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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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Apenas tres lustros después de Basilea I, la vertiginosa evolución de la industria financiera, de sus contingencias asociadas, y de su especial relación de dependencia con

Apenas tres lustros después de Basilea I, la vertiginosa evolución de la industria financiera, de sus contingencias asociadas, y de su especial relación de dependencia con la economía real, aconsejaron adaptar las reglas del juego a un nuevo contexto de mayor complejidad y sofisticación del negocio bancario. Así, se acordó desarrollar un flamante marco ad hoc, en consonancia con entornos de competencia global, cuya visión de futuro estaba basada tanto en un capital regulatorio, recursos propios y ciertos tipos de deuda, vinculado al riesgo asumido; cuanto en la provisión de incentivos correctos y suficientes para mejorar transparencia y gobierno corporativo.

 

De esta guisa nació Basilea II, apoyada en tres pilares básicos: el primero, fijando los requerimientos mínimos de capital ajustado por el riesgo agregado de las entidades, quienes evaluarían este último mediante sus propias herramientas. El segundo, la incorporación de los respectivos perfiles de riesgo a los procedimientos de supervisión de las distintas autoridades, permitiendo su valoración y, en su caso, corrección por parte de los reguladores. Por último, la habitual disciplina de mercado, promoviendo una mayor transparencia informativa de las instituciones en relación a los peligros de su actividad, permitiendo los adecuados incentivos externos para una gestión prudente y eficiente. Los propósitos declarados consistían en reducir fricciones, aumentar la competencia internacional, e incrementar los estándares de seguridad y solidez, de manera que todo ello resultase en una mayor estabilidad financiera, a través de un robusto y fluido canal del crédito a empresas y familias, orientada al crecimiento económico sostenido. Ideal.

 

El desenlace, empero, ya lo conocen: aún estaban peinándola cuando sonó el despertador subprime, disipando en brazos de Morfeo el florido ramillete de sueños imposibles. Un excesivo apalancamiento, dentro y fuera de balance, la gradual erosión del nivel y calidad de la base de capital, la carencia de reservas de liquidez, y el extravío de confianza en la solvencia de las instituciones financieras fueron, al parecer, las razones principales para la severidad y rápido contagio de la crisis, obligando al sector público a intervenir y dejar expuesto al contribuyente a enormes pérdidas. Al objeto de subsanar errores y omisiones, ahora toca Basilea III, cuyas novedades descansan en el aumento de la calidad, consistencia, y transparencia de la base de capital; el refuerzo en la cobertura de riesgos, especialmente de contrapartida en derivados y repos; la introducción de un ratio de apalancamiento armonizado internacionalmente; medidas contracíclicas para la acumulación de reservas de capital; y, finalmente, la implantación de un estándar global de liquidez, sujeto a seguimiento e inspección por parte de los supervisores. Cambios para que nada cambie, pese a los atribulados comentarios del lobby, otorgando menesteroso pábulo a quien nace lechón y muere cochino.

 

Quizá por ello deje de sorprender que, aunque los amos del cotarro conocen y asumen la natural divergencia entre certeza matemática y evidente realidad, se pretenda mantener el control del tinglado con idénticas premisas e inconsistentes modelos cuantitativos. Tal vez, visto lo visto, fuese pedir demasiado, tras medio siglo de ferviente devoción por ese corpus teórico, coartada perfecta del corporate finance para el apalancamiento ad infinítum, según el cual, y bajo estrictas condiciones olvidadas a conveniencia, el valor de mercado de una empresa, capital y deuda, sólo depende de la corriente de ingresos generada por sus activos. Una cuestión de irrelevancia que deviene vital en el sector bancario, habida cuenta su operativa mediante estructuras apalancadas por definición, financiando su negocio con pasivos ajenos a corto plazo, depósitos a la vista, mientras sus activos en forma de créditos maduran en un horizonte temporal mayor, y cuya obviedad reside en que la empresa bancaria es esencialmente dependiente de procesos de confianza.

 

Convertida en dogma de fe la proposición de que la razón entre deuda y capital de una empresa, Debt/Equity ratio, no afecta a su valor de mercado, siendo valor y coste del capital independientes de su estructura financiera, debía aprovecharse que el apalancamiento carece de influencia sobre el coste medio ponderado de financiación, dado que el coste del capital es una función lineal del ratio D/E. Sobre el papel, impecable. Lástima que las restricciones impuestas al modelo determinen, como de costumbre, su aplicación práctica. Y es que la letra pequeña contenía, entre otros, neutralidad impositiva, mercados perfectos, ausencia de costes transaccionales y riesgo de quiebra, simetría informativa y de acceso al crédito, e inexistencia de problemas de agencia. O sea, cualquier parecido con la realidad es puro Mundo Disney. Por tanto, la constatación de imperfecciones operativas, información asimétrica, un socio forzoso a quien rendir cumplidos tributos, una posible bancarrota, y los sempiternos conflictos de interés entre gerencia, accionistas, y bonistas, maximizados en momentos de estrés financiero, abocaría a sustituciones racionales de beneficios del apalancamiento y costes de quiebra. Sin embargo, los incentivos perversos para convertirse en entidad sistémica y, de esta forma, minimizar el importe del default por cuenta propia, siguen operando, más que nunca, en sentido contrario. Y así nos va.

 

La existencia de un efecto arrastre, fruto de conductas de imitación y comportamientos gregarios en un entorno de competencia irracional, la dificultad de distinguir entre problemas de liquidez y solvencia, junto a una doble fuente de riesgo moral y malabarismos por la supervivencia financiera, generan estímulos suficientes como para forzar una garantía ilimitada del prestamista de última instancia, perpetuo maná al que encomendar la red de seguridad bancaria. Too big & too many to fail. A partir de aquí, vuelta a la vana complacencia, cómodamente amparada en esta vez es diferente e incondicionales rehenes de un sistema opaco y frágil, dejando a merced de la imaginación la inevitable respuesta a la cuestión de quién rescata al rescatador...

Apenas tres lustros después de Basilea I, la vertiginosa evolución de la industria financiera, de sus contingencias asociadas, y de su especial relación de dependencia con la economía real, aconsejaron adaptar las reglas del juego a un nuevo contexto de mayor complejidad y sofisticación del negocio bancario. Así, se acordó desarrollar un flamante marco ad hoc, en consonancia con entornos de competencia global, cuya visión de futuro estaba basada tanto en un capital regulatorio, recursos propios y ciertos tipos de deuda, vinculado al riesgo asumido; cuanto en la provisión de incentivos correctos y suficientes para mejorar transparencia y gobierno corporativo.