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La culpa no es de los políticos, es de todos nosotros
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Juan Carlos Barba

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La culpa no es de los políticos, es de todos nosotros

La inversión y la innovación cojean en España debido en buena medida a la oposición de la población

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En España, tenemos normalmente la tendencia a culpar de que las cosas vayan peor que en otros países, con quienes nos comparamos, a la inoperancia, la corrupción y el oportunismo de la clase política y de las élites empresariales. Pero siendo esto verdad, solo es una parte de la verdad. No estamos ante un 1% malvado enfrentado a un 99% virtuoso al que dominan mediante una combinación de engaño y fuerza bruta, sino ante una sociedad que adolece de graves problemas en su conjunto de corrupción, incultura económica y falta de solidaridad y sentido de comunidad. Me decía una vez un amigo, perteneciente a una de las más ilustres y antiguas familias de dinero de España, a la vuelta de uno de sus viajes de negocios por Latinoamérica, que no sabía bien de qué nos quejábamos en la izquierda, porque las cosas por ahí fuera estaban —y están— mucho peor que en España. Le respondí que tenía razón, pero que no podremos mejorar nunca si solo nos fijamos en los peores, sino si principalmente nos fijamos en los mejores.

Hoy vamos a hablar de apoyo público a la actividad privada. Anatema de las políticas liberales donde los haya, sin embargo la evidencia demuestra que es necesario para que un país llegue a ser próspero, sea en forma de proteccionismo más o menos encubierto, facilitación selectiva del crédito empresarial, subvenciones fiscales a la inversión, inversión pública en I+D o incluso inversión pública directa. Existe un interesantísimo economista coreano, Ha-Joon Chang, que ha descrito en su obra 'Retirar la escalera. La estrategia del desarrollo en perspectiva histórica' cómo el apoyo público a la actividad productiva privada se ha repetido de forma reiterada a lo largo de la Historia en los países que ahora son más ricos, y cómo ahora que se encuentran en una posición dominante, pretenden convencer o incluso coaccionar a los países que nos encontramos en peor posición para que no hagamos lo mismo que hicieron ellos. A eso lo llama él “retirar la escalera”, en referencia a la escalera que les ha servido para alcanzar posiciones elevadas. Estas políticas se tratan de imponer desde los organismos internacionales, como el FMI o el Banco Mundial, en lo que hoy día se llama 'ortodoxia económica', y además están amplísimamente difundidas a través del mundo académico.

Dado el nulo entusiasmo de las élites políticas por apoyar la inversión privada, es de prever un futuro especialmente sombrío para la economía española

Cuando en mayo de 2014 Podemos obtuvo los sorprendentes resultados electorales que supusieron el principio del fin para el bipartidismo en España, decidí que en ese partido en formación podía aportar algo de valor en lo que creo que es la principal carencia de la economía española: la formación de un amplio sector productivo de alto valor añadido. Esto, que es fácil de decir, supone un esfuerzo continuado de al menos 20 años para empezar a cosechar los frutos. Eso lo saben muy bien en países como Corea o Israel.

Tratándose como se trataba, y trata, de personas con una animadversión clara a esa llamada ortodoxia económica, pensé que Podemos era el lugar más apropiado para intentar que un partido de proyección nacional por fin incluyera de forma clara en su proyecto un plan estratégico para cambiar la triste situación de nuestra economía. Porque la falta de oportunidades que padece gran parte de nuestra fuerza de trabajo más valiosa para dar lo que puede dar de sí misma a la sociedad española no es una casualidad, sino el fruto de las muy deficientes políticas económicas que hemos tenido en España casi desde siempre. Pero qué equivocado estaba. Si en los partidos de la derecha se niega el apoyo público a lo privado por ese cateto respeto cuasi religioso por los economistas liberales extranjeros, en la izquierda me encontré con que la negativa venía también por el lado ideológico, en este caso porque existe una enorme animadversión hacia cualquier acción pública que se perciba que supone un incremento en el beneficio empresarial privado, sin pensar en las derivadas positivas que esas acciones puedan tener para el conjunto de la sociedad, de la que, no nos olvidemos, los empresarios también forman parte. Un poco la versión de “prefiero sacarme un ojo con tal de dejar ciego a mi enemigo”.

Pero al fin y al cabo los partidos no son sino reflejo de la sociedad en la que operan. Si acudimos al Eurobarómetro y nos fijamos en el apoyo que existe entre los ciudadanos europeos a que el sector público apoye la actividad privada, podemos ver notables diferencias. Como se ve, España es el segundo país de Europa donde más oposición hay a que se implanten estas políticas. Solo en Suecia —sorprendentemente— hay más oposición que en España. Respecto a Alemania, multiplicamos por cuatro las cifras de opositores tajantes.

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Sin embargo, vemos que aun así es probable que nuestras élites políticas estén mucho más contaminadas por la ideología dominante en la derecha y en la izquierda que la población, ya que aunque más opuesta en general que en otros países, la población española sigue siendo ligeramente favorable, en su conjunto, a que el sector público apoye la actividad privada.

En el siguiente gráfico comparamos cómo está la opinión pública de Alemania y España a este respecto.

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En Eslovenia, uno de los países europeos donde más ha avanzado en los últimos años la inversión en I+D, vemos que existe también un fuerte apoyo.

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Sin embargo, vemos cómo hay países con una oposición notable a estas políticas que mantienen una elevadísima inversión en I+D en el sector privado, como es el caso de Suecia (el más alto de Europa). Esto se debe probablemente, al contrario que en España, a que el sector privado se percibe como lo suficientemente potente como para no necesitar que el sector público le coloque esa escalera de subida a la que se refiere Ha-Joon Chang. Pero esto no pasa en todos los países con un sector privado fuerte, ya que en Alemania eso no ocurre. Haría falta más investigación para saber por qué, pero sí que se observa en general cierta relación entre un menor apoyo a esas políticas económicas y un sector empresarial privado muy potente.

El caso español es, no obstante, especialmente desgraciado, pues no hay otro país en que la oposición de la población a políticas de apoyo a la inversión privada sea tan fuerte y a la vez la inversión privada en I+D sea tan débil. Las poblaciones de países con sectores privados débiles —en muchos casos, más que el español— son de forma invariable mucho más partidarias que la española de ese apoyo público. Es el caso de Polonia, Portugal, Bulgaria, Letonia, Estonia, Lituania, Hungría…

Por tanto, y más aún dado el nulo entusiasmo de las élites políticas por apoyar la inversión privada, es de prever un futuro especialmente sombrío para la economía española en las próximas décadas. Un cambio en las políticas económicas que conduzca a su vez a un cambio en el modelo productivo español se antoja imposible, por lo que con toda probabilidad veremos cómo España se sigue deslizando hacia posiciones cada vez más desfavorables en su situación relativa en el contexto internacional. Como me dicen muchos jóvenes inteligentes, inquietos y capacitados con los que hablo: “Este país no tiene futuro, solo nos queda emigrar”. Y tiene, por desgracia, todo el aspecto de ello.

En España, tenemos normalmente la tendencia a culpar de que las cosas vayan peor que en otros países, con quienes nos comparamos, a la inoperancia, la corrupción y el oportunismo de la clase política y de las élites empresariales. Pero siendo esto verdad, solo es una parte de la verdad. No estamos ante un 1% malvado enfrentado a un 99% virtuoso al que dominan mediante una combinación de engaño y fuerza bruta, sino ante una sociedad que adolece de graves problemas en su conjunto de corrupción, incultura económica y falta de solidaridad y sentido de comunidad. Me decía una vez un amigo, perteneciente a una de las más ilustres y antiguas familias de dinero de España, a la vuelta de uno de sus viajes de negocios por Latinoamérica, que no sabía bien de qué nos quejábamos en la izquierda, porque las cosas por ahí fuera estaban —y están— mucho peor que en España. Le respondí que tenía razón, pero que no podremos mejorar nunca si solo nos fijamos en los peores, sino si principalmente nos fijamos en los mejores.

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