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Un remedio peor que la enfermedad
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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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Un remedio peor que la enfermedad

A John Browne, ex-parlamentario, antiguo miembro del Tesoro británico y asesor de la Dama de hierro en asuntos soviéticos, le dio tiempo a ser piloto, paracaidista,

A John Browne, ex-parlamentario, antiguo miembro del Tesoro británico y asesor de la Dama de hierro en asuntos soviéticos, le dio tiempo a ser piloto, paracaidista, y especialista en comunicaciones antes de retirarse del ejército, estudiar en la Harvard Business School, trabajar como banquero de inversiones y, en la actualidad, desempeñar labores de Senior Market Strategist. Suyas son sus reflexiones1 del último mes, condensadas en menos de mil palabras, pues hoy vengo de prestado:

 

Todo el mundo ha sido culpable, en un momento u otro, de hacer caso omiso de un resfriado. A pesar de saberse uno enfermo, se sigue trabajando duro, haciéndose de rogar y trasnochando. Hasta que se impone encamarse, empezar a beber zumo de naranja y tomarse en serio la salud. La economía de los EE.UU parece estar siguiendo una trayectoria similar. Hemos ignorado síntomas graves hasta el punto de que su economía es casi un caso terminal.

 

La actual recesión se profundiza a un ritmo alarmante. De hecho, ahora parece como si buceáramos rápidamente hacia la depresión prevista desde hace tiempo. Para evitar el necesario desapalancamiento, los políticos están improvisando a gran escala. Al igual que sucedió en la Gran Depresión, la confusión y la experimentación en Washington ha minado la necesaria confianza de las empresas para una recuperación sostenible. Y ésta no es manera de comenzarla.

 

Los mercados financieros están empezando a cuestionar la sabiduría de tratar de curar un problema de crédito con la inyección de más crédito. Tanto si uno considera que el “estímulo” es demasiado como demasiado poco, nadie puede dudar de que el resultado hasta ahora haya sido un fracaso. Y aunque el gasto es pequeño en relación con el problema, es enorme respecto al presupuesto norteamericano. Si no tiene éxito, que estoy seguro que no lo tendrá, el gobierno seguramente justificará subir aún más su apuesta. De hecho, los 'think tanks' y premios Nobel de economía de la izquierda están proporcionando actualmente el trabajo intelectual con el que respaldar tales futuras medidas. Al final, el pueblo americano quedará sumido en una severa estanflación.

 

Si bien la necesidad de "cortar el despilfarro en el gasto gubernamental" se ha convertido en el mantra de cada campaña política en los últimos cuarenta años, Washington se ha embarcado en la mayor expansión del gobierno de la historia. Durante décadas, el gasto público masivo no se ha financiado a través de medios adecuados como los impuestos, sino simplemente por la emisión de deuda. En 2000, la deuda del Tesoro de EEUU se elevaba a la pasmosa suma de 5 billones de dólares. Hoy día, se está acercando a tres veces esa cifra. Si se incluyen otras obligaciones y pasivos, la deuda nacional asciende a unos ¡55 billones de dólares!

 

En los últimos meses, cientos de miles de millones de dólares han sido asignados por el Congreso para "rescates" a corto plazo del sistema financiero. Ello debería sentar las bases para reformas más profundas ¿verdad? Incorrecto. En su lugar, ingentes cantidades han sido gastadas para sacar de apuros a entidades y sus contrapartidas, a la par, en vez de dejarles pagar por sus imprudencias.

 

Algunos sostienen que los activos tóxicos representan sólo una parte muy pequeña de los activos totales del sistema bancario. Pudiera ser, pero el verdadero problema es el enorme tamaño de los activos tóxicos en relación tanto al capital de los bancos como a la capacidad financiera del gobierno.

 

Según el BIS, el total de las inversiones mundiales en derivados, incluyendo el mal entendido mercado de CDS, llegó a alcanzar cerca de 700 billones de dólares, ¡más de 20 veces la producción anual total del mundo! La parte de EE.UU fue aproximadamente de 419 billones, cerca de 40 veces su producción anual.

 

El problema esencial es que estos instrumentos financieros intrínsecamente arriesgados se utilizaron como garantías para préstamos. La caída de su valor provocó un desapalancamiento masivo. Por supuesto, no todos los derivados están dañados o son tóxicos. Por tanto, se puede suponer que, en ausencia de un colapso financiero total, sólo un número limitado entrará en default.

 

Sin embargo, partiendo de un supuesto conservador en el que sólo se malograse un dos por ciento de los derivados, la cantidad todavía ascendería a unos 14 billones. La cuota americana sería de unos 8 billones. La capitalización total estimada de todos los bancos de EE.UU es de 1’6 billones. Sin embargo, esto equivale a sólo el 20 por ciento de la potencial responsabilidad norteamericana. Hasta ahora, los ciudadanos se han visto forzados a proporcionar a las instituciones financieras casi 2 billones de dólares en rescates adicionales. Esto eleva el capital total de los bancos a unos 3’6 billones, todavía menos de la mitad del problema, dejando un enorme déficit de 4’4 billones.

 

Por supuesto, no todos los bancos están en problemas. Hay una serie de bancos locales y regionales cuya gestión no participó en jugarse en el casino el futuro financiero de América. Sin embargo, los inversores deberían plantearse algunas duras cuestiones. ¿Qué pasa si el gobierno se ve forzado a asumir el hecho de que el sistema bancario en su conjunto ya es básicamente insolvente? ¿Qué pasa si por tanto se ve obligado, a pesar de su expresada renuencia, a nacionalizar los bancos con problemas? Peor aún, después de las próximas reuniones del G-20, ¿serán cerrados todos los bancos internacionales de forma temporal, en unas largas vacaciones bancarias, como ocurriera en el Gran Crash?

 

Tal vez la clase política tendrá la fortaleza de ánimo para imponer a toda costa estas políticas, a pesar de las alarmas que se escuchan respecto a su coste final. Después de décadas de crecimiento rastrero, el socialismo de Washington está a punto de darse de bruces en sus narices. La economía debe librarse de esta ideología parasitaria, propagada desde tiempos inmemoriales. El pueblo norteamericano está empezando a montar en cólera, sabiendo que el denominado estímulo equivale a un robo generacional. La voluntad política es esencial, no para convencer a la gente de que está equivocada, sino para reconocer que tiene razón.

Brillante y talentoso, Mr. Browne. Aunque tal vez lo verdaderamente importante no sea tanto lo que dice como lo que silencia, sugiere con sutileza o se alcance a inferir... Y esto me recuerda la huída a hurtadillas por la gatera balcánica, tratando de allanar el shopping energético a los amigos eslavos tras su reciente visita. 'Do ut des'. El mutis tendrá su recompensa en forma de constructiva generosidad con el sacrificio patrio. Al tiempo.

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A John Browne, ex-parlamentario, antiguo miembro del Tesoro británico y asesor de la Dama de hierro en asuntos soviéticos, le dio tiempo a ser piloto, paracaidista, y especialista en comunicaciones antes de retirarse del ejército, estudiar en la Harvard Business School, trabajar como banquero de inversiones y, en la actualidad, desempeñar labores de Senior Market Strategist. Suyas son sus reflexiones1 del último mes, condensadas en menos de mil palabras, pues hoy vengo de prestado: