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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

Por

Suspiros de España

A pesar de dimes, diretes e improvisadas retretas, son pocos y mal avenidos quienes niegan ya nuestra perentoria necesidad de reformas estructurales. La fractura del consenso

A pesar de dimes, diretes e improvisadas retretas, son pocos y mal avenidos quienes niegan ya nuestra perentoria necesidad de reformas estructurales. La fractura del consenso se produce, como siempre, respecto a la profundidad, extensión e implantación de las mismas, pues las cuentas, en términos de popularidad, réditos electorales y paz social, no cuadran. A ver quién le pone el cascabel al gato, panza arriba y llenito de pulgas. Algunos defienden que, aunque tardías en su planteamiento, deberían ser dilatadas en tiempo y forma, permitiendo continuas mejoras de eficiencia en la asignación y uso de los factores de producción. Otros, en cambio, argumentan que, obtenido el salvoconducto de los agentes sociales, bastarían ligeros retoques en el mercado laboral, parcheando de paso las cuentas de la Seguridad Social, pequeños ajustes en la liberalización de algunos mercados, breve engrase en los feudos de la cosa pública y arrimar más mortadelos, que diría Pérez-Reverte, a la trinidad I+D+i. Y a esperar frutos.

 

Decíamos ayer que el cambio de nuestro modelo socioeconómico, en situación de moneda única, sólo presentaba dos alternativas: deconstrucción, derribo selectivo y reedificación sostenible; o seguir como hasta ahora y rescatar la desinflación competitiva de menores costes y salarios, aumentos de productividad y estricta austeridad fiscal. Sin embargo, recuperar la competitividad perdida durante tantos años, y mantenerla una vez reconquistada, requeriría una profunda metamorfosis de nuestro patrón de crecimiento, en exceso dependiente de bienes y servicios no exportables y de no mercado. Su menor productividad genera mayor rigidez estructural cuanto mayor sea su peso en la economía, debido a la ausencia de competencia internacional efectiva sobre los mismos. Rigidez agravada tras la enajenación mental inmobiliaria, empobreciendo aún más nuestra escasa flexibilidad, movilidad de factores y posicionamiento exterior.

Turista en tránsito y bocata de ladrillo. El país, hecho un erial, desincentiva con mimo a los guiris ávidos de paella, sol & playa. Nadie desea viajar a lugares convulsos, en crisis, y menos aún con gripe de jalufo ibérico. Natural. Prima de riesgo adicional al movimiento de mercancías y personas, proteccionismo sanitario. Con la atención mediática mundial dividida oportunamente entre exportaciones de green shots e importaciones de amenaza pandémica, resulta menester servir los primaverales brotes verdes antes del estío, alimentando fiducia y actos de fe económicos e induciendo la autorrealización de la profecía de Merton. Y que la suerte acompañe. El viaje desde los sótanos de la competitividad hacia la producción de alto valor añadido, donde calidad e innovación eviten la esclavitud de bajos niveles salariales, en perpetua cuarentena. Los andamios y cimientos al aire afean el paisaje y dificultan el paseo. Excusas varias con tal de escurrir el bulto.

Descartadas, por tanto, las obras mayores; bien anticipando su seguro fracaso dadas las servidumbres acumuladas y que Spain is different, bien porque se abraza el minimalismo como solución de continuidad; limitarse a abaratar el despido y reducir salarios nominales se me antoja el chocolate del loro. Pan para hoy. Medidas inmediatas, de efectos limitados a largo plazo, inconsistentes según la relación de sustitución entre capital y trabajo respecto a las ganancias de productividad. Sin desdeñar la necesidad de rebajas en los costes sociolaborales, amén de subsanar las deficiencias que lastran nuestro business, quizá convendría hacer los deberes completos de una vez por todas. Pero va a ser que no. Además del derecho al pataleo, sólo resta consolarse imaginando obstáculos que nunca serán salvados y veredas que jamás serán exploradas. Al menos, que conste. 

Mala educación, el quid de la cuestión. Inestable caos multinivel en el que la autoridad ha sido subvertida y la tiranía del pasodetó campa a sus anchas. Adicionalmente, cada cual, en su feudo, hace de su capa un sayo; la motivación brilla por su ausencia; se recompensa fracaso e indolencia al tiempo que se castiga esfuerzo y mérito; adjudicando títulos a cualquiera capaz de identificar una corta sucesión de cifras & letras. Tras la jerigonza de ejes transversales, constructivismo e itinerarios curriculares, sólo se esconde el vergonzoso naufragio de un sistema pésimo en su concepción y perverso en sus resultados. Analfabetismo cultural, funcional e indigencia moral. Y así nos va.

La labranza de capital humano, mediante la formación integral en conocimientos y valores, resulta imprescindible para, en primer lugar, sobrevivir en un mundo cada vez más hostil y competitivo; segundo, poder ser útil en el engranaje del modelo de convivencia vigente; y tercero, albergar capacidad de raciocinio y espíritu crítico a la hora de promover cambios y adaptarse al progreso de los tiempos. Lo contrario es una condena de ignorancia racional, situación inducida por el poder político de forma ideal mediante bienes públicos y votos. El consumo de los primeros suele ser indivisible y no discriminante, depositar los segundos sólo requiere mayoría de edad y plena capacidad legal. Una asimetría que da alas a Leviatán.   

Las relaciones se estrechan cuando aparecen equidad y dependencia intergeneracional. Existiendo un incentivo para aumentar el gasto público por encima de su nivel de eficiencia, con el único objetivo de obtener réditos electorales, Leviatán somete las verdaderas necesidades y preferencias ciudadanas tanto a sus propios apetitos cuanto a la maximización del bienestar del establishment. Al amparo de la ilusión fiscal, se emboza la financiación del dispendio de manera que se infravalore la losa impositiva presente y futura, generando ronchas crecientes y eficiencia menguante.  

La descentralización del Estado en diversos niveles administrativos debería actuar como moderadora de su propia voracidad, siempre que existiese una efectiva competencia fiscal con el fin de obtener recursos y atraer ciudadanos, pudiendo éstos elegir libremente entre diferentes políticas fiscales y bienes públicos. Sin embargo, la siniestra realidad demuestra todo lo contrario. Prohibido competir. La colusión generada, fijando de manera uniforme la presión fiscal e impidiendo la perniciosa rivalidad entre Administraciones por la obtención de recursos de los contribuyentes, quiebra cualquier límite al crecimiento del pufo colectivo. Prisioneros de un sistema incompetente, sobredimensionado, con estructuras que fagocitan recursos, multiplican costes, expulsan a la iniciativa privada y, además, resultan ineficaces e ineficientes.

Nuestro modelo de convivencia, teóricamente equitativo, está basado en la dependencia entre generaciones, dura y frágil como un diamante. Tras ella se esconde un sistema piramidal pendiente del fino hilo de la fiducia, confianza ciega en su viabilidad y estabilidad dinámica. ¿Lo es? Imponer ingentes deberes fiscales y pesadas cargas financieras a quienes no están siendo sobradamente preparados para asumirlas, pero mantienen girando la rueda de la fortuna con sus papeletas, es una grave irresponsabilidad que sólo conduce al desastre. Con nuestro bienestar presente comprometido ya, ¿vamos a seguir alimentando al diabólico Leviatán...?

Lo sé, otro viernes primaveral con plenitud de tiernas yemas y florecientes pimpollos...

A pesar de dimes, diretes e improvisadas retretas, son pocos y mal avenidos quienes niegan ya nuestra perentoria necesidad de reformas estructurales. La fractura del consenso se produce, como siempre, respecto a la profundidad, extensión e implantación de las mismas, pues las cuentas, en términos de popularidad, réditos electorales y paz social, no cuadran. A ver quién le pone el cascabel al gato, panza arriba y llenito de pulgas. Algunos defienden que, aunque tardías en su planteamiento, deberían ser dilatadas en tiempo y forma, permitiendo continuas mejoras de eficiencia en la asignación y uso de los factores de producción. Otros, en cambio, argumentan que, obtenido el salvoconducto de los agentes sociales, bastarían ligeros retoques en el mercado laboral, parcheando de paso las cuentas de la Seguridad Social, pequeños ajustes en la liberalización de algunos mercados, breve engrase en los feudos de la cosa pública y arrimar más mortadelos, que diría Pérez-Reverte, a la trinidad I+D+i. Y a esperar frutos.