Competencia (im)perfecta
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Los datos y el reto que debe afrontar la UE
Esta economía de los datos, esa información que generamos todos, está permitiendo la aparición de nuevas tecnologías que, hasta hace bien poco, sonaban a ciencia ficción
Los datos digitales, esa información que, automáticamente, generamos todos cuando actuamos en la red al alquilar un apartamento de vacaciones, hacer una transferencia, consultar el tiempo meteorológico, buscar información sobre un restaurante, chatear con nuestros colegas en las redes sociales o comprar una novela, tienen un valor económico y estratégico tal que se han convertido en un 'input' esencial en cualquier actividad económica.
Así, esos datos son reutilizados por las empresas, en cualquier sector económico, por ejemplo, para ofrecer productos y servicios más ajustados a las demandas de sus clientes; generar ahorros de costes; fidelizar usuarios; intercambiarse o venderse a terceros, y, además, han permitido la aparición de nuevos negocios y servicios exclusivamente digitales que compiten con otros más tradicionales; facilitan una gestión innovadora y más eficiente de los servicios públicos, o están borrando las fronteras clásicas entre sectores.
Esta economía de los datos está, además, permitiendo la aparición de nuevas tecnologías que, hasta hace poco, sonaban a ciencia ficción. Términos como realidad virtual, inteligencia artificial, internet de las cosas, robótica avanzada o supercomputación son ya realidades, incipientes en algunos casos, pero con un potencial inimaginable de cambiar nuestras economías, nuestras relaciones y nuestras sociedades. Y, todo ello, debido a unos datos digitales que generamos involuntariamente, en gran volumen y variedad, que son veraces y que, además, aumentan rápidamente, de forma exponencial.
Pero demos un paso atrás. ¿Qué es necesario para que una empresa, una economía o un continente como el europeo puedan aprovechar todo el potencial presente y futuro que ofrecen los datos? Dos cosas que, en principio, parecen evidentes pero en las que la Unión Europea aún tiene importantes carencias. La primera, disponer de los datos, poder acceder a la información de forma sencilla, segura y no muy costosa, protegiendo, además, la privacidad de quien los genera. Y la segunda, contar con capacidades tecnológicas suficientes —infraestructura— para generarlos, recogerlos, procesarlos y almacenarlos. Sin esas capacidades, los datos carecen de valor económico.
La Unión Europea no se encuentra bien posicionada en ninguno de los dos ámbitos. En comparación con las empresas no europeas, las empresas de la UE tienen acceso a una cantidad de datos mucho menor y, en muchos casos, ello depende de que estas utilicen información generada a través de grandes plataformas que tampoco son europeas. Las plataformas digitales —sean estas redes sociales, buscadores, 'market places' o cualquier otra— son grandes simplificadores y facilitadores de la toma de decisiones y, por su naturaleza, desempeñan un papel central en el universo digital, al ser la puerta de entrada al mismo para miles de consumidores y pequeñas empresas.
Por ello, la mayoría de los europeos las usamos diariamente y cada vez más: según datos de la Comisión, el 70% de los ciudadanos de la UE usa redes sociales, el 76% consume contenidos audiovisuales y de música 'online', el 32% utiliza redes de economía colaborativa, el 72% compra 'online' y más de un millón de negocios ya venden bienes y servicios usando plataformas 'online'. Y prácticamente ninguna de esas plataformas, desde luego ninguna de las grandes, que son las que más están creciendo en número de usuarios y de uso de tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial o el Blockchain, es europea. Esto coloca la Unión Europea en una situación de fuerte dependencia competitiva cuando no, incluso, tecnológica y geoestratégica.
Europa carece de tecnologías propias de 'software', algoritmos o IA, y nuestras empresas y gobiernos deben adquirirlos de proveedores extraeuropeos
Algo parecido ocurre con las tecnologías que usamos para recoger, procesar y almacenar esos datos. La gestión eficiente de los datos para dotarlos de utilidad y, por tanto, de valor económico, requiere del uso de tecnologías de computación, almacenamiento en la nube y ciberseguridad muy avanzadas que se han convertido, globalmente, en infraestructuras con elevado valor estratégico para cualquier país o región, no solo para participar con ventaja y garantías de éxito en la economía actual sino también para tener capacidad de innovar y ser un actor relevante en el futuro.
Europa no cuenta con tecnologías propias en ninguno de los ámbitos clave de 'software', supercomputación, almacenamiento, algoritmos o inteligencia artificial, y nuestras empresas, investigadores, gobiernos y consumidores deben adquirirlos de proveedores extraeuropeos. Esto no solo nos hace dependientes tecnológicamente, sino que también conlleva riesgos en relación con la privacidad, protección y propiedad de los datos, limita nuestras capacidades de innovación, otorga una sustancial ventaja competitiva a unos, muy pocos y grandes, actores globales que se mueven en entornos de muy escasa competencia, y pone en riesgo el peso, el bienestar y la competitividad de Europa.
En la Unión Europea, la Comisión, pero también en el Consejo y los Estados miembros, son cada vez más conscientes de la importancia geoestratégica de estar a la cabeza en la revolución digital. No somos los únicos en darnos cuenta, pero sí los más atrasados entre las grandes potencias: el conflicto entre Estados Unidos y China esconde, en realidad, una lucha por el dominio digital en la que Europa debe participar mucho más activamente, desarrollando sus propias tecnologías y estándares, que deben aspirar a ser globales.
No es que hasta ahora los europeos no hayamos hecho nada. Durante el mandato de la Comisión Juncker, múltiples iniciativas legislativas han permitido avanzar en el acceso —seguro y respetuoso con la privacidad de los usuarios— a una mayor cantidad de datos, facilitando que estos —los no personales— puedan circular libremente por la UE; aumentando el acceso a la información generada por el sector público; mejorando la ciberseguridad o la regulación de las plataformas digitales. Y también, desde Europa, se ha incentivado, a través de fondos públicos, la mejora en conectividad y se ha apostado por la fibra y el 5G.
Nos queda por delante asegurar, como se han propuesto Von der Leyen y el Consejo Europeo, la soberanía tecnológica europea en ámbitos clave
Sin embargo, todo ello aún no es suficiente. Nos queda por delante la batalla de asegurar, como se han propuesto Von der Leyen y el Consejo Europeo en sus agendas estratégicas, la soberanía tecnológica europea en ámbitos clave. Ello es esencial para contar con una “Europa preparada para la edad digital”. Hasta ahora, la UE, en infraestructuras estratégicas, se ha limitado a tender las redes que permiten a terceros ofrecer multitud de servicios a los ciudadanos europeos y, por otro lado, ha adoptado una posición únicamente defensiva frente a las grandes plataformas. Pero no ha sido capaz de crear las suyas propias, plataformas de dimensión europea para prestar servicios y desde las que poder desarrollar sus propios 'software' y algoritmos o invertir en computación avanzada o inteligencia artificial, ajustadas a las necesidades de la Unión.
En mi opinión, el hecho de que la Unión Europea no constituya una unidad política, la ausencia de un verdadero mercado único digital o la existencia de múltiples idiomas han jugado en contra de un mejor posicionamiento estratégico, dificultado la toma de decisiones y llevando a que las inversiones realizadas hasta ahora en estos ámbitos hayan sido escasas, excesivamente fragmentadas y poco capaces de desarrollar proyectos con la escala y alcance suficientes para competir en un mundo de grandes actores globales.
Y este es el reto al que nos enfrentamos. Hay múltiples iniciativas sobre la mesa y cierta conciencia de que es necesario actuar de forma más integrada. El nuevo marco financiero plurianual aportará recursos para invertir significativamente en capacidades digitales propias, de primer nivel, y hacerlo de forma coherente y no fragmentada, para recuperar el terreno perdido frente a otros; se quiere revisar cómo deben funcionar las reglas de competencia en el mundo digital para garantizar reglas de juego equilibradas; algunos han puesto sobre la mesa la necesidad de analizar cómo puede Europa y su política de competencia apoyar la creación de 'campeones globales', algo muy complejo y controvertido en un modelo político y económico como el europeo, pero que puede revelarse como necesario para concentrar riqueza y conocimiento que beneficien a Europa en una economía global.
Estas decisiones serán todas ellas complejas y deberán adoptarse rápidamente. Tenemos dos opciones: una, optar por un modelo de decisiones nacionales, fragmentadas y, como se ha comprobado hasta ahora, poco exitosas; o dos, optar por un modelo más valiente, decidido e integrado, que nos permita tomar decisiones centralizadas a nivel europeo, superando la fragmentación nacional, y que nos dote de las capacidades y de la soberanía tecnológica que necesitamos. Es un reto comparable, si queremos, al que enfrentamos con la creación del euro.
Entonces, con mucho esfuerzo y contra todo pronóstico, conseguimos hacer de nuestra moneda una referencia mundial en los intercambios comerciales y financieros frente al dólar. Ahora debemos repetirlo y sentar las bases de una estrategia activa que conduzca Europa a la cabeza tecnológicaen la revolución digital.
Los datos digitales, esa información que, automáticamente, generamos todos cuando actuamos en la red al alquilar un apartamento de vacaciones, hacer una transferencia, consultar el tiempo meteorológico, buscar información sobre un restaurante, chatear con nuestros colegas en las redes sociales o comprar una novela, tienen un valor económico y estratégico tal que se han convertido en un 'input' esencial en cualquier actividad económica.