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El economista humanista
Por
La economía española en la era Trump
Aquí el problema no es Trump, es que el Estado español ha perdido mucha eficiencia desde la crisis de 2008 y la burocracia asfixia el desarrollo empresarial y, especialmente, las nuevas inversiones
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Hace cuatro años los estadounidenses decidieron despedir a Trump de la Casa Blanca; lamentablemente, no asumió su derrota, intentó asaltar el Congreso y fracasó. Ahora los estadounidenses han decidido que volviera a la Casa Blanca y pretende asaltar las instituciones desde dentro, como un caballo de Troya. Apelando a una ley de excepción, ha aprobado ya aranceles del 10% a la mayoría de los países del mundo y ha amenazado con aranceles recíprocos adicionales. La globalización generó ganadores y perdedores, y Trump ha decidido representar al obrero industrial que ha empeorado su nivel de vida desde 1980 y que le dieron la victoria en las pasadas elecciones.
Más peligrosa es su idea de devaluar el dólar para favorecer aún más las exportaciones industriales estadounidenses. Presiona sin complejos al presidente de la Reserva Federal y la pasada semana, tras la decisión del BCE de bajar los tipos, dijo que el despido de Jerome Powell no puede tardar. Su obsesión es bajar tipos para debilitar el dólar; en 2017, en su anterior mandato, subió hasta 1,25 contra el euro, pero en 2009 llegó cerca de 1,6.
Está por ver hasta dónde será capaz de llegar y qué resultado obtendrá en las elecciones de 2026, donde podría perder el control del Congreso y el Senado. Pero lo que sí está claro es que vamos a una economía mundial menos integrada; tanto en flujos comerciales, como financieros, como migratorias. Eso provocará menor crecimiento del PIB y el empleo mundial, más inflación y episodios de inestabilidad financiera como los de las últimas semanas, con las bolsas desplomándose y mucha tensión en los mercados de bonos, especialmente en deuda pública y especialmente en EEUU un país con 120% de deuda pública sobre PIB, un 7% de déficit público y que necesita emitir en el próximo año 14 billones de deuda pública para financiar el elevado déficit y refinanciar los vencimientos de bonos.
Donald Trump ha quebrado dos veces su empresa y ha necesitado refinanciar su deuda que era algo insignificante sobre el total de deuda de EEUU. Ahora está sentado sobre una bomba nuclear de deuda pública que sólo se puede refinanciar si el dólar sigue siendo la moneda de reserva mundial, pero está obsesionado con acabar con ese privilegio que tienen desde 1945 y apretar el botón rojo para que salte por los aires la estabilidad financiera mundial. Un poco de tensión en el mercado de bonos sirvió para que el miedo se apoderara de él y decidió prorrogar los aranceles. Pero estamos en el momento de mayor riesgo de crisis financiera global desde que quebró Lehman Brothers en 2008.
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España tiene la suerte de formar parte del euro y tener tipos de interés bajos y estables. En EEUU, las nuevas hipotecas están al 7% y en España están por debajo del 3% gracias al euro. La apreciación del euro dificulta nuestras exportaciones pero dos tercios de las mismas se concentran en la Unión Europea que sigue siendo el mayor mercado mundial de consumo del mundo, en euros y sin aranceles con nuestros socios. Nunca es deseable una guerra comercial pero gracias a nuestra democracia, con Franco fue imposible formar parte del selecto club de la Unión Europea, y gracias a décadas de buen hacer estamos en el mejor lugar que se puede estar en el nuevo orden mundial que Trump quiere imponer.
La alternativa a EEUU es China y también genera amenazas que no le hacen un socio fiable. Este año se cumplen ochenta años del final de la Segunda Guerra Mundial y para los que todavía tienen dudas de cuáles son los socios prioritarios de China, Xi Jinping ya ha confirmado que estará junto a Putin ese día en Moscú en la celebración pasando revista a las tropas. China sigue siendo una dictadura comunista que abandonó el absurdo sistema de planificación soviética ideado por Lenin tras la revolución para hacer frente a una hambruna provocada por las malas cosechas. Pero, cómo ha denunciado la Comisión Europea ante la Organización Mundial de Comercio, China está muy lejos aún de ser una economía de mercado, ya que su Gobierno interviene sistemáticamente en las decisiones empresariales y subvenciona a la mayoría de sus sectores, especialmente industriales y de exportación; tecnología, coches, acero, textil, calzado, pañales, etcétera. De nuevo, Europa tiene capacidad de negociar en la guerra comercial con China en nuestro nombre y nos protege. si Pedro Sánchez estuviera unilateralmente poniendo aranceles para proteger a nuestras fábricas de automóviles de las ayudas de estado china a las suyas, Xi Jinping no le habría recibido el mes pasado en Pekín. Le recibió porque Sánchez fue diciendo que apoya el libre comercio, aunque luego firme los aranceles a los coches chinos en Bruselas y apoye la Política Agraria Común, que es la más proteccionista del planeta.
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Nuestra posición geopolítica es clara; somos europeos y, ahora más que nunca, tenemos que sentirnos europeos e ir a Bruselas a aportar ideas para avanzar en el proyecto europeo. Lo mejor de Trump es que ha provocado un rechazo brutal de la mayoría de votantes europeos y es muy difícil para un político europeo, ya que los que lo hacen, como sucede en España con Abascal, ya notan el rechazo significativo de sus votantes en las encuestas.
España mantiene salarios aún más bajos que Francia y Alemania, y Polonia y la República Checa los han subido y ya están próximos a los nuestros. A eso hay que añadir la ventaja que nos da la revolución energética. La forma más barata de producir electricidad en la actualidad es con sol, viento y agua y España tiene las mejores condiciones de sol, viento y agua de Europa. Gracias a esto y a nuestro nivel salarial, España es hoy el lugar más competitivo para abrir una nueva fábrica de toda Europa. Los aranceles de Trump y los que les estamos poniendo a China forzarán a muchas empresas europeas a repatriar producción y el objetivo prioritario del Gobierno, en colaboración con las comunidades autónomas y ayuntamientos, debe ser que la mayor parte de esas fábricas se instalen en nuestro país, como sucedió en los años setenta y ochenta.
Aquí el problema no es Trump, el problema es que el Estado español ha perdido mucha eficiencia desde la crisis de 2008 y la burocracia asfixia el desarrollo empresarial y especialmente las nuevas inversiones. Somos el país más beneficiado por la revolución energética, tenemos empresas líderes mundiales que han creado un ecosistema industrial con ingeniería y tecnología 100% española y somos el país que más trabas pone a las inversiones en ese sector y con mayor riesgo regulatorio según una encuesta de Exane, el bróker de bolsa del banco francés BNP. Pedro Sánchez lleva siete años en Moncloa y aún está ejecutando subastas de fotovoltaica aprobadas por Rajoy hace más de siete años. El PP es igual de burocrático: la Xunta de Galicia ha sacado una ley limitando el desarrollo de parques eólicos en la comunidad y 62 de los 67 parques eólicos gallegos en construcción están paralizados en los juzgados. Somos uno de los países más atrasados en incorporación de coches eléctricos de Europa. Es un infierno burocrático pedir la subvención y tardan año y medio en darte el dinero, en instalar un punto de recarga se tarda dos semanas pero las empresas tardan más de un año en recibir la autorización para conectarlo a la red. Red Eléctrica supuestamente es una empresa privada que cotiza en bolsa, pero realmente es un cementerio de políticos que cobran una pasta en sueldo y planes de pensiones, y que obedecen fielmente las instrucciones de Transición Ecológica y al que se rebela le echan y se tiene que ir al sector privado; privado de chófer, de tarjeta Visa, etcétera.
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Al sistema eléctrico español le falta complementar las renovables con almacenamiento, baterías y centrales de doble bombeo principalmente, pero de nuevo la principal amenaza no es Trump es la inseguridad jurídica de la actual regulación y la burocracia del ministerio, comunidades autónomas y ayuntamientos. En este escenario, el Gobierno está a punto de cometer un gravísimo error, forzando con impuestos a cerrar centrales nucleares que venden electricidad a unos 60 euros por megavatio y sustituirlas por gas que no baja de 100 euros en el mejor de los escenarios y que llegó a costar más de 500 euros en la crisis de 2022. España tiene una ventaja competitiva energética por primera vez desde que comenzó la revolución industrial y nuestra clase política está obsesionada en cargársela.
Para dar un salto mayor en salarios, España debe cambiar radicalmente su ecosistema tecnológico. Las universidades privadas crecen, pero no invierten en investigación, y las públicas languidecen sin recursos y son incapaces de colaborar con las empresas en transferencia tecnológica. De nuevo, el ministerio del PSOE y la mayoría de comunidades gobernadas por el PP no tienen plan, ni se le espera. Hay que cambiar radicalmente la gobernanza medieval de las universidades públicas y nuestros políticos siempre quieren hacer la tortilla sin cascar los huevos, y todo en la vida no puede ser. Las pocas empresas que consiguen esa transferencia tecnológica salen a buscar financiación a un mercado de capitales que en España y en Europa sufre de enanismo, como ha denunciado Mario Draghi en su informe.
Lo mismo sucede con el déficit público y nuestros impuestos. La principal competencia internacional de nuestras empresas es asiática. Por ejemplo, Corea, un país que sufrió una guerra civil más larga y cruenta que la nuestra, tiene mejor tecnología que España y se gasta en pensiones menos de la mitad que nosotros en términos de PIB. Nosotros para financiar el sistema de pensiones tenemos que poner impuestos sobre el salario, cotizaciones e impuestos sobre la renta más altos, que hacen que nuestras empresas y nuestra industria pierda competitividad. Y aun así es insuficiente y el sistema de pensiones explica nuestra crisis fiscal. Sin el agujero del sistema de pensiones, este año estará cercano a unos 50.000 millones de euros, España tendría superávit fiscal y la deuda pública cercana al 60% del PIB, objetivo fijado en Maastricht en 1992. Con el déficit actual, España necesita emitir este año unos 300.000 millones de euros en deuda pública, cerca del 20% de su PIB y del 50% de sus ingresos públicos. Si la tensión en los mercados va a más por las políticas de Trump, el fantasma del rescate de la troika de 2012 volverá a sobrevolar nuestro país. Es necesario limitar el crecimiento de las pensiones actuales por encima del salario mínimo y bajar la relación de los nuevos pensionistas con relación a su último salario, que está próxima al 80% y es de las más altas de Europa. Pero de nuevo nuestros políticos quieren hacer la tortilla sin cascar los huevos, hay diez millones de votantes que reciben pensión, y toda la precariedad y los ajustes en las crisis se la comen los jóvenes, que no creen que vayan a cobrar pensión.
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Conclusión, España está en Europa y eso es un dique de protección que nos protege en la era Trump. La revolución energética nos sonríe y por primera vez en nuestra historia podemos hacer una política industrial basada en energía más abundante y más barata que nuestros competidores europeos. Basta con unos pocos cambios que he descrito en este artículo para conseguir el sueño de pleno empleo y salarios dignos pero todo cambio necesita liderazgo y España no tiene los líderes necesarios para afrontar este reto. Los españoles no identifican ese líder y por eso hay fragmentación en el parlamento, ingobernabilidad y seguimos inmersos en la crisis institucional que comenzó en 2008.
Hace cuatro años los estadounidenses decidieron despedir a Trump de la Casa Blanca; lamentablemente, no asumió su derrota, intentó asaltar el Congreso y fracasó. Ahora los estadounidenses han decidido que volviera a la Casa Blanca y pretende asaltar las instituciones desde dentro, como un caballo de Troya. Apelando a una ley de excepción, ha aprobado ya aranceles del 10% a la mayoría de los países del mundo y ha amenazado con aranceles recíprocos adicionales. La globalización generó ganadores y perdedores, y Trump ha decidido representar al obrero industrial que ha empeorado su nivel de vida desde 1980 y que le dieron la victoria en las pasadas elecciones.