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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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El punto básico

Bajo el fuego de una fina ironía recién calibrada, Bill Gross aborda el eterno dilema de mantenerse a salvo en trincheras que sólo rinden mugrientos harapos,

Bajo el fuego de una fina ironía recién calibrada, Bill Gross aborda el eterno dilema de mantenerse a salvo en trincheras que sólo rinden mugrientos harapos, o presentar arriesgada batalla en pos de gloria y botín, aun a riesgo de palmar capital en el intento. Un punto básico resulta prohibitivo e inaceptable, incluso si confiesa que durante el pánico LEH vació sus cuentas conyugales en favor de papelillos T-bills, preocupado no tanto por el rendimiento del dinero cuanto por su devolución.

 

Expuestos sin remedio en mitad de un campo de minas, esta trinidad básica de rentabilidad, riesgo, y liquidez; quién devuelve qué, cómo, y cuándo, es la que determina el éxito o fracaso en la contienda. La recompensa obtenida en mañosa lid se limita a poner en evidencia aquello que se ha estado comprometiendo y sacrificando. Y bien difícil que resulta justipreciar la osadía. Frente a la actual vorágine de crecientes burbujas y dólar menguante, cualquiera toma partido sin tener la sensación de estar cometiendo alguna letal imprudencia: porque, a pesar de todo, el dinero tiene miedo.

 

El problema se complica cuando China ingresa en el elenco de la función. Dado que su M2 crece a una tasa anualizada del 29'4%, y el SSE Composite Index lleva una subida cercana al 80%, doblando PER hasta 35 veces los beneficios reportados, apenas causaría extrañeza que el Gigante Dormido despertase súbitamente de un estrepitoso pinchazo. Con reservas acumuladas de más de 2'2 billones de dólares; dos tercios de las cuales denominadas en greenbacks y la gran mayoría materializadas en Treasuries, así como un superávit comercial que hasta octubre suponía 160.000 millones, sus conflictos cambiarios y arancelarios con EE.UU hacen méritos por convertirse en el mayor riesgo para la estabilidad global.

 

Tras el telón cómplice de proteccionismo y devaluaciones competitivas, emerge una próxima apreciación del yuan cargada de volatilidad y dolor para los mercados. Poderoso caballero con demasiados intereses en juego. Mientras tanto, y haciéndose gala de renovado humor amarillo, se ejerce presión para que USA acelere su reconocimiento como economía de mercado antes de 2016, fecha límite acordada tras su ingreso en la OMC, al tiempo que, en reciprocidad, se espera que potencie su demanda doméstica y apertura al exterior. Hay que tener cuidado con lo que se desea, no vaya a forzarse la espantá de esa imprescindible financiación para los nuevos sueños obamitas.

 

El énfasis, sin embargo, descansa en que la Fed está tratando de reinflar la economía norteamericana, bajando los tipos de interés hasta un nivel tan doloroso, que los inversores canalicen, de grado o por la fuerza, su efectivo hacia activos financieros con mayor riesgo, bonos o acciones. Entonces, una vez se hayan recapitalizado empresas y propietarios inmobiliarios, la Fed empezará a (pre)ocuparse de la inflación, pero nunca antes. Menos mal. Aunque cuesta creer que en algún momento se haya dejado de inflar. Bernanke, haciendo honor a su palabra otorgada hace ahora siete años, sigue empeñado en que bajo un sistema fiduciario, un determinado gobierno siempre puede generar mayor gasto y, por tanto, inflación positiva. Ad nauseam. Y si aún quedase alguna duda, puede acudirse a la última revisión de los datos del PIB, desagregados en índices de precios y cantidades para apreciar mejor la jugada, acaso comparándolos con los originalmente estimados, aquéllos que sirvieron de excusa para otro festín alcista. Titulares mandan. La primera impresión, sobre todo si viene envuelta en versión oficial, es la que cuenta.

 

Asimismo, desde el frente keynesiano se arenga para mantener toda la artillería monetaria y fiscal a pleno rendimiento, pues el output gap impide que explote el polvorín inflacionista: la capacidad ociosa contiene las presiones ante la debilidad de la demanda. Una línea de pensamiento con varios flancos al descubierto, como ilustra la controversia Bullard vs. Krugman. Obviando consideraciones respecto al propio concepto y estimación de la brecha productiva; e incluso sobre la obsesiva vigorexia económica, sea o no sostenible; el abordaje de las flaquezas argumentales puede realizarse agrupando factores en dos cohortes: los efectos estructurales ex ante y ex post burbuja, y la dinámica del sobreendeudamiento. En relación a la primera, al subvencionarse artificialmente ofertas y demandas que de otro modo serían inviables, se producen distorsiones productivas cuya ficción dura más de lo razonable, hasta que se impone su liquidación por derribo. Ésta liberaría recursos para su eficiente reasignación, pero según trata de impedirse mediante nuevos estímulos, las distorsiones se incrementan y los desequilibrios se acumulan.

 

El reventón deja tras de sí, además de estupor, espejismos de capacidad, real o potencial, donde sólo había amparo de irracionalidad transitoria. Puesto que los efectos de la inflación fiduciaria no afectan de manera homogénea, ni en tiempo ni en forma, a las estructuras productivas de bienes de consumo, servicios, y activos, cualquier solución revestida de uniformidad y café para todos únicamente aumenta la condena del (auto)engaño. Medidas no convencionales en abierto desafío a un monstruo sin control. Too much money chasing too few goods. Inclúyanse derivas proteccionistas y socializadoras, reduciendo competitividad y añadiendo mayores dosis de ineficiencia, para obtener un explosivo cóctel al que apenas resta incorporar la bomba de la deuda.

 

En un entorno especulativo, consecuencia lógica del divorcio entre economía real y financiera, la capacidad de repago se halla cautiva de tanta ceremonia del desconcierto. Mal que bien, al otro lado del Atlántico ya se van haciendo cargo. Y aunque en Eurolandia también echamos nuestras propias cuentas, siempre queda el consuelo de esperar el santo advenimiento. Bienvenido, Mr. Miracle. Engalanados para recibir doble ración de azotes y galeras, el efecto riqueza de alegre consumismo tiene en la incredulidad su permanente enemigo a batir. Y en algún momento, el coste de manutención de tal estado de inopia será percibido, amén de inviable, totalmente inadmisible. Largos de perplejidad y cortos de confianza, aparente estrategia long-short para capear el próximo temporal evitando derramar la hacienda. Mas entre puntos filipinos, el mundo es un pajar del que cada cual toma lo que puede.

Bajo el fuego de una fina ironía recién calibrada, Bill Gross aborda el eterno dilema de mantenerse a salvo en trincheras que sólo rinden mugrientos harapos, o presentar arriesgada batalla en pos de gloria y botín, aun a riesgo de palmar capital en el intento. Un punto básico resulta prohibitivo e inaceptable, incluso si confiesa que durante el pánico LEH vació sus cuentas conyugales en favor de papelillos T-bills, preocupado no tanto por el rendimiento del dinero cuanto por su devolución.