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Juan Carlos Barba

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¿Está el cambio climático fuera de control?

Cada vez hay más evidencias de que es imprescindible aplicar, y pronto, drásticas políticas coordinadas para controlar las emisiones de gases invernadero

Foto: Vista exterior de una estación de energía. (EFE)
Vista exterior de una estación de energía. (EFE)

Desde finales del pasado mes de junio hasta ya entrado agosto una sucesión de olas de calor ha azotado buena parte de Europa. Aunque no se han registrado demasiados máximos absolutos de calor, sí que la situación ha destacado por su extremada persistencia, inédita en muchas regiones.

La estadounidense NOAA (National Oceanic and Atmosferic Administration) ha informado recientemente de que el pasado mes de julio fue el más caluroso que haya registrado el planeta desde que hay registros fiables, es decir, 136 años. La temperatura ha sido 0,81º C superior a la registrada como promedio en el siglo XX, y en el mapa podemos ver las desviaciones por regiones respecto al período 1981-2010, en que ya se había registrado un calentamiento. Predominan los colores rosados y rojizos (temperatura mayor de lo normal) mientras que los azulados son mucho más escasos. Dentro de Europa, en Austria, España e Italia ha sido el mes más caluroso jamás registrado.

En la comunidad científica hay un consenso claro en que la causa de este aumento de temperaturas no es natural. Aunque con frecuencia se lee “que no está claro que seamos la causa del calentamiento” o que “son oscilaciones naturales”, en las revisiones hechas a partir de las publicaciones científicas el consenso en el sentido opuesto es aplastante. En una de las últimas publicaciones hechas para cuantificarlo nos encontramos un 97,1% de consenso, y este dato es muy similar al de análisis anteriores. Esto en ciencia se suele considerar lo más próximo posible a la unanimidad. A los que nos hemos dedicado toda la vida a la ciencia nos sorprende, y mucho, el que haya economistas que desprecien este dato, máxime teniendo en cuenta que en las decisiones tomadas en política económica que afectan a millones de personas el nivel de consenso es por lo general mucho menor.

Los causantes de este cambio climático que tiene su origen en la actividad humana son los los gases de efecto invernadero y sobre todo el CO2 originado en la quema de combustibles fósiles. Recientemente se superó la concentración de 400 ppm (partes por millón), y la subida anual ronda en estos momentos las 2 ppm. Lejos de disminuir el ritmo de aumento parece estar aumentando, como se ve en el gráfico.

Noticias como la publicada recientemente por la agencia gubernamental norteamericana EIA (Energy Information Administration) de que India tiene como objetivo duplicar la producción de carbón de aquí a cinco años nos prueba con claridad que las intenciones manifestadas en multitud de ocasiones de que se van a controlar las emisiones se quedan en nada cuando nos enfrentamos a la realidad económica. Recordemos que India tiene las quintas mayores reservas de carbón del mundo y que se espera que en pocas décadas sea la tercera economía del mundo.

El profesor James Hansen, uno de los climatólogos más prestigiosos del mundo, publicó hace unos años cual era el potencial de emisiones de los diferentes combustibles fósiles, que es lo que vemos en el siguiente gráfico. Como se ve hay cierto margen de incertidumbre sobre el potencial, pero si se quemaran la mayoría de las reservas la concentración atmosférica de CO2 sobrepasaría ampliamente las 1000 ppm y posiblemente llegaría a las 1500 ppm. El potencial de los combustibles no convencionales (arenas bituminosas, gas y petróleo de esquistos...), y especialmente los hidratos de metano, es bastante incierto, pero podría ser aún mayor que el del carbón.

Aunque muchos ecologistas y científicos creen que no será posible explotar más que una pequeña parte de estas reservas ya que el sistema económico colapsará mucho antes, mi opinión es la contraria. El capitalismo global está demostrando una extraordinaria capacidad de adaptación para reasignar recursos económicos, y no veo ningún impedimento serio para que se dedicara, en caso de necesidad, el 50% o incluso más proporción de la actividad económica a conseguir materiales y energía. De hecho eso es lo que ha pasado (destinado a la economía de guerra) en la II Guerra Mundial en varios de los países en conflicto. Se puede decir en contra de este argumento que eso solo puede pasar en caso de guerra, pero no parece un argumento muy sólido.

Este escenario nos llevaría según la gran mayoría de los modelos a fuertes aumentos de la temperatura del planeta, que causaría que buena parte de las zonas densamente habitadas se convirtieran en muy hostiles para el ser humano y a que las zonas más habitadas y productivas se trasladaran a latitudes altas de Canadá y Rusia. Esto lo vemos en el siguiente mapa publicado por la revista New Scientist que, de cumplirse, provocaría una catástrofe humanitaria de proporciones incalculables.

Mientras, la confianza en que seremos capaces de encontrar soluciones a los problemas según se vayan presentando persiste, y tanto la opinión pública como los políticos hacen oídos sordos de las advertencias de la comunidad científica. No cabe duda de que el mayor reto al que nos enfrentamos en este siglo es el coordinar políticas comunes a nivel global para controlar estas amenazas que se ciernen sobre nosotros, ya que cuando los efectos adversos provocados por el aumento de los gases invernadero se manifiesten será ya demasiado tarde como para corregirlos. Sin embargo las resistencias a las que nos enfrentamos para aplicar estas políticas son formidables.

Por una parte implicaría cambios muy importantes en el sistema productivo, con un mucho menor uso de materiales y energía. La sociedad de consumo que hemos conocido en el siglo XX y lo que llevamos del XXI tocaría a su fin. Y por otra parte la coordinación a nivel internacional se antoja complicadísima, pues los países se deberían repartir por cuotas el uso de los recursos naturales y de la capacidad de carga de la biosfera. Eso implicaría que los países ricos tendríamos que reducir drásticamente los estándares de vida, algo que las poblaciones no aceptarían. Estos acuerdos parecen tan improbables que a día de hoy la única postura realista es un pesimismo sobre nuestro futuro. Ojalá no sea así.

Desde finales del pasado mes de junio hasta ya entrado agosto una sucesión de olas de calor ha azotado buena parte de Europa. Aunque no se han registrado demasiados máximos absolutos de calor, sí que la situación ha destacado por su extremada persistencia, inédita en muchas regiones.