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¡Extra! ¡Extra! El FMI recorta sus previsiones de crecimiento... como (casi) siempre
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¡Extra! ¡Extra! El FMI recorta sus previsiones de crecimiento... como (casi) siempre

Lo volvió a hacer. El Fondo recortó una vez más las ya recortadas previsiones que había recortado con anterioridad... para confirmar la dificultad de reparar los daños de la crisis

Foto: La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde. (EFE)
La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde. (EFE)

Ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) no debe ser nada fácil. En serio. Lleva décadas, desde el final de Bretton Woods en 1971, redefiniendo -¿buscando?- sus señas de identidad y sus misiones para mantenerse con vida. Renovarse o morir, ya se sabe. Y su última secuencia de directores gerentes, con Rodrigo Rato y Dominique Strauss-Kahn envueltos en distintos escándalos y con Christine Lagarde investigada en el denominado caso Tapie, no contribuye precisamente a mejorar el prestigio del organismo multilateral con sede en Washington.

Pero, por encima incluso de todas estas circunstancias, posiblemente lo más llamativo del FMI de un tiempo a esta parte es el carácter errático con el que formula sus previsiones y su falta de identidad como prescriptor. Con el conseguido rol de prestamista de último recurso para socorrer a los países en problemas parece tener suficiente; los demás son aditivos. Con mucha parafernalia y boato, eso sí, que para eso lo organiza y lo dice el FMI.

Quedó de manifiesto, una vez más, este martes, cuando presentó sus previsiones de primavera. Para variar, y sobre todo para confirmar la impresión de que primero peca de optimismo y de que luego no le queda otra que aceptar la realidad, lo rebajó casi todo. Las previsiones para el crecimiento mundial, moderadas para 2016 del 3,4% al 3,2%, apenas una décima por encima del ritmo de 2015 y seis décimas por debajo de lo que pronosticaba hace un año; las previsiones para las economías desarrolladas, que apenas se expandirán un 1,9%, por debajo del 2,1% que veía en enero y del 2,4% que decía hace un año, y las previsiones para las economías emergentes, recortadas del 4,3% al 4,1% e igualmente inferiores al 4,7% que anticipaba en abril de 2015.

¿Alguna excepción, en forma de revisiones al alza? Sí, principamente una: el Fondo cree ahora que China crecerá este año un 6,5%, frente al 6,3% establecido en enero y hace un año. ¿Y España? Se suma al bloque de los recortes, en su caso con un tijeretazo de una décima, del 2,7% al 2,6%, para el crecimiento de 2016.

En vez de prescribir, describe. Y advierte de lo obvio. Del Brexit, de la incertidumbre política, de los tipos de interés negativos... Vamos, lo que hacen tantos

Datos, todos ellos, que confirman lo que hay. Un mundo que sigue penando para reparar los daños de la crisis y que continúa lejos de la tasa de crecimiento de la década previa a la crisis. Entre 1998 y 2007, el mundo creció de media un 4,2%; los países desarrollados, un 2,8%, y los emergentes, un 5,8%. Y todas las potencias, de las tradicionales a las nuevas, también crecen menos que antes. Cualquier tiempo pasado parece mejor en este terreno. Lo llamativo es que el FMI lleva años advirtiendo de esta realidad, que el organismo dirigido por Lagarde bautizó como "nueva mediocridad", pero se empeña en lanzar unas previsiones que posteriormente se desinflan, una secuencia que emplea precisamente para reforzar su argumentario sobre el poco esperanzador destino que aguarda a la economía mundial.

Y ahí está lo grave. Porque no es que el FMI se equivoque con las previsiones; al fin y al cabo, no son más que eso, números susceptibles de ser revisados. Lo relevante es la ausencia de pulso del Fondo para dar recetas válidas. Para ser un prescriptor útil para el mundo. No es raro encontrar al FMI defendiendo una cosa -por ejemplo, más acomodación monetaria- y su contraria -criticar la acomodación monetaria por los riesgos que genera-. Cuestión de matices, se dirá. O de falta de personalidad para tomar partido por una u otra opción con todas las consecuencias, como si el FMI siempre quisiera tener algún argumento al que aferrarse para alegar que ellos ya lo advirtieron. O como si asumiera su falta de legitimidad, entre tantos países que lo componen -188-, con sus intereses particulares, no siempre alineados ni coincidentes.

Por eso, en vez de prescribir, describe. Y advierte de lo obvio. Del Brexit, de la incertidumbre política, de los tipos de interés negativos... Vamos, lo que hacen tantos. En un mundo tan necesitado de ideas, de variantes, de propuestas distintas para dejar atrás la crisis, se añora mayor valentía. O un FMI de verdad.

Ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) no debe ser nada fácil. En serio. Lleva décadas, desde el final de Bretton Woods en 1971, redefiniendo -¿buscando?- sus señas de identidad y sus misiones para mantenerse con vida. Renovarse o morir, ya se sabe. Y su última secuencia de directores gerentes, con Rodrigo Rato y Dominique Strauss-Kahn envueltos en distintos escándalos y con Christine Lagarde investigada en el denominado caso Tapie, no contribuye precisamente a mejorar el prestigio del organismo multilateral con sede en Washington.

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