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En contra de los espacios abiertos
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Ignacio de la Torre

El Observatorio del IE

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En contra de los espacios abiertos

En un mundo plagado de déficit de atención, espoleado por el bombardeo de información, la concentración resulta es un bien preciado

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Cuando era niño recuerdo que mi madre llegó un día muy contenta a casa con un juego de café blanco y azul que había adquirido. El asa era fina, y estaba pegada al cuerpo de la taza, de forma que al tomar café te quemabas el dedo. Mi padre recriminaba a mi madre la inutilidad de la taza, ya que su propósito era el de tomar café, no el estético, y sin embargo te quemabas el dedo con la belleza. Mi madre respondía ante las quejas “da igual, el caso es que sea bonito el juego de tazas”.

Pensé mucho en esa diatriba.

Al acabar mi carrera, asistí a una charla en la que el consejero delegado de una gran empresa norteamericana afirmó que en sus nuevas oficinas se habían eliminado todos los despachos, menos el suyo, siguiendo la cultura corporativa global en aras a promover “el intercambio de ideas”, “la creatividad” y demás pamplinas. Esa empresa quebró a los cuatro años en un famoso escándalo de corrupción contable y de gobierno corporativo. Pensé con sorna las soflamas del consejero delegado a los jóvenes, especialmente durante la crisis financiera en la que enormes bancos que también hacían gala de haber suprimido los despachos fueron quebrando uno tras otro por haber acumulado activos tóxicos (creativos, eso sí) en balances muy apalancados.

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Viva la creatividad y la comunicación. Paradójicamente, la inmensa mayoría de los empleados trabajan con cascos puestos, como es lógico para minimizar la contaminación acústica, así que alguien me explique en qué fomenta la productividad, la comunicación o la creatividad el aunar a gente con cascos puestos.

He conocido más empresas que han hecho gala de la defensa de los espacios abiertos, en general decisiones tomadas por ejecutivos que sin embargo mantienen sus despachos (“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”). Aparte de la falta de ejemplo y la hipocresía que rezuman estas decisiones, en mi opinión existen dos características que las invalidan: a) se toman primando la estética sobre la funcionalidad, y b) se toman por modas, sin tener en cuenta el análisis académico sobre si efectivamente contribuyen a mejorar la productividad. La decisión se toma “ex ante” de forma que sólo procesamos los datos que “avalan” la decisión tomada previamente para seguir la corriente, y se rechaza cualquier evidencia que la invalide.

En general, se disfruta enseñando la oficina “abierta” a clientes, visitas a veces acompañada del sonriente arquitecto padre de la criatura (que nunca trabajará en su bonita e ígnea taza de café). Sin embargo no se realiza un análisis crítico del resultado. Importa que la taza sea bonita. Da igual que queme. Tristemente, sigue primando el espíritu “de manada” que el análisis científico.

He trabajado en espacios abiertos. Sin embargo, en un mundo plagado de déficit de atención, la concentración resulta un bien preciado

He trabajado hasta hace muy pocos años en espacios abiertos. Sin embargo, en un mundo plagado de déficit de atención, espoleado por el bombardeo de información que recibimos o que queremos recibir, la concentración resulta un bien preciado.

Existe abundante literatura académica que muestra cómo una distracción, como recibir un mail, un mensaje por redes sociales, un toque en el hombro de un compañero que nos pregunta qué tal la serie de ayer, o un murmullo de tres empleados que nos hace preguntarnos si se ha despedido a alguien, provoca que nuestro cerebro tarde un periodo en volver a alcanzar la concentración (medio minuto), de lo que se deduce un impacto negativo en la productividad. Diferentes autores han cifrado el tiempo que se pierde en distracciones como las redes sociales, desde una hora diaria, hasta dos horas y media diarias, en caso de los millenials.

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La realidad es que la contaminación visual y acústica limita la productividad y la creatividad, como han mostrado diferentes investigadores de Harvard y de Oxford. La “contaminación” puede ser acústica (las conversaciones ajenas provocan pérdida de atención de nuestro cerebro, algo que no ocurre con la música no cantada), o visual (los espacios abiertos generan todo tipo de distracciones de gente que va y viene en movimientos no predecibles, que provocan distracción que afecta a la productividad, según han mostrado investigadores de Princeton).

La pérdida de privacidad visual es la segunda mayor queja de los empleados, según estudios de casi 43.000 trabajadores de los EEUU publicados en el Journal of Environmental Pshychology.

Ethan Berstein, profesor de Harvard, mostró en 2012 cómo la productividad de trabajadores que realizaban sus funciones no a la vista de los demás aumentaba entre un 10% y un 15% frene aquellos que trabajaban en “espacios abiertos”, en parte porque la autonomía les generaba más productividad que cuando se sentían observados por su jefe constantemente. En parte por la ausencia de “distracciones”.

El pensamiento crítico occidental se ha caracterizado exitosamente porque se sustenta sobre datos, no sobre emociones o actuaciones por quedar bien. Es la base del método científico. La actuación “en manada” por modas dice muy poco de nosotros. La post verdad consiste en repetir una mentira muchas veces hasta que se considere una verdad. Es una idea de los bolcheviques, luego apadrinada por Goebbles. La post verdad consiste en difundir que “los espacios abiertos fomentan la productividad”, un mantra popularizado desde los años 80.

La clave de nuestra prosperidad es el crecimiento de la productividad. La productividad no lo es todo, pero a largo plazo, lo es casi todo. Si la moda de espacios abiertos se hubiera traducido en una mejora de la productividad no escribiría este artículo. La gráfica de abajo muestra la evolución de la productividad en las últimas décadas en siete economías relevantes del mundo. Juzguen ustedes mismos.

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Existen factores más profundos que explican estos resultados decepcionantes, pero en mi opinión los espacios abiertos no han contribuido positivamente. Lo han hecho negativamente. Con todo ¿quién tiene valor para oponerse a los movimientos en manada?

En casa de mis padres sigue figurando el juego de café azul y blanco. Yo siempre tomo café en una taza de toda la vida, y no me quemo los dedos.

Por eso no me distraigo.

Cuando era niño recuerdo que mi madre llegó un día muy contenta a casa con un juego de café blanco y azul que había adquirido. El asa era fina, y estaba pegada al cuerpo de la taza, de forma que al tomar café te quemabas el dedo. Mi padre recriminaba a mi madre la inutilidad de la taza, ya que su propósito era el de tomar café, no el estético, y sin embargo te quemabas el dedo con la belleza. Mi madre respondía ante las quejas “da igual, el caso es que sea bonito el juego de tazas”.

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