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Una apuesta con mis lectores sobre la corrupción
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Ignacio de la Torre

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Una apuesta con mis lectores sobre la corrupción

Hace unos días recibí una llamada de un periodista extranjero preguntando cuál sería el impacto de los escándalos de corrupción recientemente aparecidos en la economía española. “Muy

Hace unos días recibí una llamada de un periodista extranjero preguntando cuál sería el impacto de los escándalos de corrupción recientemente aparecidos en la economía española. “Muy limitado, en mi opinión”, le contesté.

¿Son los recientes escándalos sobre la corrupción una buena o una mala noticia para España? Como esta pregunta puede generar respuestas muy subjetivas me atrevo a plantearla con un medidor objetivo: si los escándalos son muy negativos para la marca España (que lo son), ¿afectarán a las dos magnitudes claves que muestran la interacción de España con el sector exterior (exportaciones de bienes y servicios e inversión directa extranjera? 

Mi apuesta es que no. Opino que durante 2013 el país volverá a alcanzar un nuevo récord histórico en el dato de exportaciones, y opino que la inversión directa extranjera que llega a España, que se ha más que duplicado durante 2012, volverá a subir durante 2013 a pesar de estas noticias.

He mostrado, como tantos otros en el pasado, mi desazón por la clase política. Hoy pienso que su capacidad de maniobra para cometer estupideces es más bien limitada gracias a haber ahogado el país en tanta deuda, lo que nos ha llevado a una intervención oficiosa que fuerza al país a realizar las necesarias reformas, de ahí que me preocupe cada vez menos la capacidad de los políticos para hacer el mal: de hecho, si fuera francés, estaría mucho más preocupado al respecto. 

De igual forma observo con cierta ironía los esfuerzos de dicha clase política por, de repente, reactivar una marca que ellos mismos han ensuciado, empezando por su nefanda gestión de décadas sobre las cajas de ahorro. Sin embargo, planteo si los factores que determinan nuestra capacidad de exportar o de atraer inversiones están más ligados a la competitividad, la cual en absoluto tiene su principal indicador en los salarios reales (que son bajos) y en la productividad (que es alta), y mucho menos en el etéreo concepto de la marca España, ya que mucha inversión directa extranjera busca instalar capacidad para exportar (la inversión extranjera en infraestructuras y energía ya nos la hemos cargado para siempre con la inseguridad jurídica). Si España es capaz de ofrecer mano de obra competitiva en precio y productividad, entonces el país seguirá atrayendo inversión extranjera, y nuestras exportaciones seguirán creciendo por encima del comercio mundial (o sea, que España seguirá ganando cuota de mercado en el mundo) Esta revolución exportadora, como hemos apuntado desde hace meses y a la que se han referido más recientemente importantes bancos, no depende tanto de la marca país (nos pese o no), sino de nuestra situación competitiva, situación que hoy en día es envidiable.

Es más, aparte de realizar la apuesta objetiva de que a pesar de las noticias sobre la corrupción, el país exportará más y atraerá más inversión, subjetivamente creo que la aparición de los escándalos, aunque a todos nos desmoralice, es muy buena para el país porque es la mejor receta para disminuir esta lacra, y por tanto respondo así a la primera pregunta más subjetiva que planteé arriba. Sé que la corrupción nunca se elimina, y la historia nos da buenos ejemplos (en Roma se empleó la idea de presumir culpabilidad a cualquier cargo político para así intentar atajar la corrupción: el político tenía que probar su inocencia al acabar su mandato y, si no lo conseguía, era penado). La clave, como ya escribí hace tiempo en esta columna en “El suicidio de un financiero corrupto”, es que en España se había pasado de ser intolerante a ser tolerante con la corrupción. La corrupción siempre existirá, pero su grado depende de la tolerancia con que la sociedad la asuma. Como afirmó hace poco un ilustre financiero español, si en un país no coexisten en su justo equilibrio una sociedad civil fuerte, una clase empresarial valiente y una casta política eficiente, la degeneración de las tres provoca una situación como la vivida. Si además una de ellas, la sociedad civil, apenas tiene peso, entonces el poder político se confabula con una clase empresarial oligárquica más preocupada por el BOE que por el genuino capitalismo. En esa situación, que España arrastra desde hace muchas décadas, la corrupción campa a sus anchas.

Afirma Warren Buffet que cuando baja la marea es cuando se ve quién nadaba desnudo. La cuestión clave de esta aseveración es el tiempo pasado del verbo nadar. En el mundo financiero, el valor de un activo siempre se basa en las expectativas de generación futura de caja de dicho activo. Por lo tanto, la clave no es percibir a un bañista desprevenidamente desnudo ante una bajada de la marea, sino intentar identificar en la próxima marea alta qué bañista va bien pertrechado. 

Para ello, el aprendizaje de haber visto las vergüenzas a unos golfos en la última bajada de marea será un activo crucial para que los españoles lideremos la regeneración moral que cualquier recuperación económica y social requiere.

Hace unos días recibí una llamada de un periodista extranjero preguntando cuál sería el impacto de los escándalos de corrupción recientemente aparecidos en la economía española. “Muy limitado, en mi opinión”, le contesté.