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Ignacio de la Torre

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La sombra que se cierne sobre el Reino Unido

El Reino Unido sufrirá con más intensidad la crisis que se gesta sobre Europa. La gran debilidad de la libra encarecerá aún más las importaciones

Foto: Vista de la imagen de Isabel II reflejada en un charco en Piccadilly Circus, en Londres. (EFE/Olivier Hoslet)
Vista de la imagen de Isabel II reflejada en un charco en Piccadilly Circus, en Londres. (EFE/Olivier Hoslet)

Esta semana supimos que la economía de la India ha superado en tamaño a la de su antigua metrópoli. Decía Maquiavelo que “nada es tan débil e insostenible que una reputación de poder que no se base en la fuerza de uno mismo”. La recientemente fallecida reina Isabel II vio cómo el Reino Unido dejó de ser un imperio, para pasar a convertirse en una relevante potencia poscolonial. Ese viraje en lo político también produjo importantes cambios en lo económico.

Políticas cuestionables llevadas a cabo en la década de los sesenta llevaron al Reino Unido a pedir un rescate del Fondo Monetario Internacional en 1976, y solicitar la posterior adhesión a la Unión Europea. La economía británica experimentó una intensa fortaleza las siguientes dos décadas, en parte impulsada por el afianzamiento de Londres en un centro financiero global, con importantes exportaciones de servicios financieros a otros países de la Unión Europea, y mediante una extraordinaria atracción de talento.

La crisis financiera de 2009 supuso un punto de inflexión en esta dirección.

Foto: EC.
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Como tantas otras gestas, los crecimientos también generan desequilibrios. Si Londres se convirtió en una pujante metrópoli, el desarrollo del resto del país quedó más atrasado, y, a pesar de la exportación de productos financieros, la economía británica no fue lo suficientemente competitiva para exportar otros servicios y bienes por encima de su nivel de importaciones, acumulando constantes déficits comerciales. En parte, el desequilibrio entre la bonanza de Londres y el menor desarrollo del resto del país gestó una animadversión de este último hacia la capital que se capitalizó en el Brexit y que diferentes gobiernos intentan tratar con las estrategias de 'reequilibrio' ('levelling off').

Si analizamos el futuro económico del país, se perciben claras amenazas:

Primera: el Reino Unido sufrirá con más intensidad la crisis que se gesta sobre Europa. La gran debilidad de la libra encarecerá aún más las importaciones, añadiendo un problema adicional a la importante inflación generada por los precios energéticos. Para hacer frente a esta elevada inflación, el Banco de Inglaterra está llevando a cabo una constante subida de tipos, lo que ha movido los tipos a largo al 3%, su nivel más alto en años. La inflación pasa factura en forma de un menor consumo real (los sueldos no se acompasan con la inflación, lo que limita el número de bienes y servicios que se pueden consumir; como consecuencia, las ventas minoristas ya están en negativo, con la confianza del consumidor en mínimos históricos). Los mayores tipos de interés también minarán el crecimiento económico futuro, aparte de haber iniciado ya caídas en los precios de las casas. La economía entrará en 2022 en recesión técnica y se estancará en 2023, en un escenario optimista.

Segunda: el nuevo Gobierno parece haber adoptado una estrategia de hacer frente a los desafíos económicos mediante ejecutar mayor gasto público y anunciar menores impuestos. Por ejemplo, la reciente promesa de la nueva primera ministra de fijar un límite a la factura energética de los hogares y pagar la diferencia con dinero público, la friolera de un 4,3% de PIB, sin aclarar las fuentes de ingresos, conduce inexorablemente a mayores niveles de déficit.

Tercera: como consecuencia de los puntos anteriores, el Reino Unido afronta ya un déficit de cuenta corriente descomunal, cercano al 8% de su PIB (datos del primer trimestre), el segundo mayor del mundo en dólares tras el de EEUU. Recordemos que la crisis de España estalló con un déficit de un 10% de PIB, en su momento el segundo mayor del mundo en dólares. Es cierto que el Reino Unido posee su propia divisa y España, en cambio, la compartía, pero esto puede ser una fuente de amenazas igual que de oportunidades. Por eso, algún banco ha avisado del riesgo de que el Reino Unido acabe afrontando un problema con su balanza de pagos similar a un país emergente (lo que ocurrió ya, como hemos expuesto, en 1976). A mí me parece algo exagerado (el déficit mejorará algo cuando los precios de la energía se normalicen desde 2025 o 2026), pero en cualquier caso esta situación intermedia nos llevará a la siguiente consideración.

Foto:  El ex primer ministro británico, Boris Johnson. (EFE/Facundo Arrizabalaga) Opinión
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Cuarta: para financiar tan gigantesco déficit, el Reino Unido debe atraer capital constantemente. Eso se puede conseguir con buenos fundamentales, incluyendo sanos crecimientos de PIB y unas finanzas públicas saneadas. Sin embargo, el contexto apunta en la dirección contraria. Por lo tanto, financiando un enorme déficit de cuenta corriente con el viento en contra, todo apunta a que la divisa seguirá depreciándose y/o los tipos de interés de largo plazo, subiendo aún más. Ambos factores amenazarán el crecimiento futuro, generando un círculo vicioso.

En primavera de 2007 leí una magistral columna de Martin Wolf que argumentaba que la prosperidad de la economía española era aparente, ya que se substanciaba en enormes desequilibrios, sobre todo el histórico déficit de cuenta corriente, lo que generaba el efecto de 'vivir por encima de tus posibilidades'. Recuerdo que la viñeta que la acompañaba mostraba a un torero esgrimiendo un capote y un toro que se abalanzaba sobre el primero con la palabra 'déficit' señalada en su costado.

Si analizamos el Reino Unido, estamos ahí.

Esta semana supimos que la economía de la India ha superado en tamaño a la de su antigua metrópoli. Decía Maquiavelo que “nada es tan débil e insostenible que una reputación de poder que no se base en la fuerza de uno mismo”. La recientemente fallecida reina Isabel II vio cómo el Reino Unido dejó de ser un imperio, para pasar a convertirse en una relevante potencia poscolonial. Ese viraje en lo político también produjo importantes cambios en lo económico.

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