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Ojalá puedas ofenderme todos los días de tu vida
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Juan Manuel López-Zafra

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Ojalá puedas ofenderme todos los días de tu vida

No se trata de compartir lo que dice la otra parte. Se trata de debatir las ideas. Una idea puede parecernos horrible, pero solo será una idea. El límite es la dignidad de la persona

Foto: Autobús de la plataforma HazteOir. (EFE)
Autobús de la plataforma HazteOir. (EFE)

“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”

George Orwell

Con la polémica del autobús de la organización HazteOir vuelve a surgir el debate de los límites de la libertad de expresión, y en concreto la protección ante la ofensa percibida por el ciudadano. Es evidente que todos tenemos valores, algunos compartidos con los demás, otros muy particulares, que se ven sometidos a la confrontación diaria con los de quienes no piensan como nosotros o comparten otros distintos. El caso de la ahora concejala del Ayuntamiento de Madrid Rita Maestre, que fue objeto de denuncia, juicio y absolución por interrumpir la celebración de una misa en la capilla de Somosaguas, con sus senos a la vista de todos, representa otro caso reciente y recordado por todos. Especialmente cuando ella misma, así como la presidenta de la Comunidad de Madrid y algunos otros cargos de varios partidos políticos, ha planteado estudiar la posibilidad de un delito de odio contra los organizadores de la campaña del autobús.

No entro aquí a valorar la acción de HazteOir, como tampoco lo haré respecto de la campaña de Chrysallis que, en Euskadi y Navarra, mostraba a dos niños con vulva y dos niñas con pene con el objeto de normalizar la situación de los transexuales en el medio infantil. Me preocupa el fondo de la cuestión, que como he dicho es la ofensa.

El colaborador de la CNN Van Jones mostraba hace poco su preocupación por el exceso de protección que los estudiantes norteamericanos empiezan a exigir dentro de sus campus (puede verse el vídeo con su intervención en Chicago aquí). Siendo los casos expuestos meros ejemplos, lo verdaderamente grave es lo que está ocurriendo en las universidades, que siempre fueron el templo de la palabra, el debate y la discusión.

En 2010, algunos de los actuales dirigentes de Podemos impidieron hablar a Rosa Díez en la Complutense. En octubre pasado, la Universidad Autónoma de Madrid fue la sede en la que se impidió ejercer la palabra al expresidente del Gobierno Felipe González. En la Universidad de Berkeley, en California, los violentos reventaron la conferencia de Milo Yiannopoulos, joven editor británico de Breitbart y conocido por sus críticas al feminismo, al islam y su apoyo a Trump. Y este marzo, en el campus de Middlebury, en el estado de Vermont (uno de los bastiones del Partido Demócrata, pues lleva ganando sus tres votos electorales desde 1992), el científico social Charles Murray (polémico autor del 'The Bell Curve' y 'Coming Apart') tuvo que abandonar el salón de actos en el que estaba prevista su intervención para poder emitirla vía 'streaming' desde una sala próxima; Allison Stanger, catedrática de Ciencia Política (y, como declara en su blog, simpatizante del Partido Demócrata, además de contraria a la postura de Murray) que iba a actuar como moderadora del acto, fue agredida durante la protesta, resultando con fisura cervical. Ella misma se declaró sorprendida no solo por la violenta actitud de los estudiantes sino por el apoyo que muchos de sus colegas (que abiertamente y sin pudor alguno han declarado no haber leído nada de Murray) mostraron a la protesta.

Mientras unos y otros respeten las leyes, están en su perfecto derecho de expresar y convencer

No se trata de compartir lo que dice la otra parte, en absoluto. Se trata de debatir las ideas. Una idea puede parecernos horrible, pero solo será una idea. El límite es la dignidad de la persona. Que muchas personas compartan la ideología populista teñida de comunista de Podemos o la teñida de fascismo de Le Pen no me resulta en absoluto agradable; me repugna profundamente. Pero mientras unos y otros respeten las leyes, están en su perfecto derecho de expresar y convencer. Uno de los sustentos de la democracia es el sufragio universal. Es labor de quienes se muestran contrarios a mí convencer al resto, y es mi labor intentar con la palabra convencer de lo contrario. Lo que no es admisible es apoyarse en la ofensa para prohibir la libre expresión de las ideas. Como tampoco lo es intimidar a quien no piensa como tú, tal y como ha denunciado la Asociación de la Prensa de Madrid respecto de las actitudes de acoso y amenazas de Podemos sobre periodistas no afines.

Lo que no es admisible es apoyarse en la ofensa para prohibir la libre expresión de las ideas. Como tampoco lo es intimidar a quien no piensa como tú

La ofensa no es necesaria, en absoluto lo es. Sin embargo, ante la posibilidad de que alguien la ejerza o su limitación, mi posición es clara. La defensa de las ideas siempre debe estar por encima de la protección de una supuesta moral social, por mayoritaria que sea. El hecho de que los presos de conciencia en Venezuela sean minoritarios entre la población reclusa no quita que sea inmoral su encierro. Como tampoco lo es condenar a nadie por desnudarse en una iglesia en un país como el nuestro. Ni debería perseguirse a alguien por mostrarse orgulloso de tener en el despacho un póster de Lenin, uno de los mayores asesinos en serie de la historia. Recordemos que fue la mayoría la que condenó a muerte a Sócrates por corromper a los jóvenes y no creer en los dioses. En esto, podemos estar orgullosos de que no rija la mayoría, sino la libertad. Y que el individuo todavía prevalezca frente a la masa.

“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”