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Por qué confío en la economía española
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Ignacio de la Torre

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Por qué confío en la economía española

Los españoles siempre hemos sido exagerados.  Hacia 1580 España alcanzó su máxima extensión territorial.  Probablemente entonces muchos españoles no sólo eran conscientes de la aparente potencia

Los españoles siempre hemos sido exagerados.  Hacia 1580 España alcanzó su máxima extensión territorial.  Probablemente entonces muchos españoles no sólo eran conscientes de la aparente potencia de su imperio; también el optimismo sobre el futuro que a la nación se le avecinaba era prometedor. Tras 1898, con la pérdida de las últimas colonias, una oleada de amplio pesimismo inundó España. Probablemente sea más racional ser pesimista tras una oleada de éxitos y optimista tras una cosecha de fracasos. La situación 100 años después de ambas fechas (1680 y 1998) puede reflejar algo sobre esto. 

En economía nos ocurre algo parecido. En 2006 la confianza empresarial y del consumidor estaba en cotas máximas azuzadas por incrementos crediticios suicidas y bajo el común denominador de que el país se podía enriquecer vendiéndonos unos a otros las casas cada vez más caras y financiadas con deuda. En 2010 la depresión colectiva llegaba a su clímax, y se auguraba una nueva caída en recesión de la economía el segundo semestre fruto de las medidas urgentes aprobadas por el gobierno en Mayo bajo diktat internacional (gracias a ser un país sistémico). Sin embargo, técnicamente, la economía española dejó de estar en recesión desde principios de 2010. Planteo la misma pregunta ¿era racional ser tan optimista en 2006 y muy pesimista en 2010?

Soy consciente de los muchos retos que afronta la economía española. Entre otros, un sistema educativo destrozado por dos generaciones, lo que atenta a la productividad; un sistema laboral que no fomenta la productividad ni permite ajustar la competitividad; una dependencia energética suicida; un sistema financiero con serios problemas de liquidez, de solvencia y de injerencia política; un endeudamiento externo elevado, y en su mayor parte flotante; una inflación a corto plazo que merma el poder adquisitivo; un desempleo demoledor que permanecerá alto mucho tiempo; un sistema de pensiones que nuestra pirámide demográfica no puede pagar; una década perdida en el sector inmobiliario que afectará negativamente al consumo, a la inversión, y al sistema financiero; un déficit fiscal estructural que no puede reformarse sin tocar las bases del estado autonómico, y una nefasta clase política incapaz de alcanzar acuerdos de Estado.

Sin embargo, quiero aprovechar este artículo para “mojarme” a favor de nuestra economía de una forma objetiva, aportando razones esperanzadoras que confirman que lo peor ha pasado ya, lo que no indica que los próximos años vivamos un crecimiento económico exiguo que hará descender el desempleo sólo paulatinamente.

Primero, las exportaciones españolas están aumentando un 28%. Cualquier país debería de congratularse por semejante éxito, éxito que está ayudando a generar la inercia necesaria para dejar atrás la crisis. Apenas he visto eco mediático de esta gran noticia. Se puede afirmar que este incremento está relacionado con la mejoría de nuestros principales socios (Alemania, Francia), pero también es debido al ajuste de costes laborales unitarios vivido por España desde 2009, lo que está redundando en una mejora de la cuota de mercado de España en las exportaciones (el coste laboral por hora en España está ya a unos 28 dólares frente a 40 en Francia y 46 en Alemania, lo que empieza a atraer inversión directa extranjera).  El resultado es una mayor demanda y una caída del déficit de cuenta corriente. Además, según las exportadoras alcanzan plena capacidad productiva, invierten en mayor capacidad instalada, aumentando por lo tanto el nivel de inversiones y contribuyendo al PIB.

Segundo, el consumo, aunque débil, se ha comportado mejor de lo que muchos analistas predecían. Como indican los economistas del Deutsche Bank, en un contexto de alto desempleo, el consumo viene explicado no por el nivel de desempleo, sino por el nivel de desempleo esperado. Así, lo que importa en una decisión de consumo no es si el vecino está desempleado, sino si se ha quedado desempleado recientemente; una vez se estabiliza el mercado laboral, aunque no mejor, aumenta el consumo. Por lo tanto, a medida que la destrucción de empleo se ralentiza, el consumo sorprende al alza.

Tercero, la caída del petróleo es otra buena noticia para consumidores y para los costes empresariales. Si analizamos el precio del petróleo en euros, las noticias son aún mejores.

Cuarto, con sus altibajos y con mayor o menor acierto, la percepción internacional es que España ha iniciado a tiempo el camino de las reformas, de gasto público, laboral, pensiones y del sistema financiero. Es indisputable que el comportamiento del bono español ha tenido un “decoupling” del de otros periféricos. Creo que todos deberíamos alegrarnos de este resultado, y también de que el mercado siga expectante el ritmo de las reformas implementadas desde hace un año y no implementadas durante los treinta años anteriores. Todos nosotros, y nuestros hijos se beneficiarán de las mismas. 

Quinto, el Tesoro ha aprovechado los meses más tranquilos de enero-abril para sobrefinanciarse, reduciendo el riesgo de liquidez. La deuda pública debería estabilizarse a niveles del 80% en 2014. La deuda exterior sigue a niveles preocupantes de 1,6 veces nuestro PIB (no cometamos el error de contar dos veces la deuda de los hogares y la deuda mayorista bancaria), pero son niveles substancialmente inferiores que los de otros países, y el ahorro de las familias asciende a unos siete billones, de los que por desgracia unos seis están en inmuebles, de naturaleza menos líquida. La menor financiación de bancos y cajas en el BCE (de 140.000 millones a menos de la mitad) también apunta en buena dirección. En resumen, en mi opinión, nuestra posición no es un problema de insolvencia, sino de iliquidez.

Sexto, el turismo está viviendo una excelente temporada, por factores endógenos y endógenos.  Esto contribuirá al empleo y a reducir el déficit de cuenta corriente.

Soy consciente de que los riesgos que afrontamos son enormes, y que probablemente este escenario arriba descrito presente más riesgos a la baja que al alza.  Con todo, es evidente que los peores augurios de 2009-2010 (intervención del FMI, salida del euro, fuga masiva de capitales…) no se han materializado.   A pesar de nuestro crónico pesimismo, hay que preguntarse qué han visto lo extranjeros en España para adquirir Cepsa, Campofrío, paquetes relevantes de NH o Iberdrola, o inversiones estratégicas por parte de muy sofisticados fondos de private equity, soberanos o grandes gestoras en activos relevantes españoles. 

Probablemente porque confían en la economía española.

Los españoles siempre hemos sido exagerados.  Hacia 1580 España alcanzó su máxima extensión territorial.  Probablemente entonces muchos españoles no sólo eran conscientes de la aparente potencia de su imperio; también el optimismo sobre el futuro que a la nación se le avecinaba era prometedor. Tras 1898, con la pérdida de las últimas colonias, una oleada de amplio pesimismo inundó España. Probablemente sea más racional ser pesimista tras una oleada de éxitos y optimista tras una cosecha de fracasos. La situación 100 años después de ambas fechas (1680 y 1998) puede reflejar algo sobre esto. 

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