones básicas de administración de justicia y organización de la defensa, si optamos por un sistema de convivencia basado en el liderazgo de un órgano supra individual. De estos tres bloques emanan todos los demás principios que, según su grado, dan lugar a las distintas corrientes que, como en todas las facetas ideológicas, articulan el pensamiento.

La cuestión es recordar que esas tres, y no otras, se encuentran en la base de todas las corrientes. Eso es lo que une a los liberales, más allá de matices que distinguen a unos de otros. Así pues, ¿no sería interesante construir desde esos mínimos, en vez de plantear un programa de máximos que en ningún caso la sociedad está dispuesta, hoy, a aceptar?

Los medios de comunicación de masas trasladan constantemente una imagen errónea del liberalismo y de su aplicación económica, el capitalismo

¿Es posible apoyar un programa que NO abogue por la abolición del salario mínimo? ¿Que no pida la restauración del patrón oro, la despenalización de las drogas o el desmantelamiento de la Seguridad Social?

Personalmente, mi postura es clara. Sin embargo, creo que el posibilismo, como acertadamente lo definió un buen amigo, debiera ser la norma. La pregunta que yo me hago es sencilla: ¿cómo quiero que sea la sociedad en la que vivan mis hijas dentro de veinte o treinta años?

- ¿Con el equivalente de las actuales clases medias (que serán considerados como ricos por entonces) pagando un tipo medio del 50% para sostener los ingresos del mega estado, o pagando todos mucho menos que hoy a pesar de sostener un sistema de sanidad pública que puede financiarse de formas alternativas?

- ¿Manteniendo un sistema de pensiones que, para no quebrar, no alcanzará para entonces el salario mínimo actual o transitando hacia el cambio a uno de capitalización, pura o mixta, como ya tuvo España hace 100 años hasta que Franco y la Falange impusieron el sistema de reparto, hoy tan apreciado por la izquierda?

- ¿Aceptando intromisiones permanentes en nuestra intimidad, con vigilantes de la ORA fotografiando las matrículas de nuestros coches y saber así por dónde nos estamos moviendo durante años, siempre “por nuestra seguridad”, o manteniendo nuestra privacidad por encima del Gran Hermano estatal?

Hay que abandonar la trinchera. Muchos estamos convencidos de que el mensaje liberal es el único capaz de mantener un equilibrio entre la vida en sociedad que muchos aceptamos y buscamos y la libertad individual, sin más cesiones que las estrictamente necesarias para esa convivencia. No podemos pretender que todo el mundo acepte lo que creemos correcto. El tiempo es fundamental. Aplazar ciertos aspectos para consolidar otros es imprescindible. El tiempo es este. Y, como dijo Gandalf, “sólo tú puedes decidir qué hacer con el tiempo que se te ha dado". Adelante.

Lo que nos une es más grande. Y más valioso.

Cristóbal Montoro Seguridad Social