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Ignacio de la Torre

El Observatorio del IE

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Auditar a los auditores

En el verano de 2003, un gestor de un fondo de inversión cliente y amigo mío, compró bonos de Parmalat. Vimos juntos el balance, que reflejaba un saldo

En el verano de 2003, un gestor de un fondo de inversión cliente y amigo mío, compró bonos de Parmalat. Vimos juntos el balance, que reflejaba un saldo de tesorería de 6.000 millones de euros, y una deuda financiera de unos 9.000.  

La deuda neta era muy reducida en comparación con el flujo de caja y con el patrimonio neto. Como los bonos rendían anómalamente un cupón cercano a doble dígito, mi cliente los compró. 

En diciembre estalló el escándalo contable; Parmalat había presentado un fax falsificado de Bank of America donde se afirmaba mantener una cuenta corriente con una tesorería inexistente. Después del escándalo (no antes) las agencias bajaron el rating a default

Hablé con mi cliente, quien me dijo “en el capitalismo los inversores partimos de una base, el que se puede confiar en los números auditados, si estos son también falsos, entonces se quiebra toda la confianza del mercado de valores, y eso afectará a la financiación”.

Al contemplar hoy cómo los pretendidos “beneficios” de una caja se convierten de un día para otro en “pérdidas” millonarias y la morosidad se duplica por arte de magia con el cambio de equipo gestor (lamentable y repetitivo fenómeno ya percibido en varias cajas intervenidas), o cómo el “default selectivo” griego ha supuesto que sobre el mismo bono, unos bancos hayan reconocido una pérdida de un 20% (porque utilizan un mark to model también conocido como mark to Enron) y otros bancos reconocen un 50% porque reconocen el valor de mercado, se entiende el colapso de los mercados financieros. 

Los fondos monetarios de los EEUU no financian a los bancos europeos, ya que saben que algún banco (pero no cuál) tiene déficit de capital, déficit de liquidez, y déficit de divisa (cortos en dólares, largos en euros). 

Esa situación provoca nerviosismo en el interbancario europeo, y el diferencial entre el LIBOR y el OIS (diferencial que muestra la confianza mutua entre los bancos) ha subido hasta los casi 80 puntos, señal de que hay bancos de la zona euro con problemas muy serios. 

Esta situación secará el mercado de bonos, y los bancos, buenos y malos, tendrán muy difícil refinanciar los enormes vencimientos de pasivos de 2012. Y una crisis de liquidez puede redundar en una crisis de solvencia, como lamentablemente estamos aprendiendo día a día. 

Como expresé un día, si juegan cuatro al póker y uno es insolvente, pero no se sabe cuál, la tendencia del jugador solvente es a no apostar.  Por eso la liquidez se acumula en el BCE.

Hoy quiero señalar el triste papel de los auditores como co-responsables de este desastre (al otro oligopolio de las “agencias” ya les dedicaré otro artículo). Si la inmensa mayoría de los bancos cotizan a menos de una vez su valor en libros (los bancos irlandeses llegaron a cotizar a un 10%) quiere decir que el mercado no se cree que dichos fondos propios, auditados por las mejores firmas, sean ciertos. 

Y son falsos porque el valor de los activos es mentira. Y el valor de los activos es mentira porque se abusa de la “estimación subjetiva” para valorar una gran parte de los activos. Y el auditor traga hasta que llega un nuevo equipo directivo, o una intervención, y entonces ahí se reconoce el fiasco.

 Enumero balances “gloriosos” auditados llenos de mentiras donde se ha reconocido el fraude en mayor o en menor medida: Bear Sterns, Lehman Brothers, Wachovia, Merrill Lynch, Freddie Mac, Fannie Mae, Caja Sur, CAM, CCM, Bank of Ireland, Allied Irish Bank, Fortis...

La cuestión es ¿por qué traga el auditor? ¿Por qué tragó masivamente con las cuentas de los bancos europeos y norteamericanos de 2007-2009 cuando era evidente que sus balances eran mentira? Señalo varias causas que creo que influyen en esta situación:

 a) La auditoría es un oligopolio de cuatro firmas, los oligopolios redundan en negativas externalidades para el mercado, como llevamos décadas observando.

 b) Los auditores son pagados por la propia firma auditada, generando un permanente conflicto de interés que sólo estalla en casos extremos (como la negativa de la auditora a firmar las cuentas de CCM, que provocó la intervención).

 c) Las auditoras también realizan otros servicios para las firmas (consultoría, servicios legales), acentuando el conflicto de interés.

 d) Muchos auditores valoran instrumentos financieros muy complejos, y no siempre poseen el personal con el conocimiento necesario para realizar un mark to market de semejantes estructuras; en ocasiones introducen expertos “internos” ad hoc para realizar estas “valoraciones” elevando los honorarios, intensificando aún más el conflicto de interés.

e) La valoración de muchas partidas (fondo de comercio, escudo fiscal, productos estructurados) reside en hipótesis de extrema subjetividad, y eso da pie a connivencia entre directivos y auditores para que la subjetividad beneficie a la bondad de las cuentas, en perjuicio del inversor.

Mientras no se atajen estas causas será muy difícil que se restablezca la confianza en las cuentas auditadas de los bancos. El que paga al auditor es en última instancia el inversor, y por lo tanto a estos debería deberse la función auditora. Es cierto que los socios de auditoría afrontan responsabilidades penales, no como los responsables de las agencias de rating. 

Sin embargo esto no ha bastado para evitar el desplome de confianza en los números “auditados” de los bancos. Sin esta confianza los circuitos de financiación seguirán dañados. Los circuitos de financiación dañados agravarán la recesión que se avecina. 

La recuperación de la confianza empieza desde las bases. Eso implica repensar la función auditora, y especialmente su lamentable papel en el sector bancario.

En el verano de 2003, un gestor de un fondo de inversión cliente y amigo mío, compró bonos de Parmalat. Vimos juntos el balance, que reflejaba un saldo de tesorería de 6.000 millones de euros, y una deuda financiera de unos 9.000.  

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