Los problemas de medición llevan a la conclusión de que los desastres naturales tienen un efecto expansivo sobre la actividad económica, cuando la realidad es que todos los vecinos de las zonas afectadas son más pobres que antes de la riada
Una mujer limpia el lodo en un colegio de Valencia. (EFE/Ana Escobar)
En mis clases de macroeconomía en la universidad me gustaba usar un manual de Jeffrey Sachs y Felipe Larraín. Sachs es un economista al que admiro, que dirigía el centro de economía internacional en Harvard que diseñó varios programas de ajuste del FMI primero en América Latina en la crisis de la Deuda en los años ochenta y después en los países de la Unión Soviética que transitaron a la economía de mercado en los años noventa. Luego diseño los objetivos del Milenio con Naciones Unidas y desde entonces es uno de los líderes de lo que se denomina la gobernanza de la economía global y uno de los economistas más críticos con las políticas de Trump, especialmente con los aranceles. Larraín fue alumno suyo en Harvard y profesor en la Universidad Católica de Chile.
Un curso de macro empieza explicando los fundamentales que explican el consumo, la inversión y las exportaciones e importaciones. El consumo explica aproximadamente dos tercios del PIB en los países desarrollados y se empieza por ahí. La inversión suele estar próxima al 20% del PIB pero explica dos tercios de la variación y es determinante para estudiar el ciclo económico. También determina la productividad por trabajador y la renta por habitante en el largo plazo. Ayuda a entender que los economistas le dediquemos mucho análisis y atención a estudiar la inversión.
En el libro de Larraín empiezan el capítulo explicando que realmente medimos muy mal la inversión. En los modelos teóricos la inversión es la variación del stock de capital de una economía en periodo, puede ser en un trimestre si estimamos la contabilidad trimestral o en un año si estimamos la anual. Pero es muy difícil medir el stock de capital de una economía y por eso todos los países miden la inversión normalmente por encuestas pidiendo a las empresas que les digan que cantidad han invertido en ese periodo.
En el libro usan varios ejemplos para explicar los problemas medición de la inversión en el PIB. El primero es el consumo de combustibles fósiles. El petróleo y el gas han tardado millones de años en formarse pero los seres humanos los hemos consumidor a toda velocidad en el último siglo. Desde hace milenios que no consumíamos petróleo y gas, el stock de capital de ambas materias primas aumentaba y realmente el PIB debería haber aumentado pero ningún país medía el stock de capital de las reservas de petróleo y gas en su PIB, además cómo nadie extraía el petróleo no tenía ninguna aportación al PIB. Cuando ahora se extrae del subsuelo baja el stock de capital y realmente baja la inversión pero nadie lo mide. Lo que se mide es que las empresas petroleras y gasistas tienen que invertir en pozos, comprar maquinaria y contratar trabajadores y aumenta la inversión y el PIB.
Tenemos el mismo problema con la medición de la transición energética. El Gobierno quiere cerrar la central nuclear de Almaraz y sustituirla por plantas de energía renovable, en esa zona de Extremadura principalmente por plantas fotovoltaicas. Una central nuclear genera electricidad unas 7.000 horas al año, mientras las plantas fotovoltaicas sólo unas 1.700 horas cuando hay sol y la diferencia se sustituirá quemando gas que es importado. El PIB español caerá porque las importaciones restan producción nacional, pero debería disminuir aún más por la demolición de la central nuclear que supondrá reducir el stock de capital de la economía.
El otro ejemplo que usaban en el manual eran los desastres naturales. En la periferia de la ciudad de Valencia, la Dana arrasó con todo; edificios, calles, alcantarillado, coches, terrenos de cultivos agrícolas y ganaderos, etcétera. Pero nadie mide esa pérdida de stock de capital que debería provocar una fuerte caída de la inversión pero nadie va a medir eso. Sin embargo, el INE sí registrará en su encuesta de inversión que estará elaborando este año toda la inversión en reconstrucción. El Consorcio de Compensación de Seguros ha gestionado ya diez veces más expedientes que la peor catástrofe natural anterior en España y buena parte de ese dinero se habrá invertido en comprar nuevos coches o furgonetas, rehabilitar tiendas y pequeños comercios, fábricas y oficinas de grandes empresas, etcétera.
Los problemas de medición llevan a la conclusión que los desastres naturales tienen un efecto expansivo sobre la actividad económica cuando la realidad es que todos los vecinos de las zonas afectadas son más pobres que antes de la riada. Las compensaciones de seguros no habrán cubierto toda la pérdida y las familias y las empresas habrán tenido que usar sus ahorros y su patrimonio para volver a comprarse un coche y rehabilitar su vivienda, comprar nuevos muebles, ropa, etcétera. La inversión y el consumo en esa zona se hundió el último trimestre del año pasado y este año crecerá con fuerza pero debería seguir siendo inferior al año 2023.
El empleo en la ciudad de Paiporta crece hoy casi un 10% con respecto al de hace un año, se gestionó fatal el desastre, fallaron los protocolos de alarma, falló la coordinación entre la administración central, la autonómica y los ayuntamientos de nuevo por la maldita polarización ya que en Moncloa está Pedro Sánchez del Psoe, en ValenciaCarlos Mazón del PP y la mayoría de ayuntamientos afectados tienen alcaldes del Psoe. Había un proyecto para hacer una presa en el barranco del Poyo que se abandonó principalmente por motivos de impacto ambiental. Los planes urbanísticos no respetaron los cauces del los ríos que han tardado millones de años en desarrollarse y sabemos que el agua siempre vuelve y ahora sabemos que puede volver con mucha más virulencia que nunca en la historia por los efectos del cambio climático. Es increíble que haya partidos en España, en Europa y Donald Trump en la Casa Blanca que siguen negando esto.
El pasado ya no se puede cambiar y la mayor tragedia son los víctimas de ese desastre. Deberíamos sacar lecciones de esta tragedia para el futuro. La primera sacar la ideología extrema, tanto de negacionistas como ecologistas, de las decisiones. Hay que adaptar toda nuestra política de infraestructuras hídricas a la nueva realidad, especialmente en el Mediterráneo que es la zona de mayor estrés hídrico de Europa y donde sabemos que hay danas más frecuentas que antes y, sobre todo, con más capacidad destructiva.
Hay que reforzar la coordinación entre administraciones, con reglas claras, si es posible con sistemas digitales que se activen sin necesidad de decisiones discrecionales y hay que potenciar la colaboración público privada que sabemos que funcionó perfectamente en la Dana. La UME llegó rápido porque tiene reglas claras de actuación, pero el resto del ejército tardó días en llegar y debería haber estado desde el principio. Los que no fallaron fueron los voluntarios que llenaron los puentes para llegar a la zona afectada a quitar lodo. Los operarios que restablecieron la electricidad en un tiempo record. Los de los teléfonos para que las unidades de emergencias pudieran usar sus móviles y sus sistemas electrónicos. Los bancos que permitieron sacar dinero y hacer transferencias también en un tiempo record. Las donaciones privadas que llegaron inmediatamente, mientras que el dinero público llegó pero lento y complicado por la burocracia.
Muchas veces me preguntan por qué la economía española sigue creciendo y funcionando a pesar de la polarización política, el bloqueo del Parlamento, de no tener presupuestos desde hace tres años y en la Dana tuvimos la respuesta. La sociedad española ha demostrado desde 1975 ser más sensata que sus élites y el sector privado funciona. Podría funcionar mejor, con más productividad y mejores salarios pero los españoles tenemos un mérito enorme y deberíamos subir nuestra autoestima.
En mis clases de macroeconomía en la universidad me gustaba usar un manual de Jeffrey Sachs y Felipe Larraín. Sachs es un economista al que admiro, que dirigía el centro de economía internacional en Harvard que diseñó varios programas de ajuste del FMI primero en América Latina en la crisis de la Deuda en los años ochenta y después en los países de la Unión Soviética que transitaron a la economía de mercado en los años noventa. Luego diseño los objetivos del Milenio con Naciones Unidas y desde entonces es uno de los líderes de lo que se denomina la gobernanza de la economía global y uno de los economistas más críticos con las políticas de Trump, especialmente con los aranceles. Larraín fue alumno suyo en Harvard y profesor en la Universidad Católica de Chile.