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El Observatorio
Por
El populismo se alimenta de los bancos centrales
La crisis financiera provocó la insolvencia e iliquidez de muchos bancos, los cuales mantuvieron balances falsos, lo que provocó la desconfianza entre entidades financieras
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Me gusta la imagen de que una economía funciona como un cuerpo humano. El corazón es el banco central. Su misión es siempre bombear sangre. Ciudadanos y empresas somos músculos, músculos a los que es preciso hacer llegar sangre fresca para que puedan seguir funcionando. El sistema de arterias es el equivalente a la banca comercial, que canaliza la sangre bombeada por el corazón y la hace llegar a los músculos, y así facilitar su movimiento, que en economía se traduce en crecimiento, empleo y salarios.
Tras la gran depresión, en la que el desempleo de los EEUU llegó al 36%, aprendimos la lección clave de que el banco central no debe dejar de bombear sangre cuando se produce una crisis financiera, ya que esta puede provocar una recesión, que pronto deviene una depresión. La tesis doctoral de Bernanke precisamente se centra en los errores cometidos por la Fed en este sentido, de ahí que su actuación, primero como asesor del banco central japonés y más tarde como gobernador de la Fed, se centró precisamente en aumentar el bombeo.
Bombeo que se tradujo en tipos de interés históricamente bajos, y en la construcción de un enorme balance por parte de la Fed ('quantitative easing'), que triplicaba el tamaño anterior a la crisis, con el objetivo de mantener también los tipos a largo artificialmente bajos y así poder incentivar consumo e inversión para salir de la crisis. El BCE siguió unas pautas más o menos similares, especialmente bajo el mandato de Draghi.
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El problema de nuestra metáfora, y de la realidad, es que presume que el sistema arterial funciona correctamente. Sin embargo, la crisis financiera provocó la insolvencia e iliquidez de muchos bancos, muchos de los cuales mantuvieron balances falsos, lo que provocó la desconfianza mutua entre entidades financieras. Esta desconfianza, a su vez, redundó en la dificultad de acceder a la liquidez en el mercado interbancario, lo que provocó un recorte masivo de financiación al sector privado, proceso que dañó a la economía, sobre todo en Europa, que es mucho más dependiente de la financiación bancaria.
Esta situación ha provocado que el volumen de sangre a bombear por parte del banco central haya sido artificialmente alto para compensar el mal funcionamiento arterial. Posiblemente era una medida necesaria, pero analicemos los importantes efectos políticos que provoca.
La crisis financiera provocó la insolvencia e iliquidez de muchos bancos, muchos de los cuales mantuvieron balances falsos
Al inyectar los bancos centrales efectivo en los mercados, aproximadamente unos 200.000 millones de dólares al mes, los precios de los activos han subido hasta precios históricamente altos. El dinero se desplaza y busca activos alternativos, principalmente inmuebles, lo que ha provocado enormes burbujas en muchos activos inmobiliarios. Así, por ejemplo, si de media en Occidente una casa vale unos siete años de la renta bruta de un hogar, en ciudades como Sídney o Toronto se están pagando ya el doble de años, magnitudes nunca observadas.
Este contexto de precios de los activos altos coincide con las enormes cicatrices provocadas por la crisis, cicatrices en forma de mayor paro, peor calidad del empleo y una disminución progresiva del peso de los salarios en el PIB, a costa de mayores beneficios empresariales, proceso que se observa a lo largo del tiempo en países desarrollados y emergentes. Este factor provoca un enorme malestar social. Si hay menos empleo, de peor calidad y con menores sueldos, ¿cómo afrontar el pago cada vez más alto de un bien básico como la vivienda?
"La curva de Philips parece que está rota"
Los bancos centrales operaban con un axioma importante: a medida que su política expansiva conseguía generar crecimiento económico, este redundaría en empleo, y según se reducía el nivel de paro, el poder negociador del empleado subiría frente al empleador, lo que desembocaría en mayores salarios. Es el fenómeno que se conoce como curva de Philips. Sin embargo, los datos que conocemos hasta la fecha, si bien demuestran que se ha estado generando empleo, en absoluto indican cómo la caída de desempleo ha producido una mejora generalizada en salarios. En otras palabras: la curva de Philips, de momento, parece estar rota.
Los motivos pueden estar relacionados con la disrupción tecnológica, que está afectando especialmente a los trabajadores de menos cualificación, y que al reemplazar trabajos por robots provoca aumentos de oferta de trabajadores desplazados a precios relativamente bajos, lo que previene las mejoras salariales.
La situación es por lo tanto muy problemática. La expansión cuantitativa ha provocado enormes subidas de los precios de los activos, lo que ha ensanchado la desigualdad de riqueza, ya que las subidas han beneficiado asimétricamente a los ciudadanos: aquellos que tienen más han ganado mucho más que los que tienen menos.
Así, si analizamos la desigualdad con un coeficiente de Gini, en el que el cero marca la absoluta igualdad de riqueza y uno, la absoluta desigualdad, los Gini de riqueza se sitúan alrededor de 0,6, mientras que los que miran la desigualdad de ingresos se sitúan alrededor de 0,3. En otras palabras: existe el doble de desigualdad de riqueza que de renta, lo que implica que las subidas de los precios de los activos aumentan asimétricamente la desigualdad.
Si, mientras, los salarios siguen sin subir, o suben mucho menos de lo que suben los precios de los activos, se da la paradoja de que el segmento menos favorecido ve cada vez más difícil acceder a bienes básicos, como alquilar o comprar una casa. Además, esta situación limita incluso el fenómeno migratorio interior de gente que busca migrar a ciudades donde hay oferta de mejor trabajo, debido a la imposibilidad de pagar viviendas en dichas ciudades, lo que genera enormes bolsas de población sin capacidad de acceder al mercado laboral allí donde surgen oportunidades.
Este entorno genera un sentimiento de frustración y encono hacia la 'élite', con mayor o menor fundamento, frustración que puede explicar fenómenos políticos como el Brexit, o episodios relativamente parecidos en otros países o 'països' europeos o americanos, ya que a veces los votantes no distinguen bien entre políticos electos y los no electos (banqueros centrales).
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Los bancos centrales no tenían más opción que actuar como actuaron durante la crisis. Hoy en día, tenemos que replantear las ventajas e inconvenientes de mantener las medidas de emergencia a la vista del daño colateral no esperado que están generando.
La política monetaria está comenzando a cambiar, como nos está mostrando la Fed subiendo tipos y reduciendo su balance en la histórica decisión tomada la semana pasada. En mi opinión, el BCE seguirá esta línea en su reunión de octubre anunciando un 'tapering' (reducción paulatina de la expansión cuantitativa hasta llegar a cero), y algo parecido ocurrirá con el banco central de Japón durante 2018.
Paradójicamente, los dirigentes populistas de todo partido deberían rezar por que los bancos centrales no alteren su actual política. Así, por ejemplo, Trump ha declarado que quiere hacer nuevos nombramientos en la Fed para que sigan los tipos bajos… Sin embargo, los banqueros centrales afortunadamente no se deben a los votos, sino a lo que consideran que es lo mejor para sus países, y poco a poco la política monetaria está ya cambiando y normalizándose, lo que dañará al populismo. Pensemos en sus consecuencias políticas.
Me gusta la imagen de que una economía funciona como un cuerpo humano. El corazón es el banco central. Su misión es siempre bombear sangre. Ciudadanos y empresas somos músculos, músculos a los que es preciso hacer llegar sangre fresca para que puedan seguir funcionando. El sistema de arterias es el equivalente a la banca comercial, que canaliza la sangre bombeada por el corazón y la hace llegar a los músculos, y así facilitar su movimiento, que en economía se traduce en crecimiento, empleo y salarios.