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Ignacio de la Torre

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El asesinato de Maximilian Kolbe

Kolbe murió de hambre y ácido, pero nos dejó a todos una lección de heroísmo, de sacrificio y de valentía al hablar de asuntos horrendos e incorrectos que los demás silenciaban

Foto: Maximilian Kolbe. (Wikipedia)
Maximilian Kolbe. (Wikipedia)

En verano de 1995 comía en la leprosería de Yaundé, en Camerún, con Esther, una monja catalana que llevaba décadas en África. Esther combinaba su trabajo mañanero con los leprosos, muchos en unas condiciones lamentables, con otras tareas vespertinas en la terrible prisión de Kondengui. Ese día, tras la comida, me puso una cinta que le habían regalado los presos y sonó un coro. Me dijo: “Es la hermandad de Maximilian Kolbe, son los condenados a muerte; las penas se suspenden a no ser que el reo pida ser ejecutado, lo que ocurre con cierta frecuencia dadas las condiciones del penal. Los que quedan vivos pero condenados, intentan sobrevivir y entre otras cosas cantan en un coro fraternal que lleva ese nombre”.

Fue la primera vez en mi vida que escuché hablar de Maximilian Kolbe.

Foto: Imagen de familias llegando a Auschwitz-Birkenau

Este verano han ocurrido acontecimientos muy relevantes a nivel social, político o económico, destacando entre todos el infame asesinato masivo de las Ramblas. Con todo, el 14 de agosto se celebró la fiesta de Maximilian Kolbe, y me gustaría dedicar esta mi primera columna tras el estío a su figura, ya que su vida y su muerte pueden estar muy relacionadas con los momentos y disquisiciones que hoy vivimos.

De padre alemán y madre polaca, Kolbe nació en la actual Polonia a finales del siglo XIX. Fue sacerdote franciscano, periodista relevante en Japón y en Polonia y docente de historia eclesiástica. Su nombre comenzó a hacerse notar cuando fundó en su país una revista de importante difusión, difusión que motivó su arresto por la Gestapo en febrero de 1941 (Alemania había invadido Polonia dos años antes), ya que se encuadró a Kolbe en la peligrosa categoría de 'intelectual'. Además, su revista fue considerada partícipe de reforzar la identidad polaca. Para más inri, Kolbe había realizado obras de caridad con necesitados, y estos incluían a decenas de judíos.

placeholder El papa Francisco reza en la celda subterránea en la que murió de inanición Maximilian Kolbe. (EFE)
El papa Francisco reza en la celda subterránea en la que murió de inanición Maximilian Kolbe. (EFE)

Fue conducido a Auschwitz, desnudado, golpeado y forzado a llevar un traje de rayas con el número de preso 16.670. Una mañana de verano del año 41, los guardianes del campo advirtieron de que se había producido una fuga en el mismo 'bloque' de prisioneros de Kolbe, el 14, bloque que venía realizando trabajos forzados fuera del campo. La reacción de las SS ante fugas consistía en 'diezmar', es decir, dejar morir de hambre a 10 prisioneros por cada preso fugado si este no aparecía. La macabra estrategia venía de muy atrás, de hecho, el primero en implantarla fue Alejandro Magno, que cuando quería castigar a una unidad la 'diezmaba' ordenando ejecutar a uno de cada 10 hombres. Los nazis cambiaron la ecuación hacia la multiplicación, pero el odioso concepto viene de la misma mente enferma que precisa del asesinato para justificar la abyección.

La reacción de las SS ante fugas consistía en 'diezmar', dejar morir de hambre, a 10 prisioneros por cada preso fugado si este no aparecía

El bloque fue mantenido en posición de firmes desde las 14:00 de ese día de verano hasta las 21:00 del día siguiente, sin poder comer ni beber. A las 21:00 se procedería a la elección al azar de las 10 víctimas. El comandante del campo, Fristsh, fue eligiéndolas. El padre Kolbe no estaba entre ellas. Gajownieczek, un sargento polaco elegido, comenzó a lamentarse de la suerte de sus tres hijos pequeños, que pronto serían huérfanos.

Kolbe, conmovido, dio un paso al frente, y Fristsh gritó : ”¿Qué quiere ese perro polaco?”.

Kolbe se ofreció para cambiarse por el prisionero.

El comandante lo autorizó. Los 10 fueron despachados a celdas de castigo para matarlos de hambre.

La muerte por hambre comprende la ruptura de músculos y otros tejidos para poder mantener las funciones cardiacas y nerviosas un tiempo. La falta de energía provoca fatiga, debilidad y apatía, hasta que prácticamente se extingue el contacto de la persona con su derredor. A veces, la debilidad hace dejar de percibir la sed, y se muere deshidratado entre fuertes dolores musculares ligados a la atrofia y a la ruptura de la piel reseca. Los hongos se extienden por el esófago, lo que provoca enormes dolores al tragar saliva, y la deficiencia en vitaminas se transforma en anemia o escorbuto, diarrea, edemas y fallos cardiacos que devienen en una muerte dolorosa.

A la tercera semana ya solo quedaban vivos cuatro prisioneros. A pesar de su neumonía, Kolbe estaba entre ellos. El comandante del campo decidió que la situación no podía continuar, y envió a un guardia para inyectar a los cuatro supervivientes ácido fénico.

Su memoria pervivió en Auschwitz, en una humilde habitación de una leprosería, y en la cámara de condenados a muerte de una prisión camerunesa

El médico polaco que entró tras salir el guardia de la celda responsable de las inyecciones encontró tres cadáveres retorcidos de dolor, y el inerte cuerpo de Kolbe sentado con el rostro sereno y los ojos fijos en un punto. En las palabras del médico: “En el campo, por meses, se recordó el heroico acto del sacerdote. Durante cada ejecución se recordaba el nombre de Maximilian Kolbe. La impresión del hecho se me grabó eternamente en la memoria".

El sargento polaco sobrevivió a la guerra, pero sus tres hijos no. No volvería a verlos. Kolbe murió de hambre y ácido, pero nos dejó a todos una lección de heroísmo, de sacrificio y de valentía al hablar de asuntos horrendos e incorrectos que los demás silenciaban, acciones siempre regadas por su caridad. Su memoria pervivió, entre otros, en el espíritu de los prisioneros que afrontaron el resto de años en Auschwitz, en una humilde habitación de una leprosería, y en la cámara de condenados a muerte de una terrible prisión camerunesa.

Ojalá que el ejemplo de Maximilian Kolbe nos dé a todos el ánimo que necesitamos para denunciar y hacer frente a la sinrazón.

En verano de 1995 comía en la leprosería de Yaundé, en Camerún, con Esther, una monja catalana que llevaba décadas en África. Esther combinaba su trabajo mañanero con los leprosos, muchos en unas condiciones lamentables, con otras tareas vespertinas en la terrible prisión de Kondengui. Ese día, tras la comida, me puso una cinta que le habían regalado los presos y sonó un coro. Me dijo: “Es la hermandad de Maximilian Kolbe, son los condenados a muerte; las penas se suspenden a no ser que el reo pida ser ejecutado, lo que ocurre con cierta frecuencia dadas las condiciones del penal. Los que quedan vivos pero condenados, intentan sobrevivir y entre otras cosas cantan en un coro fraternal que lleva ese nombre”.

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