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Ignacio de la Torre

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Sobre el declive económico de Europa

La economía de la zona euro era más grande que la de los EEUU antes de la gran recesión. Hoy en día es un 37% más pequeña

Foto: Bandera de la Unión Europa. (Europa Press/DPA/Archivo/Kay Nietfeld)
Bandera de la Unión Europa. (Europa Press/DPA/Archivo/Kay Nietfeld)

Sherlock Holmes afirmaba: “Es un error capital establecer teorías antes de disponer de datos”. En esta aseveración, el ficticio detective inglés venía a tirar de las orejas a muchas teorías sin validación empírica, como unas cuantas de las formuladas por Aristóteles, ideas definidas por algún divulgador científico como “especulación de salón”.

Pues bien, disponemos de los datos. La economía de la zona euro (que aquí denominaremos europea) era más grande que la de los EEUU antes de la gran recesión. Hoy en día es un 37% más pequeña. Analizando el futuro, si nos fijamos en crecimientos económicos reales (netos de inflación), la economía norteamericana crecerá a un ritmo cercano al 1,5%, la europea, no llegará a un 1%. En otras palabras: el crecimiento de los EEUU será substancialmente superior al de Europa, lo que agrandará la brecha futura.

¿Qué está ocurriendo?

Primero, el declive demográfico de Europa es más acusado que el de los EEUU. La tasa de natalidad es más baja (1,5 niños por mujer vs. 1,7 en EEUU), y además Europa recibe menos flujos migratorios. La consecuencia es que el crecimiento de la población activa en Europa se ha situado cerca del 0,15%, en tanto que el de los EEUU ha crecido cerca del 0,5%. Por lo tanto, uno de los dos pilares del crecimiento económico estructural favorece más a los EEUU que a Europa.

Segundo, la productividad crece más en EEUU que en Europa. Así, el crecimiento de la productividad en EEUU se acerca al 1,5% anual (los datos más recientes están por encima de esta cifra), en tanto que los crecimientos europeos de productividad se sitúan más en el 1%. Si desglosamos dichos crecimientos entre crecimientos asociados a mejora del capital disponible por trabajador (vía inversiones) y crecimiento genuino de productividad (hacer más con lo mismo, o “productividad total de los factores” —TFP—), los crecimientos en el primer segmento han sido parecidos en ambas economías (1%). La diferencia proviene de la TFP, en tanto que EEUU consigue crecimientos anuales superiores en un 0,7% a los europeos desde que comenzó este siglo. La mejor forma de predecir las mejoras de TFP es la innovación. El dominio de EEUU sobre Europa es abrumador, se miren publicaciones científicas, patentes internacionales por millón de habitantes o unicornios. Dado que la industria que financia la innovación, la del venture capital, posee el doble de recursos por habitante en EEUU que en Europa, la tendencia aquí descrita no cambiará. Además, la innovación depende de la triple hélice o interrelación de la investigación militar, universitaria y de la empresa privada. En Europa estamos a años luz de ecosistemas de innovación como los desarrollados en Stanford o en el MIT.

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Tercero, la economía de los EEUU es más resiliente ante una crisis bancaria que la europea. Eso explica que la crisis financiera que comenzó en 2007 haya afectado mucho más al Viejo Continente. Los activos bancarios (en esencia, volumen de crédito) representan cerca de dos veces el PIB europeo, y, sin embargo, menos de una vez el de los EEUU. La consecuencia es que, ante una crisis bancaria, la economía europea sufre mucho más que la de los EEUU. Las empresas norteamericanas mantienen dos canales de financiación: la banca y los mercados de capitales. En Europa, sin embargo, la inmensa mayoría de la financiación sigue siendo canalizada por la banca, lo que provoca que la economía sea mucho más vulnerable ante una crisis bancaria.

Cuarto, la economía de los EEUU se autoabastece energéticamente, en tanto que la europea se ha construido en gran parte sobre una vulnerable dependencia del gas ruso. En Europa decidimos prolongar dicha vulnerabilidad limitando el fracking por sus connotaciones medioambientales, y ahora intentamos suplir la ausencia de gas ruso comprando gas norteamericano generado en gran parte vía fracking. Nuestra energía es más cara y más insegura, lo que nos resta competitividad.

Foto: Un soldado ucraniano descansa en una trinchera cerca de la ciudad de Horlivka, controlada por los rebeldes pro Rusia. (EFE/Anatolii Stepanov)
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Quinto, EEUU mantiene sus “exorbitantes privilegios” frente a Europa. El dólar sigue siendo la divisa de reserva mundial, sin una alternativa a la vista en las próximas décadas. El mercado de capitales de los EEUU es mucho más líquido y profundo que el europeo, sin que se ponga solución por parte de la UE. En EEUU existe una libertad de movimiento de trabajadores que, en la práctica, en Europa no se da. Estos factores redundan en mayor crecimiento económico.

No soy derrotista, no hay que criticar la oscuridad sino encender una luz. Europa puede poco a poco mejorar su deriva demográfica. Además, se pueden establecer mecanismos que incentiven el venture capital a través de ahorro de largo plazo (seguros y fondos de pensiones) como los que habilitó EEUU en 1979. Aunque Europa carezca de un solo ejército, la coordinación de la investigación militar aunada a la civil podría provocar mejoras en la generación de patentes futura (al fin y al cabo, en Europa se inventó el método científico). Si Europa avanzara en la siempre decepcionante unión de mercado de capitales y fomentara los bonos europeos, al menos se podría suplir una parte de nuestra desventaja frente a los EEUU. Por último, creo que Europa presenta menos riesgo político que EEUU ante una posible victoria de Trump.

Mi inquietud en cualquier caso ante los pasos a dar es la que expresó Jean-Claude Juncker, expresidente de la Comisión Europea: “Nosotros los políticos sabemos perfectamente los pasos que hay que dar en la economía, el problema es salir reelegido”.

¿Qué queremos?

Sherlock Holmes afirmaba: “Es un error capital establecer teorías antes de disponer de datos”. En esta aseveración, el ficticio detective inglés venía a tirar de las orejas a muchas teorías sin validación empírica, como unas cuantas de las formuladas por Aristóteles, ideas definidas por algún divulgador científico como “especulación de salón”.

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