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Los tres mayores retos que afrontan nuestras sociedades
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Ignacio de la Torre

El Observatorio del IE

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Los tres mayores retos que afrontan nuestras sociedades

Tenemos que mirar la complejidad de los problemas, y analizarlos con todo su horror o su potencial, para de ahí formular respuestas complejas a problemas complejos

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Joe Biden, vicepresidente de los EEUU con Obama, comentaba hace poco en Londres que las pasadas navidades había vuelto a su casa natal. En un centro comercial se encontró con un amigo de su infancia, amigo del que se había separado al dirigirse a centros de bachillerato diferentes. Joe Biden acudió a uno de élite, que luego le catapultó a una universidad de primera fila, tras la cual dedicó sa vida a la política. Su amigo estudió en un centro peor, pero tuvo una vida razonable. Según le comentó el amigo a Biden, se había hecho camionero, ganaba entre 100.000 y 120.000 dólares al año y se había retirado a los 60 con la vida resuelta.

“Sin embargo —comentó el amigo—, mi hijo tiene un problema”. “¿Qué le pasa, puedo ayudar en algo?”, contestó Biden. “No, es que mi hijo también es camionero, pero tiene 30 años y sabe que en cinco años estará en el paro debido a los camiones autónomos, así que no sabe qué hará con su vida”. Biden comentó esta anécdota para que todos entendamos el enorme poder del miedo en un contexto como el actual. El miedo se genera con las revoluciones tecnológicas, con la desaparición de trabajos y las amenazas a los sueldos, y cuando hay miedo, hay populismo, ya que este busca dar una respuesta sencilla a un problema complejo. En el caso de los EEUU, la solución radica en la ilusión de que levantando un muro y expulsando a los inmigrantes sin papeles la situación mejorará.

El miedo se genera con revoluciones tecnológicas, con la desaparición de trabajos y las amenazas a los sueldos, y cuando hay miedo, hay populismo

Pero es una falacia. Tenemos que mirar la complejidad de los problemas, y analizarlos con todo su horror o su potencial, para de ahí formular respuestas complejas a problemas complejos. Hoy me limitaré a señalar los tres mayores problemas que percibo:

Primero: desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1973, la productividad ha subido cerca de un 90%, y los sueldos reales (netos de inflación) un 88%. Esto suponía mejoras de los estándares de vida, clases medias prosperando y jornadas laborales más reducidas (por poner un ejemplo, los franceses, que trabajaban 2.200 horas al año en 1945, pasaron a trabajar menos de 1.500 horas), lo que permitía pasar más tiempo con la familia y con los amigos, además de un sentimiento de cohesión entre capital y trabajo, ya que la prosperidad era compartida.

Desde ese fatídico año 1973, la productividad ha subido un 70%, los sueldos solo un 20%. De esta forma, la participación de los salarios en el PIB ha bajado, en tanto que la participación del capital ha subido. Esto ha provocado que en general la prosperidad suba a un ritmo mucho menor que en el pasado, hasta el punto de generar por primera vez en mucho tiempo la inquietud sobre si la siguiente generación vivirá peor que la de sus padres. Los motivos que explican esta situación son complejos, en general asociados a la globalización (antes, los trabajadores competíamos con compatriotas con parecido nivel de formación, ahora con personas en países emergentes capaces de hacer nuestro mismo trabajo a un menor precio) y especialmente por la tecnología, que ha permitido hacer más con menos gente, especialmente en el sector industrial, que ha pasado de ser un tercio del PIB en los países occidentales a menos de un 15%. La crisis de 2008 ha agudizado dichos procesos, procesos que no se solucionan con soflamas como impuestos-soflama.

La participación de los salarios en el PIB ha bajado, en tanto que la participación del capital ha subido

Segundo: el modelo de crecimiento posterior a la Segunda Guerra Mundial supuso no solo el fortalecimiento de las clases medias, sino que además la prosperidad se compartía entre las grandes ciudades (Nueva York, Londres, París, Fráncfort, Múnich, Madrid, Barcelona…) y las poblaciones más pequeñas. Sin embargo, desde finales de los setenta se ha observado cómo el declive del peso de la industria y el auge de la tecnología nos han llevado a un crecimiento asimétrico: la riqueza, expresada en más número de trabajos y mejor pagados, se concentra en las ciudades muy grandes, y sin embargo el número de empleos y los sueldos se resienten en las ciudades pequeñas y en las zonas rurales. Este fenómeno es global, y su análisis puede explicar fenómenos políticos como el nutriente rural de los votos del Brexit (paradójicamente, menos afectados por la inmigración que Londres) o la revuelta de los chalecos amarillos en Francia. En el caso de España, la lamentable politización de las cajas de ahorros desde los años ochenta (y por la que se sigue sin pedir perdón) ha agudizado dicha tendencia.

La riqueza, expresada en más número de trabajos y mejor pagados, se concentra en las ciudades muy grandes, y se resiente en las pequeñas y rurales

Tercero: por si fuera poco, el fuerte crecimiento económico asociado a la productividad y al crecimiento poblacional permitió expandir el Estado social, en forma de sanidad, educación, pensiones y prestaciones por desempleo. Sin embargo, desde mediados de los años setenta la productividad comenzó a crecer mucho menos, y poco a poco las sociedades fueron envejeciendo a medida que se redujo la natalidad hasta niveles de suicidio colectivo. Como consecuencia, los crecimientos fueron menores, por lo que los gobiernos acudieron al endeudamiento masivo para sostener el Estado social. Así, por ejemplo, España pasó de tener una deuda inferior al 10% del PIB a su nivel actual, rayando el 100%. Aparte de lo insostenible de la situación, se abre el debate del Estado social 'horizontal' (de reparto) a uno 'vertical' (entender si el sistema es sostenible para las próximas generaciones).

Las sociedades envejecieron y los crecimientos fueron menores, por lo que los gobiernos acudieron al endeudamiento para sostener el Estado social

No soy amigo del milenarismo, o proceso por el que cada cierto tiempo los seres humanos pronosticamos el fin del mundo. Con todo, estos tres formidables retos, en mi opinión, exponen la complejidad del mundo que afrontamos. Ojalá todos tengamos la valentía de mirar a estos monstruos a la cara para discernir y discutir los remedios realistas con los que hacerles frente.

Y ya les aviso, serán remedios complejos, para desazón de los populistas de todos los partidos.

Feliz Navidad a todos.

Joe Biden, vicepresidente de los EEUU con Obama, comentaba hace poco en Londres que las pasadas navidades había vuelto a su casa natal. En un centro comercial se encontró con un amigo de su infancia, amigo del que se había separado al dirigirse a centros de bachillerato diferentes. Joe Biden acudió a uno de élite, que luego le catapultó a una universidad de primera fila, tras la cual dedicó sa vida a la política. Su amigo estudió en un centro peor, pero tuvo una vida razonable. Según le comentó el amigo a Biden, se había hecho camionero, ganaba entre 100.000 y 120.000 dólares al año y se había retirado a los 60 con la vida resuelta.

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