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Ignacio de la Torre

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Repensar nuestra desaparición

Si miramos a futuro, solo hay dos formas de hacer crecer una economía: las horas trabajadas y la productividad por hora trabajada

Foto: Foto: Pixabay/StartupStockPhotos.
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Es muy posible que alguien que hubiera nacido en Europa durante el Imperio romano viviera igual de mal que si lo hubiera hecho en la Edad Media o incluso en el Renacimiento. La inmensa mayoría de la población subsistía con una renta per cápita muy reducida; eso asumiendo que se llegaran a superar los cinco años, ya que la mortalidad infantil alcanzaba casi el 40% a esa edad. No es que el mundo no haya progresado en tantos siglos. Por ejemplo, durante la Edad Media surgieron innovaciones como los anteojos, el reloj mecánico o el estribo, y la agricultura medieval era más productiva que la romana. El problema es que los incrementos de productividad conseguidos mediante alguno de estos avances se diluían en forma de más población, por lo que la renta per cápita seguía siendo igual de baja. Este proceso cambia durante la Revolución Industrial, periodo en el que la aceleración de innovaciones es tal que los incrementos de productividad son muy superiores a los de población, de ahí que el estándar de vida haya mejorado exponencialmente en los últimos dos siglos y medio.

Con todo, si miramos a futuro, solo hay dos formas de hacer crecer una economía: las horas trabajadas y la productividad por hora trabajada. Las horas trabajadas acaban siendo consecuencia de cuánta gente joven se incorpora a la población activa, frente a cuántos trabajadores mayores se jubilan. Dada la calamitosa natalidad en muchas zonas del mundo (si la tasa de reemplazo es 2,1 niños por mujer, Corea del Sur se sitúa en 0,8; China, en uno; España, en 1,2; Europa y los EEUU, en 1,6, y la India, en dos), es muy posible que este componente del crecimiento sea negativo en las próximas décadas, o cero si se consigue paliar mediante inmigración masiva que no genere resquemor social. El segundo factor a su vez depende sobre todo de la innovación, y paradójicamente, aunque hayamos innovado mucho en las últimas décadas, la productividad crece a la mitad de ritmo desde los años setenta hasta hoy, comparada con los crecimientos anteriores. Por lo tanto, nos encontramos ante un mundo que afronta enormes retos demográficos y de productividad, retos que se intensifican si pensamos en la factura social que supondrá el gasto sanitario y el de pensiones. Sin embargo, siempre existen pozos de luz entre tanta oscuridad.

Conocí al profesor Carlos Simón en una cena en Valencia hace unos meses, y me estuvo hablando de su fundación homónima, cuyo propósito es impulsar la investigación científica asociada a la infertilidad (que afecta a un 10% de la población) y a la salud reproductiva, para, a partir de la misma, seleccionar aquellos procesos patentables susceptibles de explotarse comercialmente mediante la fundación de startups innovadoras. Catedrático de la Universidad de Valencia y profesor en Harvard, la investigación de Carlos Simón fue clave para el desarrollo del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), desde donde creó junto con David Jiménez la empresa Igenomix, uno de los unicornios españoles —empresas con un valor superior a 1.000 millones de dólares—, que fue vendida recientemente. Con parte de la suma obtenida, la fundación financia cada año investigaciones científicas en los campos arriba expuestos, uniendo la investigación científica (el foco de la fundación) a su posterior desarrollo empresarial.

Como él afirma: "Nuestra clave radica en un enfoque integral. Primero creando ideas novedosas que responden a necesidades médicas reales (el PORQUÉ), colocando a la paciente que desea tener hijos sanos en el centro de nuestro universo. A continuación, estas ideas deben ser demostradas científicamente con la mejor tecnología existente para después ser cuidadosamente verificadas clínicamente, patentadas y publicadas (el CÓMO). Este core es arropado con una ética empresarial inteligente, llevado a cabo por profesionales expertos que convierten todo lo anterior en realidades empresariales sólidas con un formato único, dependiendo de la pregunta clínica a resolver. Esta última parte transforma el porqué y el cómo en un QUÉ, que puede ser desde la creación de empresas de diagnóstico molecular a clínicas centradas en el tratamiento de enfermedades raras que hasta ahora no tenían cura o la fabricación de instrumentos médicos novedosos que mejoran las tasas de embarazo actuales. El objetivo final siempre es cambiar la práctica clínica para el beneficio de las pacientes que desean tener hijos sanos experimentando un embarazo sin complicaciones".

Foto: Un trabajador limpia cristales. (Europa Press/Eduardo Parra)

España presenta una tasa de creación de empresas innovadoras inferior a otros países occidentales, en parte por falta de financiación de venture capital, en parte por la falta de alineamiento entre investigación militar, universitaria y civil, fórmula de éxito conocida como la triple hélice, que tantos réditos ha conseguido en países como los EEUU (Darpa) o Israel.

"Nosotros financiamos con 3,5 millones al año la investigación científica, que puede generar publicaciones en revistas internacionales de primer nivel como Nature, Medicine o Cell. Si de este foco acaba resultando una patente con proyección empresarial, ayudamos al investigador a hacer realidad su empresa, dotándole de medios financieros y humanos para que no pierda su foco en la investigación científica". "En España la financiación de la investigación es muy escasa, por eso es tan relevante el generar autonomía financiera, para que de esa forma, investigaciones prometedoras no caigan en saco roto, algo que se denomina el valle de la muerte. Por ejemplo, hemos descubierto una prueba que permite detectar la preeclampsia [fuerte incremento de la presión arterial que pone en riesgo a la madre y al feto] en el tercer mes de embarazo, lo que permite el cuidado de un embarazo de alto riesgo con mucha más antelación y, por lo tanto, con más posibilidades de éxito".

Volviendo al futuro, Europa afronta un gran invierno demográfico y sus incrementos de productividad son mediocres. Esta fundación se centra precisamente en ambos factores: promover la natalidad, la salud reproductiva y generar innovación, la fuente última de productividad.

Así se replantea nuestro futuro desde el emprendimiento innovador.

Es muy posible que alguien que hubiera nacido en Europa durante el Imperio romano viviera igual de mal que si lo hubiera hecho en la Edad Media o incluso en el Renacimiento. La inmensa mayoría de la población subsistía con una renta per cápita muy reducida; eso asumiendo que se llegaran a superar los cinco años, ya que la mortalidad infantil alcanzaba casi el 40% a esa edad. No es que el mundo no haya progresado en tantos siglos. Por ejemplo, durante la Edad Media surgieron innovaciones como los anteojos, el reloj mecánico o el estribo, y la agricultura medieval era más productiva que la romana. El problema es que los incrementos de productividad conseguidos mediante alguno de estos avances se diluían en forma de más población, por lo que la renta per cápita seguía siendo igual de baja. Este proceso cambia durante la Revolución Industrial, periodo en el que la aceleración de innovaciones es tal que los incrementos de productividad son muy superiores a los de población, de ahí que el estándar de vida haya mejorado exponencialmente en los últimos dos siglos y medio.

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