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Paraísos fiscales y miseria tributaria
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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

Por

Paraísos fiscales y miseria tributaria

No hay arte que un gobierno aprenda más aprisa de otro que el de sacar el dinero de los bolsillos de la gente. Son todos impuestos

No hay arte que un gobierno aprenda más aprisa de otro que el de sacar el dinero de los bolsillos de la gente. Son todos impuestos más o menos malversados que aumentan los ingresos del soberano y rara vez mantienen otra cosa que no sea trabajadores improductivos, a expensas del capital de aquellos que sólo saben ser productivos. Si el padre fundador levantara la cabeza, comprobaría que se sigue trabajando para ganar dinero que vale menos cuando se cobra, menos aún cuando se gasta, perdido si se invierte y devaluado si se guarda. 

 

Con lo bien que se va de mal a bien, quienes nos han traído hasta aquí descartan el insufrible camino de vuelta, indicándonos una única salida, la huída hacia delante. Cambios para que todo siga aparentemente igual. Re-formas y re-toques de imagen, paganos que asuman la roncha y los chivos expiatorios de turno. Esta vez, paraísos fiscales y hedge funds. E Islero, por qué no. Mas ninguno de estos linchamientos ni estrictas medidas de control supone solución del problema, remedio de sus causas ni alivio de sus síntomas. Grotesca pantomima. La Porte de l'Enfer.

Los sucesivos procesos históricos de descolonización y balcanización han ido dejando un reguero de pequeños territorios y micro-estados cuya habitual carencia de ventajas comparativas les ha abocado a desarrollar ventajas competitivas. La ausencia de recursos naturales o de un entorno privilegiado exige la creación y desarrollo de capacidades basadas en la explotación de factores humanos y tecnológicos. El reducido tamaño de sus mercados interiores dificulta la consecución de economías de escala, disminuye su competitividad y conduce a compensar las desventajas iniciales mediante sana competencia fiscal. Siendo la elasticidad del capital móvil respecto al tipo impositivo mayor cuanto menor sea la dimensión territorial, se neutraliza la inicial pérdida de ingresos fiscales y se dota de ventajas competitivas a quienes, de otra forma, estarían condenados a una economía de subsistencia.

Pero esta competencia fiscal es vista, desde los grandes Estados, como desleal y perniciosa. Puesto que una reducción de la carga impositiva tiene un efecto mínimo sobre la atracción de capital respecto al PIB, sin compensar los descensos de recaudación, la solución de consenso es evitar competir. Sabido es, la competencia es buena según en qué. En el corto plazo, la imposición confiscatoria sobre las rentas de capital es óptima. La consigna ideológica subyacente es clara: la insumisión dimensional del Estado requiere una presión fiscal mínima lo suficientemente alta que permita seguir financiando la capacidad de perpetuación del poder político y sus servidumbres. Para ello, ilimitada capacidad normativa, coacción tributaria e insaciable apetito expropiatorio. A cualquier precio, siempre pagan los de siempre. Con la ley en la mano, bufet libre a costa del contribuyente. Y si no cuadran las cuentas, se le hipoteca con el aval de generaciones venideras.

Sin embargo, la concurrencia introducida por los paraísos fiscales ha permitido reducir la presión impositiva soportada en los países más industrializados: desde 1980, 20 puntos porcentuales en sociedades, a partir de una media del 50%; y 25 puntos en renta, hasta el 45%. En la UE, sólo entre 1998 y 2004 la carga tributaria efectiva de sociedades se ha reducido 6 puntos porcentuales, del 32 al 26%. El batiburrillo fiscal aplicado al consumo, al trabajo y al capital, insostenible por más tiempo.

Eslovaquia. Hace apenas una docena de años aún arrastraba el legado de ruinosas estructuras del paraíso comunista y su reciente escisión de su hermana checa. Panorama desolador, doy fe. Esfuerzo colectivo, compromiso y enormes ganas de progreso condujeron al país hacia las reformas que le han permitido abrazar el euro en enero pasado. Una de esas reformas esenciales fue la fiscal, implantada hace un lustro. Tipo único del 19% en renta, sociedades e IVA, incentivando la competencia tributaria e importantes reducciones impositivas en los países de su entorno, para alborozo de los sufridos contribuyentes y enfado de los colosos tributarios, bajo acusaciones de dumping fiscal y competencia desleal. En la actualidad, es el mayor productor mundial per cápita de automóviles.

La adicción tributaria de algunos Estados, gravando sucesivamente rentas del trabajo, capital acumulado, sus rendimientos y su transmisión, sólo desalienta el ahorro y la inversión, ceba el consumismo vacuo, lastra el crecimiento económico e incentiva tanto la elusión como la evasión fiscal defensiva. La equidad, simplificación, y estabilidad impositivas son imprescindibles para cálculos económicos realistas a largo plazo y evitar distorsiones en las decisiones de los agentes. La relación óptima entre carga tributaria y horas trabajadas también, como se evidencia respecto de los países de la OCDE entre 1956 y 2004. Mayores impuestos reducen las horas trabajadas.

Atacar los nidos de piratas supone querer ganar en campo visitante un partido ya perdido como local, poniendo además el árbitro, las normas y la seguridad del recinto. Sustraerse del proceso de control de las actividades delictivas y de los procesos de blanqueo de capitales en sus propios territorios. El lavado & engrase comienza en el mismo lugar donde se originan los fondos ilícitos, los paraísos fiscales suelen aparecer sólo en las últimas etapas del proceso. El desinterés por atajar estas actividades in situ justifica a menudo saltarse a pídola la legalidad internacional, extorsionar la soberanía territorial y desmantelar cualquier reducto de secreto profesional, discreción y confidencialidad. Infringir la ley invocando presuntos ilícitos previos. Todo vale. En nuestra piel de toro, la inacción suele obedecer a criterios políticos. Quizá por ello sean tan habituales los intereses creados, las excepciones a la regla, la desconcertante incoherencia y la falta de respeto a la libre circulación de capitales.

La encarnizada lucha contra los paraísos fiscales sólo evidencia, me temo, el fracaso, la incapacidad y/o desgana de los colosos tributarios para admitir la competencia fiscal; ajustar sus estructuras burocráticas y niveles de gasto público a criterios de racionalidad, eficiencia y equidad; y controlar el fraude, la corrupción y el lava más blanco dentro de sus propias fronteras. Pero además esconde el irrefrenable deseo de eliminar cualquier atisbo de privacidad e intimidad. Los acontecimientos que provocan convulsión social son ocasiones inmejorables para ceñir lazo y las tentaciones de control absoluto se vuelven irresistibles. El almíbar del desconcierto y la agitación suponen la coartada perfecta para poner parches preventivos ante la subversión de la jerarquía existente. El mejor caldo de cultivo de medidas excepcionales: a grandes males, totalitarismo a precio de democracia. O viceversa.

La cartelización fiscal es una estrategia perdedora en origen y perniciosa en destino. La desmedida ambición recaudadora siempre aflora y se da de bruces con la percepción de reciprocidad, equidad y solidaridad. La legitimidad tributaria debe caminar inseparable de la responsabilidad fiscal. Y la competencia impulsa la liberalización del mercado impositivo. Del clientelismo y pesebrismo refinanciados con esfuerzo productivo ajeno, multigeneracional. Los paraísos fiscales son un mal menor, y ahora, más necesarios que nunca. Si no existieran habría que inventarlos. Cuanto más deprisa se vacíe la despensa del hormiguero más se incentiva el rinche, la mudanza y el exilio. Miseria tributaria en tocata y fuga.

No hay arte que un gobierno aprenda más aprisa de otro que el de sacar el dinero de los bolsillos de la gente. Son todos impuestos más o menos malversados que aumentan los ingresos del soberano y rara vez mantienen otra cosa que no sea trabajadores improductivos, a expensas del capital de aquellos que sólo saben ser productivos. Si el padre fundador levantara la cabeza, comprobaría que se sigue trabajando para ganar dinero que vale menos cuando se cobra, menos aún cuando se gasta, perdido si se invierte y devaluado si se guarda.