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Eva Valle

Competencia (im)perfecta

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Guerra comercial: ¿ahora le toca a Europa?

Cerrados los frentes con China y México, el único que le queda pendiente al presidente Trump, ya en plena campaña electoral, es Europa

Foto: El presidente de China, Xi Jinping, junto al de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
El presidente de China, Xi Jinping, junto al de EEUU, Donald Trump. (Reuters)

El viernes pasado, entró en vigor la primera fase del acuerdo comercial alcanzado en enero entre Estados Unidos y China. El acuerdo supuso un mero alto el fuego en la guerra de medidas y contramedidas entre ambos que inició el presidente Trump en enero de 2018. Solo un alto el fuego, sí, pero una tregua, al fin y al cabo, ya necesitada por ambos países —como expliqué hace algunas semanas— y que, además, fue recibida con una sensación de alivio por los mercados, gobiernos e instituciones con la esperanza de que supusiera un inicio de la reducción de la incertidumbre en torno a las políticas comerciales de los Estados Unidos.

Por otro lado, a finales de enero, Trump firmó la ley que permitirá, una vez Canadá termine su proceso de ratificación, la entrada en vigor de un nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá, el USMCA, que reemplazará al antiguo NAFTA. Esta firma supone, por parte del presidente estadounidense, dar el último paso para cumplir su promesa de campaña de reescribir “uno de los peores acuerdos comerciales de la historia”.

Foto: Trump durante la firma del acuerdo en fase uno (reuters)

La realidad es que, tras más de tres años de negociaciones, se ha alcanzado un acuerdo cuyos efectos aún están por verse, pero que, sin duda, redefinirá las relaciones comerciales entre los tres países, al incorporar nuevas provisiones vinculadas a las inversiones y al comercio, en relación con la propiedad intelectual, los estándares laborales, las normas de origen exigidas para fijar exenciones arancelarias a los automóviles o disposiciones relativas a la economía digital. Lo que sí parece seguro es que, a corto plazo, el principal cambio que el acuerdo supondrá será dotar de mayor seguridad y certidumbre a la inversión norteamericana en la región al afianzar las reglas comerciales. Y ello porque ambas, seguridad y certidumbre, habían desaparecido por completo durante las negociaciones, en gran parte debido a las continuas amenazas de salida del NAFTA, sin acuerdo alternativo, por parte del presidente Trump.

Así pues, cerrados los frentes con China y México, el único que le queda pendiente al presidente Trump, ya en plena campaña electoral, es Europa. Y aquí también hay novedades recientes. El pasado viernes, coincidiendo precisamente con la entrada en vigor del acuerdo con China, la Administración americana anunció su intención de elevar los aranceles, del 10% al 15%, a las aeronaves importadas de la Unión Europea. La medida entrará en vigor el próximo 18 de marzo. Esta subida arancelaria llega en un momento en que el principal fabricante americano, Boeing, está pasando por dificultades derivadas del fracaso de su modelo 737 Max, y es coherente con la larga disputa entre Estados Unidos y la Unión Europea respecto a las ayudas que recibe Airbus, que, según Estados Unidos, suponen una forma ilícita de competir con Boeing.

placeholder Un Boeing 737 Max. (Reuters)
Un Boeing 737 Max. (Reuters)

Pero este no es el único incremento arancelario que Estados Unidos ha impuesto a Europa. Ya a finales de 2019, y en esta ocasión como consecuencia del funcionamiento del mecanismo de solución de disputas de la OMC que falló en contra de la Unión Europea en el caso Boeing-Airbus, Estados Unidos impuso aranceles del 25% a productos europeos tales como queso, vino o productos agrícolas, todos ellos productos muy ligados a la imagen de los países europeos exportadores en Estados Unidos, que cuentan con competidores internos. Tampoco hay que olvidar la, en este caso, imposición unilateral de aranceles sobre las exportaciones europeas de acero y aluminio en mayo de 2018.

Además de todo ello, en reiteradas ocasiones en los últimos meses, la amenaza arancelaria ha sido la forma más frecuente de 'negociación' de Trump para conseguir que terceros países —en este caso, europeos— cambien sus políticas y evitar así lo que considera ataques contra intereses americanos. Amenazas que, sin haberse concretado, se han referido a la imposición de medidas proteccionistas a las importaciones del sector de la automoción, por considerarlas una amenaza para la seguridad nacional estadounidense; o al establecimiento de aranceles de hasta el 100% a productos emblemáticos franceses (como queso, bolsos o champán) por valor de 2.400 millones de dólares como represalia a la puesta en marcha de un impuesto digital que consideran discriminatorio.

Los objetivos de estas amenazas han sido tan dispares como conseguir un aumento del gasto en defensa por parte de Alemania; conseguir un acuerdo bilateral con la Unión Europea (y Japón) en el sector de la automoción, o represaliar a Francia por la puesta en marcha de un impuesto digital considerado discriminatorio.

placeholder Emmanuel Macron y Donald Trump, en un encuentro. (Reuters)
Emmanuel Macron y Donald Trump, en un encuentro. (Reuters)

Y, sin embargo, más allá de resultados puntuales, esta estrategia —también utilizada en los casos de China o México— puede no funcionarle a Trump en el caso de la Unión Europea. Y, por ello, tiene un límite. La razón es que muchos de estos aranceles, o al menos a partir de cierto nivel, pueden acabar afectando al consumidor americano, algo que, en plena campaña presidencial, la Administración Trump, sin duda, tiene en cuenta.

De hecho, esta fue, en parte, la razón por la que Trump nunca llegó a poner en marcha sus últimas amenazas arancelarias más elevadas contra China que afectaban en casi un 40% a bienes de consumo y, por el contrario, acabó llegando al acuerdo de primera fase.

En el caso europeo, la profundidad de las relaciones comerciales entre ambas áreas, tras décadas de fructífera relación e intercambios mutuamente beneficiosos, hace que los potenciales efectos negativos sobre los consumidores propios de una subida de aranceles sobre productos importados de la otra zona puedan ser también importantes. Y que, por tanto, actúen como elemento disciplinador en las represalias.

Foto: Von der Leyen y Trump. (Reuters)

Así, no es descartable que una subida excesiva de los aranceles a Airbus acabe afectando a las compañías aéreas estadounidenses y, por tanto, al precio de los billetes, en un país en el que el transporte aéreo es usado por millones de ciudadanos. Ni qué decir tiene que la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de automóviles y sus componentes de procedencia europea tendría un fuerte impacto potencial en Alemania y en el conjunto de la Unión; pero no sería menor el efecto sobre fabricantes y consumidores norteamericanos, quienes, muy probablemente, verían aumentar los precios de sus vehículos y, quizá, los despidos en el sector.

Todo ello no es ninguna garantía, pero puede contribuir a que, a lo largo de 2020, pueda alcanzarse algún tipo de entendimiento comercial entre Europa y Estados Unidos.

En todo caso, en mi opinión, lo más grave es que la vía de amenazas y actuaciones unilaterales de carácter proteccionista, se materialicen o no, está destruyendo el sistema multilateral de comercio que nos dimos en 1995 con la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Con una OMC si bien quizás aún no herida de muerte, sí muy dañada, la bandera de defensa del multilateralismo que acertadamente ondea Europa vive horas bajas.

El viernes pasado, entró en vigor la primera fase del acuerdo comercial alcanzado en enero entre Estados Unidos y China. El acuerdo supuso un mero alto el fuego en la guerra de medidas y contramedidas entre ambos que inició el presidente Trump en enero de 2018. Solo un alto el fuego, sí, pero una tregua, al fin y al cabo, ya necesitada por ambos países —como expliqué hace algunas semanas— y que, además, fue recibida con una sensación de alivio por los mercados, gobiernos e instituciones con la esperanza de que supusiera un inicio de la reducción de la incertidumbre en torno a las políticas comerciales de los Estados Unidos.

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