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Impacto de la IA en el futuro de la educación: ¿nos hace más idiotas?
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Ignacio de la Torre

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Impacto de la IA en el futuro de la educación: ¿nos hace más idiotas?

La utilización de la IA en la educación parece estar ligada a un preocupante deterioro cognitivo y a una menor capacidad de razonamiento crítico. Con todo, existen también utilizaciones que podrían resultar provechosas para el futuro de los alumnos

Foto: Impacto de la IA en el futuro de la educación: ¿nos hace más idiotas? (Reutes/Brian Snyder)
Impacto de la IA en el futuro de la educación: ¿nos hace más idiotas? (Reutes/Brian Snyder)
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Andy Kessler, columnista de The Wall Street Journal, encabezaba un reciente artículo con el título "¿Nos hace la IA más imbéciles?". Recordaba que, hace décadas, nuestros padres llamaban a la televisión la "caja tonta" y, sin embargo, el coeficiente intelectual de los jóvenes entre 1932 y 1978 había aumentado unos tres puntos por década, un fenómeno conocido como el "efecto Flynn", atribuible quizás a causas nutricionales. Sin embargo, en 2023, la investigadora de la Universidad de Northwestern, Elizabeth Dworak publicó un estudio que apuntaba a un "efecto Flynn inverso": entre 2006 (año de lanzamiento de Facebook) y 2018, el rendimiento cognitivo había comenzado a retroceder en tres de sus cuatro campos principales.

Es cierto que, aunque los orígenes de la IA se remontan a la década de los cincuenta, se ha extendido masivamente a raíz de la difusión de los grandes modelos de lenguaje hace apenas tres años. ¿Qué evidencia tenemos sobre el impacto que está ejerciendo en nuestro sistema cognitivo?

Un estudio publicado este año, basado en varios cientos de entrevistas, encontró una correlación negativa significativa entre el uso frecuente de herramientas de IA y las capacidades de pensamiento crítico. El trabajo señala que, aunque estas herramientas pueden mejorar los resultados del aprendizaje al ofrecer instrucción personalizada y retroalimentación inmediata, lo que facilita la adquisición de habilidades y la retención del conocimiento, una dependencia excesiva puede provocar descarga cognitiva. Es decir, los usuarios tienden a delegar procesos mentales que deberían realizar por sí mismos, algo que deteriora su proceso cognitivo.

Por otro lado, en EEUU, varios investigadores realizaron un experimento entre trabajadores expuestos a la IA y encontraron una asociación clara: a mayor confianza en la tecnología, los usuarios reportan menos esfuerzo cognitivo y menor activación del pensamiento crítico en tareas asistidas por la IA.

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Estas conclusiones parecen también validarse con otro reciente estudio (citado por Kessler, a diferencia de los dos mencionados anteriormente) en el que los investigadores midieron la actividad cerebral de estudiantes mientras redactaban un ensayo, algunos con ayuda de ChatGPT y otros sin ella. Los resultados mostraron que quienes utilizaron ChatGPT presentaban menor activación cerebral y presentaban más dificultades para recordar con precisión una cita del texto que acababan de escribir.

A pesar del negativo panorama en relación con el proceso cognitivo, la integración de la IA en el mundo de la educación también generará importantes posibilidades. Su uso como tutor privado puede presentar enormes ventajas académicas, tal y como han demostrado diversos estudios. En un experimento en Accra (Ghana) se proporcionó a niños muy humildes herramientas de IA para actuar como tutores de matemáticas a un coste de cinco dólares por alumno. El resultado fue una mejora muy destacada de sus calificaciones, que permitió a muchos de ellos avanzar un año en su aprendizaje. Si uno de los factores que alimenta la desigualdad estriba en el acceso o no a los tutores privados, la IA puede suponer un cambio de paradigma.

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A su vez, el tutor de IA de Khan Academy, Khanmigo (que cuesta unos 42 dólares al año por alumno), no está concebido para dar soluciones directas, sino para desglosar los problemas y guiar a los alumnos hasta que encuentren las respuestas por sí mismos. Porque en educación, esa es precisamente la tarea del estudiante. Por eso, Bloomberg informaba recientemente de que Estonia, uno de los países más exitosos en educación (sus estudiantes obtienen las mejores puntuaciones en el informe PISA), está reformulando ChatGPT para uso escolar, de forma que el modelo, ante una búsqueda de un estudiante, formule preguntas, no respuestas, y que, mediante el seguimiento de dichas preguntas, el alumno acabe aprendiendo de verdad, evitando así su deterioro cognitivo. El país fue el primero en dar acceso a toda su red de colegios a ChatGPT Edu, y observó precisamente signos de deterioro cognitivo y de mayor fraude académico, de ahí que esté tratando de reformular el proceso hacia un sistema que podría ser el óptimo. Existen fascinantes ejemplos sobre el uso de la IA en otros segmentos de la educación, como en la Universidad o en el posgrado.

Taylor escribió que lo único que la gente aprende de los errores del pasado es la capacidad de cometer otros nuevos. He escrito anteriormente cómo las redes sociales podrían generar un problema al no ser sociales, es decir, al reducir el tiempo asignado a la socialización real, algo que podría estar asociado al aumento de trastornos mentales y de suicidios. Hoy en día afrontamos un reto igual de formidable con el impacto de la IA en el sector de la educación. Si algo aprendemos de la experiencia es que no podemos aislarnos de la tecnología, pero sí debemos conocer sus límites, saber qué controlar, y cómo ponerla al servicio de nuestro proceso de aprendizaje.

La respuesta a estos dilemas marcará, en mi opinión, el futuro del sector de la educación.

Andy Kessler, columnista de The Wall Street Journal, encabezaba un reciente artículo con el título "¿Nos hace la IA más imbéciles?". Recordaba que, hace décadas, nuestros padres llamaban a la televisión la "caja tonta" y, sin embargo, el coeficiente intelectual de los jóvenes entre 1932 y 1978 había aumentado unos tres puntos por década, un fenómeno conocido como el "efecto Flynn", atribuible quizás a causas nutricionales. Sin embargo, en 2023, la investigadora de la Universidad de Northwestern, Elizabeth Dworak publicó un estudio que apuntaba a un "efecto Flynn inverso": entre 2006 (año de lanzamiento de Facebook) y 2018, el rendimiento cognitivo había comenzado a retroceder en tres de sus cuatro campos principales.

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